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Srios Y Libaneses En Santiago


Enviado por   •  25 de Octubre de 2013  •  2.984 Palabras (12 Páginas)  •  299 Visitas

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Sirios y libaneses en Santiago del Estero.

Una crónica de inmigrantes*

Alberto Tasso**

Los dibujos de la crónica menuda son más apropiados que el perfil abstracto del proceso inmigratorio para iniciar un relato sobre los árabes sirios y libaneses que convergieron sobre la mediterránea Santiago del Estero entre 1900 y 1930. Cierto es que había ya pobladores de ese origen desde 1883: Juan Farías, agricultor y molinero en la vieja Villa Loreto, esa que se llevó el desborde del río Dulce en 19081; Santiago Jorge Nassif en Icaño, el mismo que apenas venido tuvo participación en la Revolución del ´90 y que un tiempo después volvió al Líbano a buscar a su esposa y a su hijo2; Pedro Zain en la capital, que junto con su hermano Domingo regenteaba el almacén y tienda “La Amistad” en Tucumán casi esquina Pellegrini, frente al mercado Armonía, cuyo aviso a dos columnas aparece desde el primer número de El Liberal3. A estos tres pioneros cabría agregar otros cuyo recuerdo ha corrido la misma suerte que “las arenas que la vida se llevó”, según establece un tango célebre, antes que arrastrado por las aguas del río Dulce. Esos nombres podrían cifrar otras tantas historias particulares, no tan diferentes, no tan semejantes, a las de quienes acabamos de nombrar.

Un interesado en la dinámica de las migraciones, sea un investigador o un curioso –calidades que no tienen por qué ser consideradas enteramente diferentes- debe entenderse tarde o temprano con historias particulares, con pruebas y sufrimientos personalizados, con nombres de buques que permanecen en la memoria hasta el día de la muerte. Hablar de un “proceso migratorio” en general, es siempre una manera educada de escamotear al interlocutor el componente verdadero de tal migración, que son los sucesos personales.

Pues bien, tales historias comienzan a multiplicarse en Santiago después de 1900, según las referencias de la historia accesible. Sabemos que en 1908 aumenta la inmigración de sirios y libaneses al papis, al debilitarse el poder de la Puerta Imperial y al tornarse legal el camino hacia América; que entre 1914 y 1918 la guerra disminuirá este flujo4; y que nuevamente se acentuará entre 1919 y 1930, lapso en el cual se radicó en Santiago la mayor parte de la comunidad árabe.

Para entonces, esta comunidad era lo suficientemente grande como para atraer a otros connacionales, familiares o no de los ya establecidos5.

Santiago del Estero fue uno entre los varios puntos de concentración que ofreció el territorio; en 1914 el III Censo Nacional consignaba la presencia de 1,748 otomanos, que representaban algo más del 3% respecto de los 52.563 que para entonces se distribuían en once provincias y la Capital federal. Solamente esta última, más las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, reunían el 80% de esa cifra; el restante 20% estaba radicado en Cuyo, el noroeste y el nordeste. Lo otomanos que vivían en Santiago ese año constituían el 0,7% de la población total; presumimos que, a pesar del aumento de la inmigración de ese origen en la siguiente década, hacia 1930 no llegaban a superar el 3% de la población provincial6.

Mi propósito en este artículo es describir cómo y dónde se instaló –física y económicamente- esa fracción de la población que a la fecha era el 18,6% del total de extranjeros; cómo se vieron a si mismos y cómo fueron vistos por los demás; y cómo fueron vistos por los demás; y cómo fueron poco a poco ganando espacio en la sociedad local.

Instalación

Puede llamarse período inicial o de instalación de los sirios y libaneses en Santiago, al caracterizado por la llegada de los pioneros, el inicio de la actividad económica bajo la forma predominante –pero en modo alguno exclusiva- de la venta ambulante, y la expansión por el interior de la provincia.

Dice Luis Assís: “Con toda seguridad, los primeros inmigrantes de origen árabe que hollaron el suelo santiagueño, fueron libaneses; es probable que lo hayan hecho alrededor del año 1884; se establecieron al principio en la ciudad capital y el viejo Loreto (...); desde allí fueron estableciéndose en las localidades y estaciones de la zona de influencia de los Ferrocarriles Central Córdoba y Central Argentino, hoy Manuel Belgrano y Bartolomé Mitre. En cambio, los árabes de origen sirio arribaron una década más tarde, o sea alrededor de 1895, estableciéndose en las localidades y estaciones de la zona de influencia del Ferrocarril Norte (hoy Manuel Belgrano); pero tanto ellos como los libaneses, después de haber recorrido de a pie, a lomo de mula o entrenes de carga (cuando hubo líneas férreas) hasta el último y más alejado rincón de nuestro territorio provincial, se establecieron en el paraje que más les convenía”.7

Hacía 1914, no había un solo departamento en la provincia donde no viviese al menos un sirio o un libanés; sin embargo, en Mitre no había españoles ni italianos en Atamisqui, aunque esos inmigrantes eran, en ambos casos, más numerosos que los árabes. Estos prefirieron la residencia urbana: el 73,6% vivía entonces en localidades de 1.000 y más habitantes, tasa que es considerablemente más alta que la exhibida por otros grupos nacionales, y que la del conjunto de la población: sólo el 26,2% habitaba áreas urbanas.

Sus actividades, sin embargo, los llevaban permanentemente al campo y a los suburbios. La venta ambulante incluyó ramos diversos, desde ganado hasta telas, aunque prefirió estas últimas. Ejercida casi con exclusividad por sirios y libaneses, entre quienes predominaba la profesión de comerciantes respecto de otros inmigrantes, según los datos de Juan A. Alsina8, contribuyó a difundir pautas de consumo hasta entonces restringidas a los sectores medios y urbanos. La importación de una amplia gama de productos manufacturados se había hecho habitual en la Argentina desde fines de siglo, pero tales productos sólo se vendían en las grandes ciudades y su distribución se veía limitada por una red comercial aún pequeña y poco especializada. Los avisos publicitarios en la prensa de Santiago a comienzos de siglo muestran el carácter de la experiencia comercial que entonces se ensayaba: informar y mostrar para vender. No cabe duda de que algunos rubros –principalmente el textil- fueron activamente movilizados por la venta casa por casa que los árabes efectuaban.

Uno de nuestros entrevistados, que fue vendedor ambulante en 1937 y 1938, ilustra con algunas precisiones el origen de la mercadería que llevaba: “Llevábamos telas rústicas, como el lienzo, telas para sábanas, el cotín para colchones o telas para mantel. El bramante era una tela durable que

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