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Mal De Amores


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2013  •  447 Palabras (2 Páginas)  •  246 Visitas

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El doctor Octavio Cuenca nación en tierra calienten el siempre húmedo pueblo de Aztlán.

Su padre se llamaba Juan Cuenca y su madre fue conocida desde niña como Manuelita Gómez, la hija del señor cura. Según sus descendientes el ´padre de Manuelita había termino usando sotana para cumplirle la promesa que le había hecho a la Virgen del Socorro la promesa que le había hecho un atardecer durante la guerra de Independencia, cuando perseguido por tropas españolas como uno de los líderes de los criollos que intentaban rebelarse contra la corona cerca de Veracruz Paráfrasis mecánica del libro mal de amores capitulo 3

En 1893 el doctor Cuenca tenia además de sus 54 años de vida, un gusto y bien consolidado prestigio profesional. A eso se apegaba sin reticencia desde la muerte de la mujer en la que había engendrado dos hijos y a la que no se cansaría de añorar cada mañana, como si fuera la primera en la que negaba su presencia.

Había vivido con ella y seguía viviendo con su recuerdo y su prole en una casa cercana a los primeros maizales que rodeaban la ciudad y a siete cuadras del zócalo y la catedral.

Una casa regida por dos ejes: L indeleble y mítica compañía de su jardín y gran salón dedicado a las reuniones de los domingos. El doctor Cuenca tocaba una flauta dulce y ambigua que contradecía la rigidez militar con la que iba por la vida las horas del trabajo.

Algunos de sus amigos cercanos eran músicos o escritores y los domingos lo visitaban para declamar sus últimas ocurrencias o hacer música de grupo.

A cambio durante la semana, el hombre vivía con su rigor profesional que incluso merecía el respecto de sus enemigos, un sentido del orden que sus hijos temieron aun después de haber y del orden que sus hijos temieron aun después de haber cumplido los veinte años, y una austeridad verbal que en vida convirtió a su mujer en una de las mas hábiles descifradores del silencio que ha dado la larga historia de su profesión entre las mujeres, y que después la muerte la hacía volver de vez en cuando a rozarle la frente con sus pestañas y a achuchar su silencio diciendo todo lo que pensaba.

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