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El Feroz Cabecilla


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2013  •  602 Palabras (3 Páginas)  •  512 Visitas

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EL FEROZ CABECILLA

EL FEROZ CABECILLA

Rafael F. Muñoz

Por la llanura silenciosa, de tierra blanca y suelta, manchada a trechos del verde oscuro de los mezquites, caminaba bajo el sol ardiente del verano una caravana extraña; diez o doce hombres cubiertos de polvo, andrajosos, jadeantes, arrastrando los pies, tiraban de varios animales, caballos y mulas, también sudorosos, cubiertos de polvo blanco, manchados de sangre; sobre los animales, un cargamento espantable: moribundos.

Aquellos hombres eran rebeldes; campesinos que luchaban por la posesión de sus tierras; acababan de combatir por tres días, defendiéndose con sus armas viejas, en la sierra donde se habían refugiado, de los batallones compactos, los regimientos veloces y la artillería implacable; habían sido vencidos y dispersos y, horas antes, cuando la mañana comenzaba a teñirse de gris, aquel grupo de supervivientes comenzó su jornada por el desierto árido y ardiente; iba como jefe un mocetón enorme, calzado con altas mitazas y cubierto con guayabera de lino, bajo la cual se dibujaban dos pistolas descomunales; era él quien había obligado a los que podían tenerse en pie, a subir sobre los lomos de sus caballos y sus mulas a unos cuantos heridos, víctimas de la certera artillería que barrió con metralla las laderas de la sierra; no debían abandonarlos ahí, para que los “changos” los remataran a la bayoneta, y los llevaban sin saber ni a dónde, lentamente, al paso de los animales fatigados.

El jefe iba a caballo, al final de la silenciosa columna, volviendo de cuando en cuando la vista hacia la serranía azul donde había sido el desastre.

-Jálenle, muchachos; si .no, nos alcanzan; pa’ la noche ya .no habrá peligro…

Los infantes se pasaban una botella con agua tibia, mojaban los labios, y seguían su camino sin decir palabra; de cuando en cuando alguno de los fardos que iban en los lomos de las cabalgaduras gemía dolorosamente, hacía fuertes movimientos como tratando de desasirse de las ligaduras que lo mantenían fijo, y dejaba manchas rojas en la tierra suelta de la llanura inmensa; los que iban a pie callaban, callaban; casi al final de la caravana iba sobre una mula un bulto extraño: era la mitad de un hombre metida en un costal y amarrada por fuera con gruesos lazos; no asomaban del costal sino una cabeza sucia y melenuda y dos brazos cubiertos de harapos; lo demás era sólo un tronco al que una bala de cañón había arrancado las piernas. En plena batalla otros rebeldes metieron al herido en un saco, y con sus cobijas bien ceñidas lograron contener un poco la tremenda hemorragia; el herido tenía fiebre y deliraba incoherencias en voz alta; la monotonía de su voz impacientaba de vez en cuando al infante que tiraba de la mula.

-Cállate, loco.. .

Al mediodía se acabó el agua de la botella; los hombres caminaban lentamente y sin seguir la recta, como si anduvieran dormidos.

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