La Prehistoria

La Prehistoria. Pintura rupestre. Megalitismo

El arte prehistórico comprende las manifestaciones plásticas realizadas por el Homo sapiens sapiens desde la recta final de la Edad de Piedra: Paleolítico Superior (32000-9000 a. C.); Mesolítico (9000-6000 a. C.) y Neolítico (6000-3000 a. C.), hasta la Edad de los Metales: Edad del Cobre (3000-2000 a. C.) y Edad del Bronce (2000-725 a. C.)

1. Pintura rupestre

En la pintura rupestre se distinguen dos zonas según sus características: la zona franco-cantábrica y la zona levantina. Entre las múltiples interpretaciones que se han dado a las pinturas se pueden destacar dos, defendidas por los investigadores Henri Breuil y André Leroi-Gourhan.

Para Breuil las pinturas son expresiones de magia simpática que favorecen la caza. Al representar al animal en la pared de la cueva se aseguraba el posterior éxito de la batida. Los estudios demostraban que el hombre del Paleolítico cazaba renos y ciervos, animales que ocupan un lugar secundario frente al protagonismo concedido a los caballos y los bisontes. Fue esta observación la que motivó que Leroi-Gourhan rechazase la hipótesis de la magia y llegara a la conclusión de que las cuevas eran santuarios donde se realizaban ritos de iniciación relacionados con el paso de la adolescencia al mundo adulto.

Las pinturas paleolíticas de la zona franco-cantábrica se caracterizaban por representar animales de gran tamaño en posición estática y sin componer grupos. El naturalismo que poseen es consecuencia de la profunda observación del artista. La técnica es polícroma, los colores básicos son el negro, el rojo y el ocre, obtenidos mediante roca pulverizada aglutinada con grasa. Para representar el animal se aprovechaban las protuberancias de la roca para darle volumen, se siluetaba y, posteriormente, se rellenaban mediante el procedimiento del tamponado.

Las joyas más representativas del arte rupestre paleolítico son la cueva de Altamira, en Cantabria, y Lascaux, en Francia.

Las pinturas mesolíticas de la zona levantina se corresponden con la época del deshielo, momento en el hombre abandonó las cuevas por las oquedades poco profundas de los abrigos. Estas pinturas se distinguen porque no fueron realizadas para observarlas a la luz del fuego, sino iluminadas por el sol. Además, el animal comparte protagonismo con el hombre, que aparece representado a escala reducida, en actitudes dinámicas, y agrupado con otros, ilustrando el proceso cinegético: acecho, ataque y persecución. El naturalismo se abandona y aparece un esquematismo que reducirá el cuerpo humano a formas geométricas. Su técnica es monocroma, siluetando las imágenes en blanco, negro o rojo.

Ejemplos de estas pinturas pueden apreciarse en el barranco de La Valltorta, en Castellón, o en el abrigo valenciano

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