Milada Bazant
DigterHelt2 de Octubre de 2012
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Milada Bazant nos comenta que a fines del siglo XIX casi la totalidad de los habitantes en México era analfabeta. En un afán por ayudar al país, Porfirio Díaz decidió tomar acciones que pudiesen mejorar significativamente esas cifras; de esta manera optó por expandir el servicio educativo en cada una de las comunidades existentes.
Se establecieron escuelas en las haciendas, rancherías y agrupaciones de población que no fueran cabecera de municipio, denominándosele a estas “escuelas rurales”. Se acordó que en cada colectividad de 500 personas sería necesario establecer dos centros educativos (una para niños y otra para niñas). En el caso de las poblaciones de menos de 200 habitantes y situadas a una distancia considerable de algún centro escolar, se establecería la enseñanza elemental por medio de maestros ambulantes. El proyecto era: “educar a todos los que se pudiera”. Sin embargó surgió una confrontación de opiniones al respecto entre los principales personajes de la época. Por ejemplo, Francisco Cosmes pensaba que la instrucción obligatoria era inútil porque de nada servía al indígena saber leer y escribir: esto no cambiará su suerte –decía- y por otra parte Emilio Rabasa expresó que antes de enseñarle a leer al indio era necesario liberarlo de sus propias miserias. Aún así Justo Sierra pensaba que la educación por sí misma sería suficiente para integrar al indio a la sociedad y mitigar las desigualdades sociales. Decía que la educación no sólo tenía que ayudar a leer, escribir y contar, sino que debía enseñarse también a pensar y sentir; de esta manera se pretendía educar al indio en base a su desarrollo moral y físico. Así que, siendo magistrado de la Suprema Corte de Justicia, Justo Sierra fundó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905 de la cual fue titular. A él se le debió el establecimiento del primer sistema de educación pública en México y por primera vez se planteó que la educación sería obligatoria, laica, gratuita y del estado. Además se prolongó de 2 a 4 años y se procuraba ayudar a los llamados “indios”, ya que no se les consideraba un estorbo.
El crecimiento escolar estuvo más bien concentrado en las zonas urbanas, provocando las diferencias tradicionales entre las ciudades y el campo. A pesar de la implementación de escuelas por todo el territorio nacional estas no fueron suficientes para atender las demandas de la población. Es por eso que al observar las estadísticas de escuelas primarias, la asistencia media de alumnos, los ciclos escolares terminados, frente al enorme esfuerzo que indudablemente sostuvieron los educadores del porfiriato, no podemos menos que sufrir una desilusión.
Cabe mencionar que la población indígena siempre fue un obstáculo para los programas educativos,
En lo que respecta a los establecimientos educativos, es bueno recalcar que distaban mucho de ser a lo que actualmente conocemos como “escuela”. Resulta que si bien existían, no podían asistir a ellas hombres y mujeres juntos; para poder atender a esa población estudiantil se hacía lo siguiente: “los niños estudian en el horario matutino y las niñas en el vespertino”, Sin embargo siempre fueron a las escuela más niños que niñas (de cada 10, seis eran varones y cuatro mujeres) y esto se repetía con mayor incidencia en los estados más pobres como en Oaxaca, Chiapas y Guerrero.
De todo esto podemos resumir que durante el porfiriato se le dio especial atención a lo relacionado con materia educativa, incrementándose así el promedio de la población alfabetizada. Sin embargo la tarea de alfabetizar a la población quedó inclusa debido al escás de centros educativos en las zonas pobladas, así como la mínima asistencia media de los alumnos y de los pocos ciclos escolares terminados. De cualquier forma nadie puede negar los intentos y
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