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La Llorona


Enviado por   •  29 de Octubre de 2013  •  Ensayos  •  1.877 Palabras (8 Páginas)  •  283 Visitas

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La Llorona

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.

Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.

Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.

Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.

Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.

Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija…

La creación del Sol y la Luna

Todos los dioses reunidos acordaron que dos de ellos tendrían que sacrificarse para crear al nuevo Sol. Para ello se ofrecieron Tecuciztécatl "El Señor de Los Caracoles" y Nanahuatzin, "El Purulento". Uno era la exaltación de la belleza y el otro la representación de la imperfección humana. Los dos querían ser el Sol del quinto intento en busca de la perfección humana. Para ello debían que hacer una semana de sacrificios para purificarse y entonces saltar sobre el fuego cósmico que libera a la materia y la convierte en energía.

Tecuciztécatl en vez de usar para su ofrenda las ramas de abeto y bolas de barba de pino, en donde se colocaban agudas púas de maguey con las que se punzaba el penitente; utilizó plumas de quetzal y en vez del abeto, bolas de oro con espinas hechas de piedras preciosas y en lugar de sacrificarse con las espinas de maguey, ofreció en cambio espinas preciosas hechas de coral. Tecuciztécatl no se comprometió y evadió el auto sacrificio espiritual por medio de la presentación de ofrendas materiales suntuosas. Nanahuatzin en cambio se sacrificó con verdadero compromiso y fervor, utilizando el abeto, el pino y las espinas de maguey. Uno confundió el sacrificio espiritual con la riqueza material; el otro se comprometió totalmente con su responsabilidad y sacrifico su carne para purificar su espíritu.

Llegado el gran momento, estaba allá en Teotihuacán la gran fogata cósmica rodeada por todos los dioses en donde tendrían que saltar para consumirse en el fuego liberador de las impurezas terrenales.

Primero Tecuciztécatl intentó saltar cuatro veces, pero el miedo no lo dejó. Tocó entonces el turno a Nanahuatzin quien, decidido a la primera oportunidad, saltó en medio de las grandes llamas. De inmediato, Tecuciztécatl lleno de vergüenza se arrojó a la hoguera en forma tardía.

El destino de Nanahuatzin fue convertirse en el Sol de la quinta era y Tecuciztécatl se convirtió en la Luna, porque después de haber saltado y vencer su miedo, apareció por el Oriente. Fue entonces qué los Dioses decidieron arrojarle un conejo en la cara, para que no brillara tanto como el Sol, dejándole una marca que aún hoy conserva.

A pesar de ello, el sol no se movía y las divinidades tuvieron que darse muerte para alimentarle con la energía vital encerrada en la sangre, proporcionando al astro la fuerza necesaria para emprender su recorrido diario.

Cuando todos los dioses hubieron muerto, Tonatiuh, el Sol, comenzó su interminable camino por el firmamento, pero dejo ordenado a la gente, que el pueblo, heredero directo de Huitzilopochti, realizaria masivos sacrificios humanos al Sol, para que siempre tuviera la fuerza suficiente para cruzar los cielos, y cumplir la tarea de dar la vida.

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