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Poema


Enviado por   •  5 de Octubre de 2015  •  Ensayos  •  619 Palabras (3 Páginas)  •  127 Visitas

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Insustituiblemente risueña

Un dulce antojo

Cuatro abriles calzan aquellos zapatos negros que parecen haber sido hurtados por la espontaneidad. Intenta, aunque sea así, poder recorrer el largo camino de papá. Osada e inmadura como la fruta que sostiene entre sus dedos, ella posa ante el lente de mamá y la eternidad en una tibia tarde de verano.

Un metro y diez de dorada picardía se deslumbra en el recinto como si una extraviada superestrella tratara de atravesar el umbral con extrema timidez. Así de inmediata y perpetua, su imagen proyecta la mirada inquieta e insustituiblemente risueña  de su corta edad.

Quince kilos dan silenciosos y  tambaleantes pasos que parecen no haber querido despertar sospecha alguna tras una inocente travesura. “Solo tenía un poco de hambre”, le dice ese pequeño rostro, sin palabras, sin excusas, solo con su instinto de cándida criatura que se inmoviliza ante el adulto, eternamente, reprochador.

Sus frágiles piernas son cubiertas por un blanco y gastado short, mientras que sus enjutos brazos de infante quedan ávidos de conocer el mundo sin barreras. Uno de ellos busca el apoyo sobre el marco de una puerta de cocina, en tanto que el otro, doblado, sostiene un dulce antojo que alguien olvidó, y ahora ella, con algún esfuerzo, lo coge entre sus voraces dedos.

Los toques rojos de su blusa veraniega afianzan, alegremente,  el color  de sus finos labios, una ventana que muestra a pequeños soldadillos a punto de empezar una lid. Luego, sus cabellos negros, esponjosamente ordenados, parecen no obedecer la armonía de su cuerpo, de su rostro, ni de su gancho carmín que apenas logra sujetar la centésima parte de su cabellera forestal.

Detrás de ella, la oscuridad aprisionada le otorga protagonismo a sus ojos vivaces e inquieta sonrisa. Las paredes crema, el piso negruzco son amordazados espectadores de una dulce escena sin igual.


Victoria en Dos de Mayo

Probablemente, tú no veas lo mismo que yo, no sientas como yo, no sepas lo que yo sé y no admires lo mismo que yo. Que nueve peldaños me separan de una complicada, pero asequible balaustrada. Parece esforzarse día y noche, a través de sus negruzcos contornos y recovecos,  por retener en la memoria retazos de orgullo que nuestra aciaga historia nos mezquina con razón. Sobre una robusta base, un combate se libera; entre espadas, cañones, revólveres y gotas de sudor, nuestros hombres se han perpetuado inscritos en una oscura franja que rodea al impávido mármol y honrosas placas metálicas. Al ascender, mi mirada intercepta un capitel sobre el que se alza una columna en la que cuatro figuras humanas cubiertas de mantos con vocación de agentes de seguridad  rodean el cuadrilátero en su afán de protección, y a sus pies yacen maltrechos hombres vencidos por la implacable fuerza de su unión. Sobre ellas, una fina torre artísticamente ornamentada, flaca, bella y altiva se mantiene erguida, a pesar de nuestra ennegrecida ignorancia e indiferencia heredada.

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