ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

A Garcia Marquez Le Atribuian


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2014  •  1.626 Palabras (7 Páginas)  •  328 Visitas

Página 1 de 7

A García Márquez se le atribuían anécdotas singulares y hasta profecías; incluso murió un Jueves Santo, como Úrsula Iguarán, su personaje de Cien años de soledad. Lo curioso es que en sus artículos periodísticos –incluidos los que publicó con regularidad en Proceso entre 1977 y mediados de los ochenta– también supo divertirse con las ocurrencias de sus sosias e imitadores que pululaban por el mundo, como lo relata en el siguiente texto, publicado en este semanario el 15 de febrero de 1982.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Hace poco, al despertar en mi cama de México, leí en un periódico que yo había dictado una conferencia literaria el día anterior en La Palma de Gran Canaria, al otro lado del océano, y el acucioso corresponsal no sólo había hecho un recuento pormenorizado del acto, sino también una síntesis muy sugestiva de mi exposición. Pero lo más halagador para mí fue que los temas de la reseña eran mucho más inteligentes de lo que se me hubiera podido ocurrir, y la forma en que estaban expuestos era mucho más brillante de lo que yo hubiera sido capaz. Sólo había una falla: yo no había estado en La Palma ni el día anterior ni en los 22 años precedentes, y nunca había dictado una conferencia sobre ningún tema en ninguna parte del mundo.

Sucede a menudo que se anuncia mi presencia en lugares donde no estoy. He dicho por todos los medios que no participo en actos públicos, ni pontifico en la cátedra ni me exhibo en televisión, ni asisto a promociones de mis libros ni me presto para ninguna iniciativa que pueda convertirme en un espectáculo. No lo hago por modestia sino por algo peor: por timidez. Y no me cuesta ningún trabajo, porque lo más importante que aprendí a hacer después de los 40 años fue a decir que no cuando es no. Sin embargo, nunca falta un promotor abusivo que anuncia por la prensa, o en las invitaciones privadas, que estaré el martes próximo a las seis de la tarde en algún acto del cual no tengo noticia. A la hora de la verdad, el promotor se excusa ante la concurrencia por el incumplimiento del escritor que prometió venir y no vino, agrega unas gotas de mala leche sobre los hijos de los telegrafistas a quienes se les sube la fama a la cabeza, y termina por conquistarse la benevolencia del público para hacer con él lo que le da la gana. Al principio de esta desdichada vida de artista, aquel truco malvado había empezado a causarme erosiones en el hígado. Pero me he consolado un poco leyendo las memorias de Graham Greene, quien se queja de lo mismo en su divertido capítulo final, y me ha hecho comprender que no hay remedio, que la culpa no es de nadie, porque existe otro yo que anda suelto por el mundo, sin control de ninguna índole, haciendo todo lo que uno debiera hacer y no se atreve.

En ese sentido, lo más curioso que me ha ocurrido no fue la conferencia inventada de Canarias, sino el mal rato que pasé hace dos años con Air France a propósito de una carta que nunca escribí. En realidad, Air France había recibido una protesta altisonante y colérica, firmada por mí, en la cual yo me quejaba del mal trato de que había sido víctima en el vuelo regular de esa compañía entre Madrid y París, y en una fecha precisa. Después de una investigación rigurosa, la empresa había impuesto a la azafata las sanciones del caso, y el departamento de relaciones públicas me mandó a Barcelona una carta de excusas, muy amable y compungida, que me dejó perplejo, porque en realidad yo no había estado nunca en ese vuelo. Más aún: siempre vuelo tan asustado, que ni siquiera me doy cuenta de cómo me tratan, y todas mis energías las consagro a sostener mi silla con las manos para ayudar a que el avión se sostenga en el aire, o a tratar de que los niños no corran por los pasillos por temor de que desfonden el piso. El único incidente indeseable que recuerdo fue en un vuelo desde Nueva York en un avión tan sobrecargado y opresivo que costaba trabajo respirar. En pleno vuelo, la azafata le dio a cada pasajero una rosa roja. Yo estaba tan asustado, que le abrí mi corazón. “En vez de darnos una rosa –le dije– sería mejor que nos dieran cinco centímetros más de espacio para las rodillas”. La hermosa muchacha, que era de la estirpe brava de los conquistadores, me contestó impávida: “Si no le gusta, bájese”. No se me ocurrió, por supuesto, escribir ninguna carta de protesta a una compañía de cuyo nombre no quiero acordarme, sino que me fui comiendo la rosa, pétalo por pétalo, masticando sin prisa sus fragancias medicinales contra la ansiedad, hasta que recobré el aliento. De modo que cuando recibí la carta

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (9.1 Kb)  
Leer 6 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com