Lapiz Del Carpintero
melinaguanez14 de Agosto de 2013
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MANUEL LLORENTE
MADRID.- Manuel Rivas (A Coruña, 1957) ha elegido la Guerra Civil para situar su última novela, El lápiz del carpintero (Alfaguara), porque la contienda «es la metáfora de todas las guerras. Quizá no seamos conscientes de ello pero se batieron enfurecidos todos los vientos de la Historia, las grandes cuestiones de este siglo y las anteriores, que se habían ido acumulando».
Pero, ¿cómo tratarlo desde hoy? Rivas no ha querido hacer «una novela histórica sino tratar el conflicto como escenario límite».
La novela también es un homenaje a la II República, que para el autor es su isla del tesoro. «Fue como una luz estelar y el resto fue luchar contra la muerte». Esta frase que le dijo Isaac Díaz Pardo, fundador de Sargadelos, recoge el espíritu de lo que supusieron, para él, esos años de nuestra historia.
El hilo recorre el testimonio de un médico [Daniel da Barca] de ideas republicanas que es encarcelado, sufre un juicio sumarísimo y es conducido dos veces al paredón, pero salva su vida milagrosamente. Está inspirado en la azarosa vida de Francisco Comesaña, a quien conoció en 1989 en Tuy. Entró en su casa a las 10 de la mañana y salió a las tres de la madrugada del día siguiente. Con su muerte, en enero del pasado año, revivió su historia y decidió contarla.
Pero el libro son muchas cosas más: un cóctel de relatos dulces, tristes, numerosos personajes secundarios que van tejiendo un tapiz con distintos hilos para conseguir reflejar que la vida es algo palpable, carnable.
«La vida es eso, construcción, como cuando en las aldeas gallegas todo el pueblo hace una alfombra de flores sobre el suelo para celebrar la fiesta de la Virgen... Tanto esfuerzo para algo tan efímero», dice buscando la palabra exacta, el sentido certero.
La lengua como amante
El libro lo escribió en gallego porque mantiene con esa lengua una relación de amante y por ahora «no tiene sentido serle infiel; es una lengua con sentido biográfico, que no he aprendido en la escuela sino que para mí es sinónimo de trabajo, de feria; está asociada con el dolor y el gozo, y no con el BOE».
Para él, su lengua le huele a sardina, a pan de maíz o a música de verbena, a mar y a estiércol. «Mi relación con las palabras es carnal y por eso no quiero contar ideas, sino sensaciones. Y para ello recurro a todos los instrumentos (o géneros) a mi alcance, y tanto hablo del preso como de su vigilante», detalla.
Y esto lo emparenta con la arquitectura de Gaudí en cuanto al uso de materiales: «El levanta un templo», agrega, «con ladrillos, restos de vidrio, materiales que se usan y se tiran; y yo uso harapos, retales... la vida como materia prima».
Rivas lleva sus consecuencias literarias hasta su propia casa pues decidió irse a vivir a la Costa de la Muerte, a Irroa, «una aldea que no aparece en el mapa. Allí, el mar muge con fuerza, es un escenario límite... Y un escenario mental».
«La invención abre ventanas a la vida»
La fantasía, las leyendas, la Santa Compaña aparecen como un elemento más de la novela. El médico asegura en el libro que él mismo ha visto vagar a las ánimas... Esa parte oculta de la vida, esa zona secreta es la que merodea el escritor en sus libros, porque «la invención abre ventanas a la vida».
El autor de ¿Qué me quieres, amor? -Premio Nacional de Narrativa 1996- considera que no hay escisión entre la tradición oral (o cultura popular) y la tradición culta. Por eso él se considera un juglar de aquéllos que contaban historias por los pueblos a cambio de un vaso de vino, un transmisor. Porque su voz arranca de una tradición que le da «alas» y urde sus fábulas con herramientas tales como el humor y la imaginación.
El
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