EL PANOPTISMO
gloom.psy2821 de Febrero de 2014
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III. EL PANOPTISMO
(199) He aquí, según un reglamento de fines del siglo XVIII, las medidas que
había que adoptar cuando se declaraba la peste en una ciudad.307
En primer lugar, una estricta división espacial: cierre, naturalmente, de la
ciudad y del "terruño", prohibición de salir de la zona bajo pena de la vida,
sacrificio de todos los animales errantes; división de la ciudad en secciones
distintas en las que se establece el poder de un intendente. Cada calle queda
bajo la autoridad de un síndico, que la vigila; si la abandonara, sería
castigado con la muerte. El día designado, se ordena a cada cual que se
encierre en su casa, con la prohibición de salir de ella so pena de la vida. El
síndico cierra en persona, por el exterior, la puerta de cada casa, y se lleva la
llave, que entrega al intendente de sección; éste la conserva hasta el término
de la cuarentena. Cada familia habrá hecho sus provisiones; pero por lo que
respecta al vino y al pan, se habrá dispuesto entre la calle y el interior de las
casas unos pequeños canales de madera, por los cuales se hace llegar a cadacual su ración, sin que haya comunicación entre los proveedores y los
habitantes; en cuanto a la carne, el pescado y las hierbas, se utilizan poleas y
cestas. Cuando es preciso en absoluto salir de las casas, se hace por turno, y
evitando todo encuentro. No circulan por las calles más que los intendentes,
los síndicos, los soldados de la guardia, y también entre las casas infectadas,
de un cadáver a otro, los "cuervos", que es indiferente abandonar a la muerte.
Son éstos "gentes de poca monta, que trasportan a los enfermos, entierran a
los muertos, limpian y hacen muchos oficios viles y abyectos". Espacio
recortado, inmóvil, petrificado. Cada cual está pegado a su puesto. Y si se
mueve, le va en ello la vida, contagio o castigo.
La inspección funciona sin cesar. La mirada está por doquier en movimiento:
"Un cuerpo de milicia considerable, mandado por buenos oficiales y gentes
de bien", cuerpos de guardia en las puertas, en el ayuntamiento y en todas las
secciones para que la obediencia del pueblo sea más rápida y la autoridad de
los magistrados más absoluta, "así como para vigilar todos los desórdenes,
latrocinios (200) y saqueos". En las puertas, puestos de vigilancia; al extremo
de cada calle, centinelas. Todos los días, el intendente recorre la sección que
tiene a su cargo, se entera de si los síndicos cumplen su misión, si los vecinos
tienen de qué quejarse; "vigilan sus actos". Todos los días también, pasa el
síndico por la calle de que es responsable; se detiene delante de cada casa;
hace que se asomen todos los vecinos a las ventanas (los que viven del lado
del patio tienen asignada una ventana que da a la calle a la que ningún otro
puede asomarse); llama a cada cual por su nombre; se informa del estado de
todos, uno por uno, "en lo cual los vecinos estarán obligados a decir la verdad
bajo pena de la vida"; si alguno no se presenta en la ventana, el síndico debe
preguntar el motivo; "así descubrirá fácilmente si se ocultan muertos o enfermos".
Cada cual encerrado en su jaula, cada cual asomándose a su ventana,
respondiendo al ser nombrado y mostrándose cuando se le llama, es la gran
revista de los vivos y de los muertos.
Esta vigilancia se apoya en un sistema de registro permanente: informes de
los síndicos a los intendentes, de los intendentes a los regidores o al alcalde.
Al comienzo del "encierro", se establece, uno por uno, el papel de todos los
vecinos presentes en la ciudad; se consigna "el nombre, la edad, el sexo, sin
excepción de condición"; un ejemplar para el intendente de la sección, otro
para la oficina del ayuntamiento, otro más para que el síndico pueda pasar la
lista diaria. De todo lo que se advierte en el curso de las visitas —muertes,
enfermedades, reclamaciones, irregularidades— se toma nota, que se trasmite
a los intendentes y a los magistrados. Éstos tienen autoridad sobre los
cuidados médicos; han designado un médico responsable, y ningún otro
puede atender enfermos, ningún boticario preparar medicamentos, ningún
confesor visitar a un enfermo, sin haber recibido de él un billete escrito "para
impedir que se oculte y trate, a escondidas de los magistrados, a enfermos
contagiosos". El registro de lo patológico debe ser constante y centralizado.
La relación de cada cual con su enfermedad y su muerte pasa por las
instancias del poder, el registro a que éstas la someten y las decisiones que
toman.
Cinco o seis días después del comienzo de la cuarentena, se procede a la
purificación de las casas, una por una. Se hace salir a todos los habitantes; en
cada aposento se levantan o suspenden "los muebles y los objetos"; se esparce
perfume, que se hace arder, tras de haber tapado cuidadosamente las
ventanas, las puertas y hasta los agujeros de las cerraduras, llenándolos con
cera. Por último, se cierra la casa entera mientras se consume el perfume;
como a la entrada, se registra a los perfumistas, "en presencia de los vecinos
(201) de la casa, para ver si al salir llevan sobre sí alguna cosa que no tuvieran
al entrar". Cuatro horas después, los habitantes de la casa pueden volver a
ocuparla.
Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los
individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos
se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados,
en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia,
en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica
continua, en el que cada individuo está constantemente localizado,
examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos —todo
esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario. A la peste
responde el orden; tiene por función desenredar todas las confusiones: la de
la enfermedad que se trasmite cuando los cuerpos se mezclan; la del mal que
se multiplica cuando el miedo y la muerte borran los interdictos. Prescribe a
cada cual su lugar, a cada cual su cuerpo, a cada cual su enfermedad y su
muerte, a cada cual su bien, por el efecto de un poder omnipresente y
omnisciente que se subdivide él mismo de manera regular e ininterrumpida
hasta la determinación final del individuo, de lo que lo caracteriza, de lo que
le pertenece, de lo que le ocurre. Contra la peste que es mezcla, la disciplina
hace valer su poder que es análisis. Ha habido en torno de la peste toda una
ficción literaria de la fiesta: las leyes suspendidas, los interdictos levantados,
el frenesí del tiempo que pasa, los cuerpos mezclándose sin respeto, los
individuos que se desenmascaran, que abandonan su identidad estatutaria y
la figura bajo la cual se los reconocía, dejando aparecer una verdad
totalmente distinta. Pero ha habido también un sueño político de la peste, que
era exactamente lo inverso: no la fiesta colectiva, sino las particiones estrictas;
no las leyes trasgredidas, sino la penetración del reglamento hasta los más
finos detalles de la existencia y por intermedio de una jerarquía completa que
garantiza el funcionamiento capilar del poder; no las máscaras que se ponen
y se quitan, sino la asignación a cada cual de su "verdadero" nombre, de su
"verdadero" lugar, de su "verdadero" cuerpo y de la "verdadera" enfermedad.
La peste como forma a la vez real e imaginaria del desorden tiene por correlato
médico y político la disciplina. Por detrás de los dispositivos
disciplinarios, se lee la obsesión de los "contagios", de la peste, de las
revueltas, de los crímenes, de la vagancia, de las deserciones, de los
individuos que aparecen y desaparecen, viven y mueren en el desorden.
Si bien es cierto que la lepra ha suscitado rituales de exclusión (202) que
dieron hasta cierto punto el modelo y como la forma general del gran
Encierro, la peste ha suscitado esquemas disciplinarios. Más que la división
masiva y binaria entre los unos y los otros, apela a separaciones múltiples, a
distribuciones individualizantes, a una organización en profundidad de las
vigilancias y de los controles, a una intensificación y a una ramificación del
poder. El leproso está prendido en una práctica del rechazo, del exilioclausura
; se le deja perderse allí como en una masa que importa poco
diferenciar; los apestados están prendidos en un reticulado táctico meticuloso
en el que las diferenciaciones individuales son los efectos coactivos de un
poder que se multiplica, se articula y se subdivide. El gran encierro de una
parte; el buen encauzamiento de la conducta de otra. La lepra y su división; la
peste y su reticulado. La una está marcada; la otra, analizada y repartida. El
...