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Las Epidemias En El Renacimiento

perry.candy1 de Octubre de 2014

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Las enfermedades epidémicas

Entre los siglos XVI y XIX las epidemias siguieron causando estragos en Europa. Hubo brotes devastadores de tifus y peste bubónica. Las epidemias de esta primera pare de la edad moderna obligaron a los médicos a adoptar una visión realista de la medicina.

Las condiciones de salud no eran ni mejores ni peores que habían sido en siglos anteriores. Pero el estilo de vida urbano facilitaba el desencadenamiento de las enfermedades: la higiene era deficiente, había una carencia de instalaciones sanitarias, la depuración de aguas residuales era inadecuada, las ciudades estaban sucias, no existían leyes de salud pública, las fuentes de agua estaban contaminadas y la suciedad y la aglomeración humanas trajeron irremediablemente plagas de ratas, piojos y chinches, que eran portadores de infecciones.

Las epidemias de tifus se extendieron por todos los países europeos a través del comercio con el exterior. Las habitaciones oscuras contribuían a aumentar los índices de tuberculosis. Pues no se entendía el valor del aire fresco, las puertas y ventanas se cerraban cuando alguien estaba enfermo. Se bloqueaban o enladrillaban las ventanas de los hospitales y casa por razones económicas.

Una tercera parte de la población de Londres falleció durante las epidemias. La viruela fue la responsable del fallecimiento o la desfiguración de una de cada diez personas en Europa. Los emigrantes transmitieron la viruela a los nativos. Las epidemias de cólera eran frecuentes y más graves en los suburbios.

El hogar de quien contraía la peste era precintado y los miembros sanos de la familia quedaban prisioneros de la casa y de la enfermedad. El encierro solía durar como mínimo un mes. Los médicos que atendían a los apestados llevaban una extraña indumentaria: una larga bata de cuero roja o negra, guantes de cuero, una máscara con aberturas de vidrio para los ojos y un largo espolón lleno de fumigantes y antisépticos. También llevaban un recipiente con especias de olor dulce en un absurdo intento de paliar la fetidez del aire. En las calles se encendían hogueras para ayudar a purificar el aire.

La propagación de la sífilis llegó a ser tan extensa que podría catalogarse como una de las grandes plagas. Se creía que se propagaba de la misma forma (proximidad con la persona contagiada). Se desconocía la naturaleza sexual de esta enfermedad, por lo que no causaba ningún tipo de estigma social. Las actitudes sociales cambiaron rápidamente cuando la gente empezó a comprender que la sífilis se transmitía a través de las relaciones sexuales. Los cirujanos barberos trataban las úlceras sifilíticas con ungüentos que contenían mercurio; esta terapéutica resultaba extremadamente dolorosa.

Los hospitales y los reformadores

La Reforma trajo consigo un amplio movimiento, dirigido por Martin Lutero y Enrique VIII, cuya finalidad era la supresión de los monasterios. El resultado fue que la gente se quedó sin los hospitales y posadas de los que había dependido durante muchos años. Se produjo un declive en la calidad del servicio público. Los enfermos y los pobres permanecían desatendidos. Ya no existían las órdenes religiosas pues en los países protestantes habían sido suprimidas. Ni los gobernantes ni los médicos se preocuparon por elevar la enfermería o mejorar las condiciones de los hospitales.

La decadencia de los hospitales

Tras la Reforma, las actividades caritativas fueron asumidas por las distintas sectas religiosas o delegadas a las autoridades seglares.

Las condiciones insalubres predominantes den estos hospitales dieron lugar a grandes brotes epidémicos. Las camas estaban tan próximas entre sí que la limpieza se hacía imposible. El aseo de los enfermos ni se intentaba; las sangrías y las purgas eran los tratamientos habituales para cualquier dolencia. La mala gestión, el personal

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