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La crisis de México, de Daniel Cosío Villegas La revolución a examen


Enviado por   •  29 de Marzo de 2014  •  Síntesis  •  1.806 Palabras (8 Páginas)  •  437 Visitas

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VII. La crisis de México, de Daniel Cosío Villegas La revolución a examen

Por Jesús Silva-Herzog Márquez

Julio 2010 | Tags: Doce libros del siglo XX mexicano Convivio literatura Artículo de opinión

En noviembre de 1946 México parecía entrar en el camino de una modernidad propia. Un abogado estaba a punto de relevar al último general que ocupaba la presidencia. Las leyes remplazarían a los balazos; el pavimento al polvo; el tractor a la yunta. En esas semanas de contagioso optimismo oficial, Daniel Cosío Villegas ponía punto final a un ensayo escrito contra la corriente. A su juicio, no había motivos para la celebración: México vivía una profunda crisis histórica. No es que hubiera problemas en tal o cual ámbito: la nación misma estaba en riesgo. La revolución había perdido rumbo, y con ella se extraviaba México.

Cosío Villegas veía en la revolución mexicana una revolución liberal, una revolución socialista y una revolución nacionalista. Pensaba que la conciliación de esos valores era, más que posible, necesaria. Para el historiador, la revolución mexicana buscó la democracia de los votos y de los controles; quiso justicia a través de la intervención benefactora del gobierno y se empeñó en fundar el orgullo nacional. Los tres emblemas de estas luchas eran Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Diego Rivera. Lograr el relevo pacífico de los gobernantes; afirmar los derechos de la mayoría; exaltar lo propio. En algunas propuestas podría asomarse el candor, pero cada una de ellas correspondía a las necesidades profundas del país. La revolución no era un movimiento intelectual, una nueva coacción de las élites: era una explosión de autenticidad. El país trazaba sus metas y eran sus propios hijos, hombres que brotaban del suelo mexicano, quienes dirigían sus empeños.

El ensayo, publicado por primera vez en Cuadernos Americanos en marzo de 1947, albergaba todo un universo crítico en semilla. Unas cuantas páginas que pasaban revista a la historia, a la política, a la economía, a la sociedad y a la cultura del México del medio siglo. Enrique Krauze lo ha considerado “el ensayo político más importante” del siglo xx mexicano y puede tener razón. En La crisis de México se conjugan la mirada del historiador y los cálculos del economista; la prudencia del liberal y las urgencias del justiciero. Un texto diáfano y sencillo que no deja de ser profundo; una pieza combativa que no simplifica; un amplio arco de reflexiones que no pierde filo en la aproximación al detalle.

Si Cosío Villegas se identificaba con las tres revoluciones, criticaba con severidad los escasos logros de, por lo menos, dos de ellas. El movimiento social estaba conformando una idea orgullosa de nación sin caer en la xenofobia, pero no condensaba prácticas democráticas ni abatía la desigualdad. La revolución ha sido sólo revolución: sólo destrucción, sólo desintegración del orden previo, sólo devastación del antiguo régimen. Esa fue su eficacia elemental: una revolución voraz y casi estéril. El historiador veía la revolución como una formidable energía de devastación, un terremoto, un torbellino violentísimo que “exterminó a toda una generación de hombres y a grupos e instituciones enteras; acabó íntegramente con el ejército y con la burocracia porfiristas; concluyó con la clase más fuerte y más rica, la de los agricultores grandes y medianos, desapareciendo así toda la alta burguesía y gran parte de la pequeña; muchas de las mejores fuentes de la riqueza nacional –los transportes, la industria azucarera, toda la ganadería, etc.– languidecieron hasta el borde mismo de la extinción; aun grandes grupos profesionales, los maestros universitarios, por ejemplo, vieron sus filas tan mermadas, que sus cuadros dejaron propiamente de existir. La revolución, en suma, creó un enorme vacío de riqueza y deshizo la jerarquía social y económica labrada durante casi medio siglo”. Creación de vacíos. La revolución fue el imperio del instinto. La razón constructiva no se ha abierto paso: Madero terminó con la dictadura pero fue incapaz de fundar democracia; Calles y Cárdenas liquidaron el latifundio sin dar origen a una agricultura moderna y productiva.

El primer fracaso de la revolución era político. El país sustituyó un despotismo con otro. Logró instituir el relevo de los gobernantes pero no hizo del voto la palanca de renovación política. El mérito de la renovación periódica no es menor: la clase política se rehace periódicamente. Pero el voto no es lo que cuenta; lo que importa es la intriga palaciega y, a veces, la violencia. El sociólogo no cree en la democracia instantánea. La imagina, más bien, como punto de llegada de un largo proceso cultural. En México, hasta la orografía conspira contra la democracia. A decir verdad, su preocupación central no era el episodio electoral, sino la razón pública: la democracia como un régimen deliberativo, como un espacio abierto a los argumentos y a la crítica. La revolución quiso airear la política, pero el régimen que engendró resultó asfixiante. El Congreso era un bulto inanimado. En México no había vida parlamentaria. El Congreso se reunía en su palacio, se renovaba puntualmente pero no era el foro de las opiniones y el muro contra la arbitrariedad. No hay una legislatura de la era posrevolucionaria que haya producido un debate memorable. La Constitución podía mudar de texto sin que la polémica ventilara el cambio. Cosío Villegas añoraba también una prensa crítica, como la que hospedó el debate público en tiempos de Juárez. Ahora los periódicos son apenas “armadores de noticias”.

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