La Reforma Protestante Y Los Conflictos Europeos

Ningún gran acontecimiento de la historia occidental es tan complejo como la Reforma, en parte porque ha sido reducida sobre todo a un fenómeno de la religiosidad (aun hoy es considerada algo propio de la esfera espiritual). Sin embargo en el clima de la Reforma se encontraban incrustados, interpenetrados y estrechamente unidos lo político, lo económico, lo social, lo religioso y lo cultura, es decir, la Reforma venía a ser una especie de cocción en que casi todo aparecía implicado, de modo que lo que se califica de religioso aun era un entramado imprescindible en todas las realizaciones colectivas.

Por otra parte la Reforma del siglo XVI no solo maduro a partir de los siglos XIV y XV, sino que afectó profundamente también a todo el siglo XVII europeo, tuvo repercusiones significativas en otros continentes y en ocasiones estas se prolongaron con gran fuerza hasta el XVIII. La Reforma fue un vuelco de épocas que con todo derecho pudo determinar un antes netamente distinto del después. Participo en ella todo Occidente europeo, en gran parte directamente si no directamente, y lo hizo en todo ámbito y en cualquier esfera; a diferencia de los movimientos telúricos, sus seísmos siguieron transmitiéndose a lo largo de un siglo de una zona a otra y siguieron reapareciendo hasta el siglo XVIII.

En cuanto al luteranismo su apogeo había sido promovido por los apoyos seculares, es decir, sin ellos, su suerte habría sido completamente distinta, además Alemania en su momento no era solamente el terreno más fértil para una revuelta antirromana y antipontificia, sino que era además el más apto para lo que Lutero y sus seguidores buscaban. De modo que la gran aportación del luteranismo fue la ruptura de la unidad confesional propia del mundo católico.

La revolución luterana había provocado en los países del norte de Europa, directa o indirectamente, repercusiones no solo religiosas, sin también políticas y sociales, además de culturales. En el transcurso del siglo XV fueron aumentando la incomodidad frente al magisterio de la Iglesia y la exigencia de formular autónomamente los propios juicios morales. Por otro lado, en los siglos XIV y XV la religión había desempeñado de modo bastante inadecuado sus funciones éticas en la sociedad. Las reformas del siglo XVI se diferenciaron de las precedentes corrientes en apariencia análogas por una insólita dosis de anticlericalismo y por el puesto preponderante que adoptó la satisfacción de las necesidades de la sociedad laica y las exigencias terrenas. El punto crucial de la actitud religiosa luterana remitía a una autonomía individual que se oponía a la disciplina dogmática.

El éxito de las distintas reformas señaló el inicio de la decadencia del monopolio cultural en sentido lato, y por tanto también civil, del cristianismo en la vida de Occidente.

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