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El Dia Del Derrumbe

pitbullaztek2 de Julio de 2015

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El 19 de septiembre de 1985 a las 07:19 horas se produjo un sismo en las costas de Michoacán y Guerrero. Fue el resultado de la convergencia de la Placa Norteamericana y la Placa de Cocos. Uno de los peores terremotos que ha sufrido la ciudad de México. La magnitud del temblor fue de entre 7.8 y 8.1 puntos en la escala de Richter. Se calcula que la energía del choque de las placas tectónicas equivale a la explosión de mil ciento catorce bombas atómicas de veinte kilotones cada una, el tipo de bombas que se arrojaron en Hiroshima en el verano de 1945. La duración fue de dos minutos, tiempo suficiente para acabar con la vida de diez, veinte o treinta mil personas, nunca se supo con exactitud. Dos minutos fueron tiempo suficiente para convertir al Distrito Federal en una zona de desastre.

De ese septiembre de 1985 a la fecha han pasado veintinueve años. La generación nacida entonces está a punto de llegar a su tercera década. De los recién nacidos ese día conocemos una historia: el milagro del Hospital Juárez, que llamó la atención de periodistas tanto nacionales como internacionales que reprodujeron esta historia. El día del temblor se cayó la torre de hospitalización. El hospital quedó convertido en un cascarón de polvo y materiales de construcción. El olor a muerte reinaba en el ambiente; aun así, los rescatistas seguían levantando escombros sin pausas, haciendo túneles donde solamente cabía su cuerpo; buscaban entre la oscuridad alguna señal de vida o algún cadáver que rescatar.

Tres días después del temblor, el 22 de septiembre, las tareas de rescate del Hospital Juárez continuaban; alrededor de la construcción se escuchaban las plegarias que por momentos albergaban más esperanzas que las propias labores de los rescatistas. Uno de ellos se percató de que entre grandes pedazos de concreto había un trozo de tela que se movía; con esfuerzos alcanzo aquello y, para asombro de todos, descubrió que era Víctor Hugo Hernández, a quien desde ese día lo conocen como “el sobreviviente”. Así como Víctor logró escapar de la muerte el día del temblor, hubo otros: Juana Jazmín Arias Aguilera, Araceli Santamaría y Jesús Alberto Martínez, todos conocidos como “los bebés del sismo”. En “El día del derrumbe”.

Pero ¿qué dejó el 19 de septiembre de 1985 para las nuevas generaciones? Otra gente. Emerge la sociedad civil en otra dimensión. Y también deja simulacros a la muerte: los simulacros de sismos. ¿Y la marca de aquel temblor? El cuestionamiento sobre esta falta de literatura parte de la idea de que los hechos determinantes en cualquier cultura siempre dejan un rastro en el arte. De los textos mencionados, la mayor parte está inmersa en lo mediático; es decir, en informar y denunciar lo ocurrido. Cuando una historia es tan personal y colectiva a la vez no hay una forma definitiva de abordarla, pero tampoco se puede evadir: hay una cantidad inagotable de historias.

Monsiváis, desde el lente de la crónica, nos da otra luz sobre el fenómeno:

Así sean muy semejantes, los relatos de los voluntarios transparentan la benéfica diversidad inesperada de grupos sociales y tipos humanos unidos por el aprecio a la vida. Antes del 19 de septiembre, la frase anterior se habría calificado de “retórica”; en las semanas del terremoto, su solidez deriva hazañas, resistencia cívica, movilizaciones, la angustia del rescate convertida en parábola humanista. El dolor personal y social, la tristeza ante los muertos y las tragedias, la indignación ante la corrupción de siglos y el saqueo cotidiano, se despliegan en medio de un paisaje insólito, el de la ayuda desinteresada.

La estructura de este cuento parte de una narración de lo que vivió la abuela de un personaje, pero escrito por un segundo personaje, es decir, de lo que un personaje le cuenta al otro; ambos son ajenos al hecho: esto es, no figuran como víctimas directas.

De

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