Jacobinos
Maggaly12 de Agosto de 2011
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Los Jacobinos eran miembros de un grupo político de la Revolución francesa llamado Club de los Jacobinos, cuya sede se encontraba en París. Republicanos, defensores de la soberanía popular, su visión de la indivisibilidad de la nación los llevará a propugnar un estado centralizado. Se confunden a menudo con El Terror, en parte debido a la leyenda negra que divulgará la reacción termidoriana sobre Robespierre. En el siglo XIX, el jacobinismo será la fuente de inspiración de los partidos republicanos que promovieron la Segunda y Tercera Repúblicas Francesas. En la Francia contemporánea este término se asocia con una concepción centralista de la República.
La democracia que propugnaban los Jacobinos era heredera directa del modelo de democracia de Jean Jacques Rousseau, en su aspecto comunitarista y creador del concepto de ciudadano. De las teorías de Rousseau expuestas en El contrato social, comparten la idea según la cual la soberanía reside en el pueblo y no en un dirigente o un cuerpo gobernante. También comparten la noción de voluntad general, que no es la suma de las voluntades individuales sino que procede del interés común. Esta primacía del bien común sobre los intereses particulares llevaron a algunos analistas como el historiador Jules Michelet, a reprochar tanto a Rousseau como más tarde a los Jacobinos que favorecieran la aparición de regímenes totalitarios.
El reparo rousseauniano ante el sistema representativo no era, sin embargo, compartido en su integridad por los Jacobinos, quienes, a pesar de desconfiar de dicho sistema (no sólo en su vertiente censitaria liberal-burguesa, que ligaba los derechos políticos y el voto a la posesión de propiedades, sino también en su vertiente democrática), lo consideraban un mal menor imprescindible, dada la imposibilidad técnica de que la nación en su conjunto expresara de forma directa su voluntad.
De acuerdo con estos conceptos, el jacobinismo desarrolló su propio modelo de representación política. Según éste, los parlamentarios habían de ser constantemente vigilados y coaccionados por el poder popular (organizaciones de corte jacobino como los clubes, las sociedades o las fuerzas armadas populares) para evitar desviaciones en un sentido contrario a la revolución. Así, al poder del parlamento, se oponía el poder popular, el poder de la calle, lo que en la práctica llevó al surgimiento de un doble poder: uno emanado del parlamento, que era depositario de la soberanía nacional, y otro de carácter físico y coactivo encarnado por los activistas del ala extremista de los Jacobinos. Esta dicotomía llevó a una cierta contradicción entre el concepto de representación política y el activismo callejero, encarnado por los Sans culottes, mediante el que ciertos activistas que representaban a una parte de la población podían subyugar la voluntad popular mediante la coacción.
Para los Jacobinos, el Estado es el valedor del bien común. Por lo tanto, es fundamental la obediencia a la Constitución y a las leyes. De ahí nace un alto grado de patriotismo y la exaltación de la nación concebida como una unidad indivisible. Sobre este punto, se opusieron a los Girondinos y tendieron a centralizar la organización del país para su defensa. El culto a la Patria se confunde con el culto a la libertad, a la que hay que defender si es atacada. "La República Francesa no trata con el enemigo sobre su territorio" fue un famoso lema jacobinista.
Se trataba de poner en práctica los principios enumerados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y sintetizados en el lema Libertad-Igualdad (el concepto de Fraternidad aparecerá en 1848). Para ello, amplían el papel del ciudadano al que incitan a que participe activamente en la vida política. En 1789, proclaman las libertades civiles, la libertad de prensa y la libertad de conciencia. La
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