Muerte De Juan Montalvo

Sin duda uno de los referentes más importantes de la literatura ecuatoriana y latinoamericana es el ambateño Juan Montalvo Fiallos.

Nació el 13 de abril de 1832 y desde niño su familia le inculcó valores como la energía para el trabajo, la firmeza de las ideas y la honradez. Sus dos hermanos mayores profesaban el liberalismo y eran adversarios de los sistemas dictatoriales de gobierno, de allí su interés por conocer el funcionamiento de la política y estudiar Filosofía y Jurisprudencia.

No necesitó el apoyo de la vida pública para dar el máximo relieve a su nombre, ni para contar después con el respeto y el apoyo de su pueblo, ya que su pensamiento le otorgaría la fama y el poder.

Su permanencia en Europa fue importante en su formación y su destino, volvió al Ecuador a comienzos de 1860, encontrándose con un panorama nacional nada alentador, amenazado por las fuerzas navales de Perú y en Quito con un triunvirato revolucionario cuya cabeza era García Moreno.

La desgracia del país fue criticada y juzgada duramente por Montalvo, mediante cartas al nuevo jefe de Estado que no tuvieron contestación alguna, puesto que Moreno no lo consideraba un opositor de relevancia, sin imaginar que las palabras de amenaza en sus escritos se cumplirían.

García Moreno fue asesinado en el Palacio de Gobierno el 6 de agosto de 1875 y Montalvo había ganado su primer gran duelo político: ‘Mía es la gloria. Mi pluma lo mató’ fue su primer comentario.

En 1876 se posicionó otro dictador en el país: el militar Ignacio de Veintimilla y Montalvo fue desterrado nuevamente y su réplica no se hizo esperar, escribió "Las Catilinarias". Obra en la que se muestra una parte de la realidad y donde manejó inigualablemente el insulto con más eficacia y alarde estético.

Entregado a la producción literaria, vivió sus últimos días en la pobreza en un solitario habitáculo de la calle Cardinet en París-Francia.

Corregía las pruebas de imprenta de ‘El Espectador’ cuando contrajo la dolencia que le ocasionó la muerte.

Rechazó voluntariamente la anestesia en una intervención quirúrgica de varias horas, en las que no dejó escapar de su pecho ni una expresión de dolor, pero por desgracia todo ese heroico padecimiento resultó inútil y su enfermedad empeoró.

En sus últimos momentos prefirió no recibir el auxilio religioso, creía estar en paz con Dios y consigo mismo; y cuando vio inminente su desenlace, se vistió con el mayor decoro y se sentó a esperar serenamente el instante de partir.

Una vida llena de ideales y lucha por la justicia se apagó un día como hoy hace 122 años, mas su legado sigue vigente tanto en la literatura ecuatoriana y latinoamericana, como en el pensamiento revolucionario del pueblo que tanto defendió

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