Tolteca
leti12Informe14 de Enero de 2014
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El concepto de familia tolteca está claramente visible en la palabra náhuatl “cencalli” donde –cen- significa “enteramente juntos” y calli –casa-. De donde se desprende que cencalli significa “la casa grande de los que viven enteramente juntos”.
Otra palabra que nos permite entender la dimensión de familia tolteca es, -cenyeliztli- entendida como “estado o naturaleza de quienes viven entera y conjuntamente”. Finalmente, para entender el concepto de familia necesitamos recordar el vocablo –calpulli-, que significa “gran casa”, lo que implica un conjunto de familias que viven entera y conjuntamente. La familia representa el núcleo fundador de la conciencia del individuo, el segundo será la comunidad. Esta es la razón por la cual la esencia de la educación surge en el seno materno. El padre y la madre tendrán como objetivo sustantivo la educación de los hijos, en el Códice Matritense del Real Palacio, tomamos estas descripciones:
El padre de gentes todo lo cuida,
es compasivo, se preocupa,
de él es la previsión,
él es el que da apoyo,
con sus manos protege.
Cría, educa a sus hijos,
los enseña, los amonesta,
les muestra cómo han de vivir.
Les pone delante un gran espejo,
los hace verse en un espejo de dos caras.
Es como gruesa tea que no ahuma.
…
La madre de familia:
tiene hijos, los amamanta.
Su corazón es bueno, vigilante,
diligente, cava la tierra,
tiene ánimo, vigila.
Con sus manos y su corazón se afana,
educa a sus hijos,
se ocupa de todos, a todos atiende.
Cuida a los más pequeños.
A todos sirve,
se afana por todos, nada descuida,
conserva lo que tiene,
no reposa.
Como se observa el atributo principal de ser padre o madre es la educación de los hijos. En efecto, los niños eran amados y queridos por la familia, los parientes y la comunidad. Desde el mismo momento del nacimiento comenzaba una serie de ceremonias con discursos ancestrales, en donde se recordaban, una y otra vez, los valores y principios.
“La educación del niño empezaba el día de su nacimiento con discursos por parte de los padres y familiares que predecían su destino. Aunque considerados como adultos pequeños y ciudadanos con todos los derechos desde el momento del nacimiento, los niños eran tratados con gran afecto y eran llamados “joyas sin precio” o “plumas preciosas”.
La educación doméstica, que empezaba después del destete, a los tres o cuatro años, tenía como propósito inducir al niño las técnicas y obligaciones de la vida adulta tan pronto como era posible. Un mundo en el que el trabajo manual era común a todos, ofrece al niño la oportunidad de participar en actividades adultas mucho más tempranamente que, por ejemplo en nuestra cultura mecanizada. Los padres supervisaban el entrenamiento de los niños y las madres instruían a las mujeres.
Hasta los seis años escuchaban frecuentes y repetidas homilías y consejos, aprendían el uso de los implementos caseros y hacían trabajos domésticos.
Los sueños recibían trabajos pronto podía encaminar y a un infante se le hacían cargar pequeños pedazos de manera; con el tiempo el peso iba creciendo y aumentaba la ayuda que prestaban en las labores domésticas llevando agua y leña, arribando el fuego y barriendo. En la casa la educación estaba dividida de acuerdo con el sexo: el padre enseñaba al hijo sus deberes, mientras la madre instruían a la niña en la molienda de maíz, en hacer tortillas y en el tejido de la ropa.
Los niños aztecas eran constantemente apremiados con prolongados discursos acerca de su destino y sus deberes morales y éticos.” Max Shein,
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