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LA LLORONA LOCA

JasserM3 de Noviembre de 2013

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LA LLORONA LOCA

¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde? y ¿a Quién? se le presentó por primer vez, es difícil precisar, esta leyenda, este ser legendario, "este aparato", −como el tamalamequero nombra estos fenómenos− desde siempre ha estado con nosotros asustándonos unas veces, otras inspirando a nuestros juglares y narradores de cuentos. Leyenda o realidad siempre está con nosotros.

Los abuelos de nuestros abuelos, contaron a éstos y ellos a su vez a nuestros padres, y éstos a nosotros, y nosotros a nuestros hijos, siempre siguiendo la cadena de la tradición, tejida con los eslabones de la fantasía mágica de las noches de "luminarias", fabricando pacientemente la cadena de nuestra cultura popular, cincelando artísticamente ese legendario ser.

No había luz eléctrica y las calles eran alumbradas por mecheros de Kerosén, llamados pomposamente "Luminarias". Los gritos aterraban la población y ningún parroquiano osaba salir a de su casa entrada la noche.

Sostenían y sostienen los ancianos, que en las épocas en que se escuchaban esos gritos, sobrevenía muerte, miseria y ruina sobre la población. ¿Quién era la Llorona y cómo era? No. Eso no tenía respuesta. Andando el tiempo, podríamos decir, ayer, comenzaron a florecer versiones explicatorias de acuerdo a la fantasía popular, que mitificaban aún más la leyenda tales como:

"La historia de una doncella, niña bien, que empujada a la agitada corriente del amor, no supo nadar buscando la orilla, sino que por el contrario, se sumergió en el piélago de la pasión, entregándose sin reserva ninguna a su amante. De esa entrega resultó como consecuencia un embarazo. Entonces, al comentar con su amante sobre el fruto que latía en sus entrañas, El montó en cólera, evadiendo toda responsabilidad y huyendo del poblado, dejando abandonada a la desflorada doncella.

Ella, ante tal circunstancia, se llena de infinita tristeza, no hallando para su mal ninguna salida satisfactoria, comienza a consumirse envuelta en su melancolía.

Un día cualquiera decide ir a bañarse a las aguas del "Caño Tagoto" y estando bajo la fresca sombra de una ceiba gigantea, empieza a fraguar su macabro plan: EL ABORTO. Vuelve al pueblo, consulta con una comadrona amiga de su casa, por las hierbas malditas que pueden truncar una vida en gestación esto lo hace sin levantar ningún tipo de sospecha; pues, nadie, absolutamente nadie, puede pensar que ella ha entregado su virginidad. Sabida de tan terrible secreto, marcha al campo y reúne las hierbas, y por la noche cuando todos duermen en su hogar, se levanta sigilosa y prepara el fatídico brebaje, el cual consume desesperada.

A la mañana siguiente, pide permiso para salir a pasear, concedido éste, parte para el campo en busca de la sombra cómplice de la ceiba gigantea que le dio la inspiración del aborto. Ahí tendida, espera ansiosa los espasmos de agonía que le provoca el brebaje consumido la noche anterior, Revolcándose, presa de agudos dolores, sintiéndose morir, siendo la mujer más desgraciada del mundo, sufre los dolores del pecado y la angustia de la maldad; ahí, sola bajo la ceiba, cubierta por la sombra cómplice de esa silenciosa testigo, desnuda bajo la mirada de Dios, siente el desgarrar de sus carnes y el ansia de vida que reclama ese ser en formación. Trata de arrepentirse, no hay remedio, el mal estaba hecho.

Con dolores que subían en intensidad, se desprende de su interior, el hijo del pecado rodando por sus piernas, cayendo sobre el pasto todo ensangrentado, haciendo movimientos espasmódicos de vida. Transida de dolor observa aterrada a ese pedazo de su vida que acaba de malparir; desquiciada por el dolor y tal vez por su crimen, lo toma en brazos, besa al amasijo de carne sanguinolenta que es el feto -su hijo- y en sus

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