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Origenes Y Breve Historia De Los Hoteles

tavotanguero11 de Febrero de 2012

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Orígenes y breve historia de los hoteles

El origen y la historia de la hospitalidad es de gran interés y resulta fascinante. Posiblemente, los viajes y la hospitalidad comercial tienen su origen y su raison d’etre en las necesidades del comercio y del transporte en la Antigüedad. Mientras en la antigüedad más remota no había alojamientos abiertos al público en sentido moderno para ofrecer acomodación a los viajeros a cambio del precio estipulado. A los extranjeros se les ofrecía hospitalidad de un modo generalizado por ser una obligación social y un gravamen público que obligaba a los súbditos. Quienes realizaban un viaje al extranjero no estaban seguros de encontrar un recibimiento agradable. Los extranjeros eran recibidos en el establecimiento y, al partir, se les preguntaba el nombre, el domicilio permanente y el objeto de la estancia (Ver K. Lange: Die Geschichte des Gasthausgewerbes im Altertum, en Stehle: Der Hotel- Restauration- und Kaffeenhausbetrieb. Tomo 1. Heinrich Killinger Verlagsgeselschaft m.b.H. Nordhausen am Harz.) Muchos ricos de la Antigüedad competían entre sí ofreciendo libre hospitalidad a los extranjeros. En Grecia, entre el año 1000 y el 500 a. de C. se hicieron acuerdos entre estados para realizar intercambios comerciales en los que se contempló la apertura de alojamientos libres para los comerciantes. Algunos de estos antiguos estado griegos construyeron hospederías estatales en los que los peregrinos comían y se alojaban libremente. Olimpia, por ejemplo, tenía una posada que fue construida por los lacedemonios en la que se ofrecía hospitalidad a los reyes y a los embajadores de los estados amigos con origen griego. Así también en la Isla de Delos y en Delphi había posadas en las que se alojaban los extranjeros a expensas del estado.

En los primeros tiempos del Imperio Romano las posadas se construían y gestionaban a expensas del Estado y se destinaban a las necesidades del los funcionarios estatales y de los embajadores de los países extranjeros. Nerón ordenó al procurador de Tracia dedicar el edificio pretoriano para el uso de los funcionarios. Adriano tuvo que construir una calzada en el litoral del Mar Rojo, debidamente fortificada y dotada de posadas que eran mantenidas a expensas del estado. Estas posadas eran en primer lugar para los funcionarios pero que tenían suficientemente habitaciones para ofrecer a los viajeros ordinarios de paso. (Ver Friedländer: Roman Life and Manners under the Early Roman Empire, pag. 291. Routledge & Sons. Londres). Es obvio que las cosas no permanecieron invariables durante largos periodos de tiempo, sobre todo por el desarrollo del transporte y el comercio entre el próximo y el lejano Oriente. Sabemos por Rostovtzeff que “Tan pronto como aparecieron las primeras civilizaciones en los deltas del Tigris, el Eufrates y el Nilo y se desarrollaron, las caravanas de diferentes procedencias empezaron a viajar a Babilonia y Egipto. Primero llegaron los vecinos más próximos: los árabes del desierto y los habitantes de las montañas iraníes. Las caravanas de camellos. Les siguieron las caravanas de los elegantes dromedarios de Arabia que llevaban mercaderías de las montañas de Irán. Caravanas de asnos cargados procedentes de Siria y de Asia Menor, en el norte, transitaban por los valles del Tigris y el Eufrates. Al mismo tiempo, las primeras embarcaciones atravesaban los mares procedentes de Egipto y del las playas del golfo Pérsico, del sur de Arabia y de la costa de la India. Las caravanas iban cargadas con objetos que escaseaban en Babilonia y en Egipto, cosas que eran algo más que una necesidad y algo menos que un lujo en la vida cotidiana de los pueblos civilizados: piedras para erigir los templos, los palacios y las ciudades, cobre para fabricar armas, aperos de labranza y herramientas para la industria. Oro y plata, marfil, maderas nobles, piedras preciosas, perlas, incienso para los dioses y para la cocina. En Siria y Capadocia, en la meseta iraní y en la India, en el sur y en el centro de Africa, estos productos eran abundantes y, a cambio de ellos, las sociedades civilizadas les enviaban productos elaborados de metal como armas para la caza y la guerra, colorantes artificiales, vasos, vino, dátiles, aceite y pastelería. Los alimentos eran especialmente aceptados por los mal alimentados beduinos del desierto. Más tarde surgió un comercio similar entre países civilizados, pues era imposible para ellos evitar el comercio de sus productos más novedosos. De este modo, Babilonia enviaría sus últimas novedades a Egipto, y Egipto las suyas a la India. Es evidente que debió contemplarse la necesidad de atender el alojamiento y la protección de aquellos auténticos ejércitos de mercaderes con sus animales de carga y sus costosas mercancías, y por eso encontramos a lo largo de las antiguas rutas comerciales cómo surgían los refugios, amplias plazas de edificios que parecían fuertes desde lejos (Stehle, Sarkis). Estos refugios de caravanas eran construidos por los reyes, sátrapas, caudillos o filántropos con el fin de fomentar el comercio y defender las caravanas de los ladrones, o bien para que sirvieran de lugares de descanso para los correos o para fines militares. En algunos casos, se construían para conseguir la gratitud de los hombres y la bendición de los dioses (Sarkis).

Inevitablemente con la mejora generalizada de las condiciones económicas y con la expansión del comercio, la hospitalidad privada y la hostelería pública se demostró que eran inadecuadas. Los alojamientos públicos comenzaron a aparecer durante el Imperio Romano, localizándose a lo largo de las rutas comerciales y de las principales vías públicas. (Sthele, Friedländer, Sarkis). La mayor parte de estos alojamientos eran de tercera clase puesto que en ellos se atendían solo a las clases más pobres. Los alojadores tenían una muy mala reputación; para la policía estaban considerados al mismo nivel que los ladrones y los jugadores profesionales pues eran mentirosos y tramposos, adulteraban el vino y robaban la avena del pienso de las caballerías de los huéspedes. Los alojamientos no eran a menudo más que prostíbulos (Friedländer, Sarkis, Stehle). en los ligares comerciales más concurridos y en los centros de recreo del litoral había sin embargo hoteles bastante buenos. Por ejemplo, en Bernice, en el Alto Egipto, en el Mar Rojo, el mercado más importante para productos de la India y de Arabia, en el canal en Canobus y en Carura, en la frontera de Frigia y Caria, donde la primavera era cálida se podían encontrar hoteles de lujo para ricos (Friedländer, Stehle).

Con la decadencia y caída del Imperio Romano y con la consiguiente disminución del comercio, la demanda de alojamientos también disminuyó. Fue entonces cuando la hospitalidad privada volvió a imponerse, pero ahora lo hizo con un carácter diferente. Se basó en la ética cristiana y se centró en las instituciones monásticas, que llegaron a convertirse en el columna vertebral de la civilización, el comercio y la industria. Se consideraba como parte de las obligaciones de quienes se habían adherido al cristianismo el tomar la iniciativa de ofrecer a todos los extranjeros libre e indiscriminada hospitalidad (Ver Sarkis, pág. 32; Glücksmann: Das Gasttättenwesen, pp. 4-6; Dra. Johanna Kachel: Herberger und Gastwirtschaft in Deutschland bis zum 17. Jahrhunder. Vierteljahrschrift für Sazial und Wirtschaftgeschifte Band, 18-1, 1925, pp. 19 y sig.)

Desde la caída del Imperio Romano hasta los siglos X-XI, la caridad asumió diferentes formas “y cada monasterio se convirtió en el centro desde el que se irradiaba. Los monjes respetaban a los nobles, protegían a los pobres, cuidaban a los enfermos, redimían a los cautivos y consolaban a los que sufrían estuvieran donde estuvieran (Ver Lecky: History of European Morals, Vol. II, pag. 84)

Durante este periodo, la hospitalidad privada estaba protegida por los estatutos y se practicaba voluntariamente (Ver Glücksmann: Das Gaststättenwesen, p.6; Sarkis; Kachel, op. cit. pp. 6-19). Junto a esta hospitalidad privada y religiosa estaban también los establecimientos que prestaban sus servicios mediante el pago de un precio a quienes lo desearan (Kachel, ob. cit. pag. 26).

Las Cruzadas dieron un fuerte impulso al comercio, y la decadencia de las instituciones religiosas estimuló la aparición de establecimientos que daban servicio de alojamiento mediante el pago de un precio. Desde los siglos XII y XIII vemos como la función hospitalaria de la iglesia pasa a manos seglares y, debido a la fuerte demanda (Kachel, pp. 33-34 y 43; Sarkis, pp. 60-61) unida a los abusos generalizados por parte de la nobleza, comerciantes, lisiados, mendigos, vagabundos y otros huéspedes, los monasterios y los particulares fueron gradualmente exonerados de la obligación de ser hospitalarios con unos y con otros (Johanna Kachel pp.43 y s.). Con el crecimiento de las ciudades y con el desarrollo de centros comerciales, culturales y religiosos se asiste a la apertura generalizada de alojamientos. Ya en el siglo XV las posadas eran un sector bien diferenciado de los establecimientos mercantiles (Kachel, pp. 48 y 68; ver también la voz “Hotel de la Enciclopedia de las Ciencias Sociales). Durante las centurias XVI XVII y XVIII, las posadas surgieron por doquier como consecuencia del desarrollo de la actividad comercial y de la industria bajo el sistema mercantilista. A fines del siglo XVIII, ya había posadas en todas las ciudades, pero tenían un nivel de calidad muy bajo. Keynes Moryson (Travels, Parte I, pp. 43 y 169) cita diferentes ocasiones en las que se vio obligado a compartir la cama con otros huéspedes. Mientras Keysler encontró buenas posadas en Suiza y en Milán, las que encontró en Turín y en Génova fueron muy malas (Keysler,

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