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Papelucho


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2014  •  2.016 Palabras (9 Páginas)  •  265 Visitas

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ste es mi diario secreto y se prohíbe leerlo.

Hoy martes 13. El papá me dijo:

-Papelucho, ven a mi escritorio...

Cuando un papá le dice esto a uno, es igual a

cuando San Pedro lo ataja en la puerta del

cielo: de un run se agolpan los pecados y

demás cuestiones. Y ni se saca nada con

pensar que el famoso escritorio es puramente

cuarto de tareas cuando el papá no está. Y

tampoco se saca nada con acordarse de que

hace cinco minutos ese papá se lavaba los

dientes en pijama arrugado y sin peinarse...

Papá juntó la, puerta con manos limpias y

nerviosas y me encerró con él y todas mis

culpas.

-Tú sabes por qué te he llamado -dijo.

-No tengo ni la mayor idea -contesté.

-Veamos... Pensemos un poco caballerito... -

Se sentó en su silla sin sospechar que tiene

una pata quebrada.

-Creo que sabes por qué estamos aquí.

-Si es por lo del gato, papá, quiero explicarle...

-No es por lo del gato -me irrumpió colérico.

-Si es por la custión del agua...

-No es la cuestión del agua -sus manos se ponían más limpias cada vez.

-Entonces sería mi zapato en el techo de la otra casa.

-¡No es por lo de tu zapato!

Papá traspasaba mis ojos y me hacía doler la cabeza. Pero no leía mi pensamiento ni yo

el suyo.

¿Qué habría hecho yo, Dios mío? Se me atropellaban las cosas: el atornillador que se

tragó la cañería del lavaplatos cuando iba a sacar la., cucharita que no sirvió para salvar

al grillo que se ahogaba. ¿O sería por lo de esas colleras que convertí en medallas hace

tiempo? ¿O la crema de cara que le fabriqué de sorpresa a la mamá, un día?

-Habrá que refrescarte la memoria -dijo la voz astronáutica del papá.

-Sí, papá -me apuré a contestar-. Este asunto de la memoria puede tener remedio. En el

colegio hay montones de mala memoriados. Y también la mamá a veces se olvida de lo

que va a decir. Parece que hay un profe que la perdió enterita y ni sabe cómo se llama.

Pero yo creo que usted puede encontrar la suya. No se preocupe de la mía porque

todavía soy joven y...

-¡Silencio! -bufó de repente interrumpiendo mi discurso-. ¡Basta!

Frené en seco y quedé paralelo.

Un silencio tremendo llenó el cuarto y sólo se oía mi cuchicheo interior. ¿Qué

experimento raro hacía el papá conmigo? ¿Por qué me miraba callado? ¿Quién hablaría

primero, él o yo? ¿O es que él estaba escuchando lo que pasaba en mi dentror y

arrebatando mi secreto?

De pronto se puso calmo. 3

-No tienes por qué poner esa cara de culpable -dijo- Es muy simple. Quiero que me digas

con franqueza, ¿qué te pasa, hijo mío? Soy tu padre. Tu mejor amigo, recuérdalo...

No podía recordarlo porque era la primera vez que lo oía. Mi padre era mi mejor amigo.

Ahora no se me olvidaría jamás.

Esperé.

Él también esperó.

Pasó mucho tiempo.

-No puedo perder la mañana entera esperándote -dijo con voz de paciencia-. Te he

preguntado qué te pasa... Me explico. Desde hace un tiempo tu madre y yo te notamos

callado, extraño, ausente, haces cosas muy raras... Por ejemplo miras al cielo mucho

rato. ¿Tienes dificultad en ver?

-Sí -contesté.

-Pero me ves a mí ¿no?

-Sí, claro...

-¿Ves lo que dice esta carta?

-No.

-¿La ves borrada?

-No, la veo patas arribas.

-Bien -dijo enderezando la carta-. No tenemos por qué preocuparnos de tu vista. Ahora

explícame ¿por qué saltas como sapo y a veces hasta dormido?

Sentí calor en las orejas. Mis saltos son asunto mío. Papá está tratando de perforar mi

secreto... Yo nunca le pregunto a él por qué estira el cogote y se mete el dedo en el

cuello. Ese es asunto de él.

-Antes era campeón de salto -dije enrabiado.

-No está muy claro eso. Tus saltos no son de entrenamiento. Son de sapo...

Ahora estaba seguro: papá sospechaba de mí. No hay nada más cargante que sospechen

de uno. Y él quería asegurarse si el marciano estaba dentro de mí. Si se convencía me

iba a hacer operar, y me lo sacarían igual que mi apéndice. Mi marciano es mío y yo lo

protegeré de los curiosos. Nadie vendrá a quitármelo.

-Ahora hay otro sistema de entrenarse -dije.

-Otras veces te quedas largo rato callado, como escuchando algo. Luego te ríes o hablas

solo... Te enojas sin motivo y alegas a nadie... ¿Es también un modo de entrenarse?

El marciano y yo nos reímos... Siempre que nos reímos los dos a un tiempo me da hipo.

-¡Ah! -dijo papá-. Y también ese hipo que te viene a cada rato... Creo que debería verte

un médico.

-Es hipo-dérmico -le contesté-, así dice el profe.

-¿Y el porqué miras tanto el cielo? -se veía en las manos del papá que estaba apurado.

-La cuestión de los astronautas sin cápsula, los ovnis, los...

-Ya, ya -me irrumpió-. No te preocupes, no hacen daño. Y ya es tarde. Tengo que volar a

la

oficina. Quedamos entonces en que soy tu mejor amigo, que te estás entrenando para

campeón de saltos y que no tienes dificultad en ver. ¿No es asi? ¡Adiós! -y salió como un

chifle a pillar su micro.

Pero yo lo alcancé y lo pillé al justo cuando iba a trepar en él. 4

-¿Qué pasa? -preguntó.

-¿Qué es dificultad de ver? Usted es mi mejor amigo y quiero que me explique...

Puso cara de loco cuando el micro partió.

-Dificultad de ver es ver mal... -dijo estirando el cogote y pasándose el dedo por el

cuello.

-¿Es por eso que no veo a los astronautas sin cápsula?

-Nadie los ve porque están muy lejos -clamó-. Y ahora por tu culpa tendré que tomar

taxi.

Apenas hizo dedo frenó un taxi y al partir en él, en vez de estar feliz tenía una cara de

caballero de esos que le han robadp la billetera.

Det y yo nos quedamos mirando el taxi que se perdía entre muchos.

-¿Por qué no fuiste con él a su oficina? Quiero conocerla -dijo Det.

-También yo quiero conocer la luna... Pero tengo que hacer tareas.

-Eres aburrido. ¿Qué son tareas?

No contesté y entré a la casa. Pero Det estaba enrabiado y cuando le da por pelear es

molestoso como un dolor de muelas. Porque uno ni sabe lo que quiere él y lo que quiere

uno. Las ganas suyas y las mías, distintas y furiosas. Bueno es pelear con otro, pero

pelear por dentro es rotundamente fatal.

Y por eso me eché al suelo de guata. Es la única forma en que Det se duerme y deja en

paz.

-¿Qué hace ahí? ¿Está enfermo?

Llegó la Domi con su famosa escoba haciéndome cosquillas en las orejas. Igual que el

papá. También ella quiere saber lo que me pasa. ¿No puede tener uno su secreto propio?

Me hice el muerto. En esta casa sólo respetan a los muertos.

Barrió, plumereó, cantó, suspiró y por fin pasó el dedo por la mesa.

-Todo se pierde en esta casa -dijo-. Hasta el paño amarillo. Fijo que este pobre niño se lo

ha comido... Se había puesto tan raro... Más vale que se muriera el pobrecito. Porque el

patrón ya lo iba a encerrar por raro...

-¿Encerrarme a mí? ¿Dónde? -resucité de un brinco. 5

-¡Ave María! -chilló la pobre asustada-. Yo lo creía muerto...

-¿Quién dijo que me iban a encerrar?

-Una no tiene la culpa de oír lo que hablan en el comedor...

-¿En qué me van a encerrar?

-En un hospital de locos, creo yo. Así se mejora al tiro.

-No estoy enfermo.

-Ningún loco se cree...

No sé qué cara puse, pero la Domi estaba arrepentida de lo que dijo.

-Loco de veras no está. No se preocupe. Yo le hago un sahumerio y lo dejo como nuevo.

Pero me guarda el secreto...

Otro secreto más.

-Voy a pensarlo, Domi -le dije- y te contesto...

Tenía que consultarlo con Det, no fuera a matarlo. Salí corriendo y me trepé al peral que

es la única parte donde uno puede estar tranquilo para pensar y conversar con Det.

---

Desde la última rama del peral salté al tejado, pero estaba tan caliente y apenas lo toqué

salió humo de mi zapato y di un brinco.

-¿Qué pasa? -dijo Det en mi dentror.

-Me quemé un pie...

-No sirves para nada... -dijo-. Que te quemas, que tienes que hacer tareas, que hace

hambre...

-¡Te callas! -dije furiondo-. ¡A ti no te importan esas cosas porque eres de otro planeta y

no entiendes nada!

-Entiendo -dijo él-. Lo que tú sientes es miedo. Miedo a quemarte, miedo al hambre,

miedo a que te encierren por loco...

Todo le aguanto a Det menos que me llame cobarde. Eso no.

Yo lo tengo alojado en mí, primero porque hay que darle asilo al peregrino, segundo

porque mientras no pueda viajar yo en la cápsula espacial, al menos puedo ayudar a un

marciano y tercero porque si lo tengo dentro soy casi uno yo mismo. Y no es fácil,

viviendo entre gente tan distinta que se cree inteligente y no sabe nada de ellos.

Soy valiente y soy hombre porque a nadie le he contado el secreto que tengo.

Y ahora escribo mi diario para que no se me olvide cuando sea viejo.

Fue esa tarde, cuando oí un grito en la calle. Salí afuera y vi un montón de gente en una

esquina. Los curiosos se juntan cuando hay algo que ver y yo quise saber lo que era eso.

Me costó abrirme paso entre las piernas de tantos, Nadie hablaba. Parecían estíticos y sin

idea alguna. Hombres, mujeres, coléricos y perros hadan redondela y yo me entremetí a

mirar. No era más que un pedazo de platillo volador cualquiera y nadie se atrevía a

tocarlo. Estaban todos momios, mira y mira.

Me volví con desprecio. ¿A qué tanto mirar si lo único importante ya no estaba? El

marciano del platillo había desaparecido, dejó el aparato en panne y hasta su propio

casco en la vereda. ¿O andaría rondando entre nosotros disfrazado de invisible?

Sentí pena del valiente marciano que llegó hasta nosotros y tuvo que esconderse. Porque

ellos son tan choros que ni se dejan pillar.

¿O es que la curiosidad del hombre los derrite y pulveriza?

Me marché del pelotón de curiosos con pena y rabia. Entré en casa y para distraer mi

congoja me encerré a hacer tareas para un año entero. 6

Y esa noche mi mamá tuvo que despertarme para que me desvistiera.

Lo malo fue que junto con meterme en la' cama me desvelé rotundamente. Aunque era

plena noche yo estaba entero de día y sentía el silencio que latía en todo el mundo. La

luna se E colaba en gotas por la polilla de mi cortina yf allá en el horizonte roncaba el

papá como tigre. La gotera del baño repetía esa marcha que obliga a marchar y el

hambre supersónico me ponía rabioso. Había pasos hipócritas y voces secretas de piratas

nocturnos, de esas que se han salido de órbita y andan sueltas aprovechando la noche.

Yo no tenía miedo. La última vez que tuve miedo fue cuando era chico, esa vez que me

caí del tejado, y fue poquito antes de llegar al suelo. Pero entonces juré no tener nunca

más miedo, y he cumplido.

El alboroto de mis tripas me obligó a levantarme. Ojalá que la Domi no hubiera lavado

los platos esta noche. Porque nadie se acuerda en. esta casa de que hay hambres

nocturnas...

Encontré un raspado de sopa fría en una olla y al langüetear la cuchara oí un lamento

muy largo en alguna parte.

Apagué con violencia la luz de la cocina y entonces... ¡pude ver al marciano! Fue la

última vez; ahí a mi lado. Era hecho de puntitos bailones y un poco luminosos que se

veían sólo en la oscuridad. Era más chico que yo y tan blando como, el humo de un

cigarro. Casi pura cabeza, y quizá algunas patas que flotaban al compás de suspiros.

¡Pobre marciano metido en una cocina desconocida! Suave, blando, onduloso, casi sin

cuerpo -tal vez de puros puntos de luz- entre nosotros los hombres duros, hediondos,

que comen y traspiran, que pisan, que trabajan, que hacen casas con techos y murallas y

cocinas calientes.

No quería asustarlo y me quedé muy quieto. No fuera a reventarle alguna cosa al dar un

paso. ¿Qué podría decirle? Él no entendía mi idioma. Había huido del grupo de curiosos y

se escondía en mi casa. Yo sin querer lo había asustado...

Quería darle confianza, ser su amigo. ¿Cómo podría ayudarlo?

Pensando en esto estaba, cuando justo que me picó la nariz y estornudé. Fue uno de

esos estornudos que chupan todo el aire hacia dentro, de esos de aspiradora. Y al mismo

instante desapareció para siempre el marcianito. No quedó un solo punto en la cocina.

Poco a poco me di cuenta que lo había aspirado y lo tenía en mí. Mi cuerpo se había

vuelto de plomo con remaches en todas las bisagras de mis piernas y brazos.

...

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