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Los Hombres De Celina


Enviado por   •  17 de Octubre de 2011  •  702 Palabras (3 Páginas)  •  1.087 Visitas

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Los hombres de Celina”, premio “La República” en 1983, sería, en principio, la crónica de una maternidad sin parto y de un amor sin sexo. De una singular adopción que podría, sin embargo, resultar simbólica de la esencial actitud femenina ante el hombre, el “eterno hijo”; el que en una forma u otra regresa siempre al regazo femenino. (No en vano ha dotado Halley Mora a su Celina de atributos físicos que recuerdan vagamente los de las Diosas Madres).

Celina marcha, en ese empeñoso modelado que se ha propuesto, de Carlos Salcedo y, a su manera, hacia la completitud de una vocación materna que la vida truncó en sus arranques más legítimos y simples.

Pero la historia de Celina, ejemplo límite de vocación maternal, es, necesariamente, por contrapartida y a un tiempo, la historia del que, a través de Celina, mediante ella, realiza sus sueños ambiciosos. Sueños mal o nada definidos -aquí está su “pecado capital”- que adoptan del comienzo, la forma elemental de la fuga. Una fuga seguirá siendo la trayectoria ulterior de Salcedo. Fuga mimetizada, a lo largo del relato, por incidencias diversas; pero fuga. Fuga ante la responsabilidad. Fuga ante la gratitud. Fuga ante los valores.

La obsesión de Salcedo es sustraerse a un sistema de cosas en el cual no encaja. Espécimen subdesarrollado de los “rebeldes sin causa”, Freud lo rotularía seguramente de inmaduro; pero quizá quedase mejor decir: podrido antes de madurar. ¿No es el prototipo actual del humano, del individuo que cree y reclama que el mundo tiene una deuda con él, pero no reconoce, porque ni lo imagina siquiera, que también él tiene una deuda con el mundo...?

Salcedo, así, se siente urgido por un ansia de independencia, por el deseo de “ser él”. Ansia, deseo, urgencia, legítimos, y que son, en lo individual como en lo colectivo, fermento de toda construcción humana. Pero en Salcedo este propósito no va acompañado de las definidas íntimas directrices precisas para poder enderezar camino por sí mismo y menos aún sin míticos tropiezos. Como habla en primera persona, puede permitirse el lujo de pintarse a sí mismo con los colores que le placen, y así ofrecerse, a veces desnudo como una lombriz y a trechos, ribeteado de ingenuo; pero es evidente que se deja persuadir con mucha facilidad a lo que más le conviene. Consiente que la mantengan y le paguen estudios y ropas; Celina costea esos gastos con lo que le dan “sus hombres”. Nos sentimos inclinados a ver llana y sencillamente en él, a un “gigoló”. Pero peculiar “gigoló”, amparado por filial investidura. Investidura que no le cuesta llevar; ella condiciona una situación que le conviene. Y se desliza fácilmente por el tobogán de la mentada conveniencia fácil a una vida que podría calificarse a primera vista como vida de pícaro.

Este calificativo es, en efecto, el primero que surge

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