Garcia Marquez
Ray10168 de Octubre de 2012
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Yo no vengo a decir un discurso
Gabriel García Márquez
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ÍNDICE
La academia del deber ........................................................................................................ 4
Cómo comencé a escribir..................................................................................................... 6
Otra patria distinta ............................................................................................................ 10
La soledad de América Latina ........................................................................................... 12
EL cataclismo de Damocles ............................................................................................... 19
Una idea indestructible ..................................................................................................... 24
Mi amigo Mutis ................................................................................................................. 29
El argentino que se hizo querer por todos ......................................................................... 36
América Latina existe ........................................................................................................ 40
Una naturaleza distinta en un mundo distinto al nuestro ................................................ 46
Periodismo: el mejor oficio del mundo .............................................................................. 50
Botella al mar para el dios de las palabras ....................................................................... 58
Ilusiones para el siglo XXI .................................................................................................. 61
La patria amada aunque distante ..................................................................................... 63
Un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano ......................................... 67
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LA ACADEMIA DEL DEBER
Generalmente, en todos los actos sociales como éste, se designa a una persona para que diga
un discurso. Esa persona busca siempre el tema más apropiado y lo desarrolla ente los
presentes. Yo no vengo a decir un discurso. He podido escoger para hoy el noble tema de la
amistad. Pero ¿qué podría deciros de la amistad? Hubiera llenado unos cuantos pliegos con
anécdotas y sentencias que al fin y al cabo no me hubieran conducido al fin deseado. Analizad
cada uno de vosotros vuestros propios sentimientos, considerad uno por uno los motivos por
los cuales sentís una preferencia incomparada por la persona a quién tenéis depositadas todas
nuestras intimidades y entonces podréis saber la razón de este acto.
Toda esta serie de acontecimientos cotidianos que nos ha unido por medio de lazos
irrompibles con este grupo de muchachos que hoy va abrirse paso en la vida, eso es la amistad.
Y es eso lo que yo os hubiera dicho en este día. pero repito, no vengo a decir un discurso; y
sólo quiero nombraros jueces de conciencia en este proceso para luego invitaros a compartir
con el estudiantado de este plantel el doloroso instante de una despedida.
Aquí están listos para partir, Henry Sánchez, el simpático D’Artagan del deporte, con sus tres
mosqueteros Jorge Fajardo, Augusto Londoño y Hernando Rodríguez. Aquí están Rafael
Cuenca y Nicolás Reyes, el uno como la sombra del otro. Aquí están Ricardo González gran
caballero del tubo de ensayos, y Alfredo García Romero, declarado individuo peligroso en el
campo en el campo de todas las discusiones: juntos, ejemplares vidas de la amistad verdadera.
Aquí están Julio Villafañe y Rodrigo Restrepo, miembros de nuestro parlamento y nuestro
periodismo. Aquí Miguel Ángel Lozano y Guillermo Rubio, apóstoles de la exactitud. Aquí
Humberto Jaimes y Manuel Arenas y Samuel Huerta y Ernesto Martínez, cónsules de la
consagración y buena voluntad. Aquí está Álvaro Nivia con su humor y con su inteligencia. Aquí
están Jaime Fonseca y Héctor Cuéllar y Alfredo Aguirre, tres personas distintas y un solo ideal
verdadero: el triunfo. Aquí Carlos Aguirre y Carlos Alvarado unidos por un mismo nombre y por
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el mismo deseo de ser orgullo de la patria. Aquí Álvaro Baquero y Ramiro Cárdenas y Jaime
Montoya, compañeros inseparables de los libros. Y, finalmente, aquí están Julio César Morales
y Guillermo Sánchez, como dos columnas vivas que sostienen en sus hombros la
responsabilidad de mis palabras, cuando yo digo este grupo de muchachos está destinado a
perdurar en los mejores daguerrotipos de Colombia. Todos ellos van a buscar la luz impulsados
por un mismo ideal.
Ahora que habéis escuchado las cualidades de cada uno, voy a lanzar el fallo que vosotros
como jueces de conciencia debéis considerar: en nombre del Liceo Nacional y de la sociedad,
declaro a este grupo de jóvenes, con las palabras de Cicerón, miembros de número de la
academia del deber y ciudadanos de la inteligencia.
Honorable auditorio, ha terminado el proceso.
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CÓMO COMENCÉ A ESCRIBIR
Primero que todo, perdónenme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro
el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de
mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte a treinta personas, no delante de
doscientos amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me
permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser
escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo
posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una
pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me
ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una
reunión tan formal como ésta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas
partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les
puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.
A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante,
Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó
una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se
veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él
se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores
viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad ‐dijo‐ es que no hay jóvenes que
escriban.
A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación
y resolví escribir un cuento, nomás por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi
gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo
mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el
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periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda
reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con «ese cuento surgía el genio de
la literatura colombiana» o algo parecido. Esta vez sí que me enfermé y me dije: «¡En qué lío
me he metido! ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?».
Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas:
estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.
Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco
libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se
practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede
compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de
trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder
escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea
que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya
madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de
Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola), cuando la tengo terminada,
repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me
aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas
y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o
al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas.
Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios
años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente
cuando la escriba, no sé cuándo, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán
observar en qué forma evolucionó. Imagínense
...