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TONICA Y MARAVILLA DE LA LEYENDA


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2015  •  Monografías  •  32.641 Palabras (131 Páginas)  •  109 Visitas

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JOSE EULOGIO GARRIDO ESPINOZA

CARBUNCLOS

LIMA – PERU

1945

TONICA Y MARAVILLA DE LA LEYENDA

Una vez, hace muchos años, cuando la madre hacía aún en el hogar dulce agua de ternura para nosotros, tuve un sueño. Soñé que era dueño de un cerro; de un cerro que era varios cerros a la vez, entretenidos todos ellos en conjugar verbos de nubes en el cielo, barajando vientos y lejanías en el cielo, o mirando, desde su indolente severidad de piedra, a la iglesia, a la calle, a la escuela, a la casa y a ese hilo de agua de la acequia que zurcía los rumores del pueblo, repitiendo los chismes de las gentes y urdiendo comentarios y leyendas de agua entre las piedras.

Y soñé con ser dueño de un cerro y de una leyenda. De una leyenda que bajara de ese mismo cerro, pero desde donde los misterios y los encantamientos de sus voces de piedra, no fueran precipitadas para asustamos en la infancia, que no quiere acostarse ni dormir por el temor y el miedo de perder su cerro.

"Carbunclos", este libro de José Eulogio Garrido, me ha traído al recuento de los años menores, de esas cosas que ya tenía olvidadas; como la prima aquella de mis primeros besos, como los muebles y los rincones de la vieja casa del pueblo donde jugamos tanto.

Este libro de Garrido, es un regreso a la infancia, que dejó de ser niño, que se alejó de la aldea y que repasa ahora como una lección en los gastados libros de la memoria. Porque hay todavía una infancia en el cerro "Pundin" y en el "Pariacaca"; en el cerro "Guamaní", en el cerro "Quispampa" y en el "Güitíligùn". Una infancia que; como tal, es toda una vida.

Ellos, los cerros, le dan tono de misterio, de inquietud, de sugestiva atracción, y se definen en la leyenda misma, como si el espíritu del niño, que intentaba, desde sus altas cumbres, seguir "la ruta del sol", mirarse en el espejo de la luna o destender la cama del cielo y hacer ruido con los cascabeles de los luceros, estuviera dirigiendo el concierto y la orientación de cada uno de los pasajes de "Carbunclos".

No voy a analizar los temas ni el sentido de la obra de Garrido. Quede ese alegato para la crítica, no para mí, que me siento volver a los estudios de una geografía de tiempos, en que el alma no tenía tanto rescoldo de agitación y mal vivir, ni tan ardida ceniza de pasión y tristeza.

Ante todo, José Eulogio Garrido es un poeta. Si esta obra suya está organizada en líneas diferentes o fuera del aforo regular, que en la característica del verso es antagónico y abre controversia, en cambio tiene en sí la poesía misma, en permanente y vigilante constatación musical dentro del paisaje, que contribuye con incalculables y múltiples aportes de fantasía, de emoción, de cándida niñez, de inocente ruralidad y de lírica ingenuidad escolar, a la formación de estos relatos de "Carbunclos". En uno de ellos, a la sombra del patio familiar, le oímos decir: "Una cabalgata de nubarrones corría piáfate sobre los cerros del Sur, bajos y plácidos. Sus crines revueltas parecían ovillos enredados de hilos de plata".

La poesía de "Carbunclos" reside en aquello que tiene de espiritual, que no es la Noche Buena del único diciembre de los años, sino la sugestiva y vital animación de su Navidad, la atrayente y sutil realización de su festival íntimo, la nítida y dulce perspectiva pascual del Nacimiento. Todas estas cosas, están en desacuerdo con la técnica de los profesionales del ritmo, de la rima, el consonante desconsolador y cautivante, sienten la disconformidad por la obligación o por la lealtad a la costumbre, aun cuando existe, como un deber, el sentido real de la armonía que uniforma sentimientos dentro de la libertad de los principios.

Discutir en Garrido al poeta y al intelectual, es ignorar la poesía

que hay en la prosa de Garrido. Todas sus narraciones llevan una lirica, una acústica, que los silencios, empeñados en no oírse ni ellos mismos, hacen alto en los vacíos egoístas del viento, para saber qué poesía cuenta la prosa de Garrido. Vallejo encontró las mismas emociones para sus versos. Afinidad en el tema únicamente. Ni el uno, ni el otro, se atraviesan en el camino. Cada cual tiene su conciencia de viajero en conquista sobre los motivos permanentes. Vallejo es el poeta de una raza y la emoción de una raza. Garrido es el poeta de una prosa que tiene la raza de esa emoción. Ambos hacen pascana en aspectos locales, que son aldeas y pueblos: que son costumbres familiares. Por donde andan los mismos cielos, los mismos vientos, la misma gente de esa niñez qua tienen los poetas y que ahora salen a tomar soles de tiempo y de recuerdo, en este andar de los años, como para decirnos: "La iglesia muy llena de sí misma como las indias cuando recién se ponen su rebozo nuevo y su sombrero lleno de cintas, recorta su silueta sobre el telón obscuro del cielo…"

Hay estancias en los relatos de Garrido, que sostienen, no solamente una leyenda, Sostienen una legislación de la belleza, como si la constitución de la lírica anduviera dentro de su crédito legal. Repaso de cosas que los viejos pusieron en tránsito de miedo, para asustar a los niños, pero el miedo de los niños de la infancia de Garrido, le da ahora conciencia y corporeidad. Hay cuadros en "Carbunclos", donde el miedo nos ausenta de la realidad de la vida, para llevamos a la realidad de la leyenda, que es otra vida. Garrido es el mejor intérprete del pánico, el mejor expositor del cáustico que es el miedo:

"-Aay!... Aaaaaay!... ¡Aaay!

La leña crepitó, crepitó, crepitó.

Nuestras miradas, pasaron de la puerta cerrada al fogón.

Una pausa larga… larga… larga

Afuera canto una lechuza.

Pávidos nos miramos unos a otros y estuvimos a punto gritar".

El lector mismo puede ir con su propia imaginación constatando lo que digo. Allí está "El duende". Muy pequeño, muy evasivo, muy inmaterial, el mismo duende que yo tuve en mi huerto, en el molle aquel de "Ventarrón", bajo cuya sombra jugábamos en el día, y en las noches

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