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Enviado por   •  24 de Junio de 2015  •  1.254 Palabras (6 Páginas)  •  113 Visitas

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Obesidad infantil

La OMS (Organización Mundial de la Salud) ha calificado la obesidad de epidemia global, y estima que en el año 2015 habrá 2.300 millones de personas adultas con sobrepeso y más de 700 millones de obesos. La OMS define la obesidad como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”, y que afecta “a todas las edades y grupos socioeconómicos”.

Los expertos calculan que el 80% de los niños y adolescentes obesos continuarán siéndolo cuando lleguen a adultos si no se adoptan las medidas oportunas. En los últimos 40 años, la obesidad infantil se ha duplicado en Estados Unidos, mientras que, en España, más de la mitad de los adultos son obesos o tienen sobrepeso, trastornos que afectan al 28% de los niños españoles, que podrían ver mermada su esperanza de vida por ello.

Hay que distinguir el sobrepeso de la obesidad. Una persona tiene sobrepeso cuando su peso está por encima del aconsejado en relación con la talla, y esto se calcula con el IMC o índice de masa corporal. Se considera que existe sobrepeso cuando el IMC se encuentra entre 25 y 29,9, mientras que a partir de un IMC 30 se considera que la persona es obesa. Diversos estudios han relacionado el sobrepeso durante la infancia con la obesidad al alcanzar la edad adulta, y los profesionales médicos advierten que hay que prevenir y tratar los problemas de peso desde la niñez para evitar que estos trastornos y las enfermedades asociadas a los mismos disminuyan la calidad de vida de la población y desborden el sistema sanitario (casi el 30% de la población adulta en España padece obesidad).

La obesidad infantil, aunque puede estar originada por una enfermedad genética endocrina, en el 99% de los casos se produce como resultado de la combinación de una serie de factores ambientales (una dieta inadecuada y sedentarismo), genéticos (los niños cuyos padres son obesos tienen un riesgo mayor de padecer el trastorno) y psicológicos (cuando se utiliza la comida para compensar problemas emocionales, estrés o aburrimiento).

Una dieta hipercalórica, con abuso de alimentos ricos en grasas y azúcares, y que suponga una ingesta energética superior a las necesidades reales durante largos periodos de tiempo, tiene como consecuencia un importante incremento de la grasa corporal. Ver la televisión es un importante factor de riesgo para desarrollar obesidad porque, además de tratarse de una actividad sedentaria que sustituye a otras en las que sí se consume energía, facilita que se siga comiendo, e incluso se imite a personajes con malos hábitos alimentarios (tan importante se considera la influencia de la televisión sobre los más pequeños que, en Estados Unidos, se modificó la dieta del Monstruo de las Galletas de Barrio Sésamo, convirtiéndolo en un gran aficionado a las verduras). El ordenador y las consolas suman horas al sedentarismo infantil, especialmente a partir de los siete u ocho años, y han sustituido a otras actividades como juegos y deportes al aire libre, que ayudaban a mantener el equilibrio entre el consumo de calorías y el gasto de energía.

El riesgo de que un niño sea obeso aumenta considerablemente cuando sus padres lo son (tiene cuatro veces más posibilidades de desarrollar obesidad si uno de sus padres es obeso, y ocho veces más si ambos progenitores lo son). Sin embargo, en esta ecuación no solo interviene la herencia genética (facilidad para aumentar de peso, inadecuada distribución de la grasa corporal...), sino el estilo de vida de la familia como la preferencia por determinados alimentos o formas de cocinarlos que incrementen la ingesta calórica, así como un escaso gasto de energía debido a poca o nula actividad física. El niño normalmente seguirá los mismos hábitos familiares, lo que favorecerá el aumento de peso ya durante la infancia.

La prevención de la obesidad infantil debe comenzar en los primeros años de vida del niño, ya que unos correctos hábitos alimenticios y un estilo de vida saludable, inculcados desde la infancia, son más fáciles de mantener durante la adolescencia y la adultez, y constituyen las mejores armas para evitar el sobrepeso.

La escuela juega un importante papel en la prevención de la obesidad ofreciendo a los niños información sobre los aspectos nutricionales de los alimentos y cuáles son los hábitos alimentarios que deben adoptar para mantener una buena salud, como el comer verduras.

La detección precoz y la instauración de medidas higiénico-dietéticas adecuadas pueden corregir el problema antes de que vaya a más. La intervención alimentaria debe estar orientada a conseguir que el peso del niño disminuya, pero sin interferir en su crecimiento y desarrollo. Lo más efectivo es confeccionar un menú equilibrado, que incluya todos los alimentos necesarios en las cantidades adecuadas, y establecer unas pautas de ejercicio físico, reduciendo todo lo posible las actividades sedentarias.

Es muy importante que la familia se involucre en este cambio de hábitos de vida, procurando realizar las principales comidas juntos, cuando esto sea posible, y participando en los deportes y actividades lúdicas activas junto al menor.

Los objetivos en el tratamiento de la obesidad infantil se establecen a largo plazo, ya que es conveniente que la pérdida de peso sea lenta y progresiva y lo que se persigue, además de eliminar el sobrepeso, es establecer un estilo de vida saludable, basado en una alimentación equilibrada y la práctica de ejercicio físico.

Estos son algunos consejos que los padres deben tener en cuenta si quieren prevenir la obesidad infantil en sus hijos:

Al hacer la compra ten en cuenta que tú decides lo que se va a comer en casa. Incluye más fruta y verdura en la cesta de la compra, y menos grasas y productos azucarados. Acostumbra a los niños, desde pequeños, a tomar fruta o yogur de postre en vez de dulces.

No llenes la casa de bollos, pasteles, chocolate, galletas, caramelos, patatas fritas y similares, refrescos, y todo aquello que aporte pocos nutrientes y muchas calorías y facilite picar entre horas. El que evita la ocasión, evita el peligro.

No es conveniente prohibir totalmente ciertos alimentos, como los dulces, porque en su justa medida no son perjudiciales y no poder comerlos nunca puede generar ansiedad en los pequeños y rechazo por otros alimentos.

Es importante que el desayuno sea abundante y completo. Y hay que distribuir las comidas a lo largo del día (cuatro o cinco tomas).

En la merienda optar por fruta, lácteos o bocadillos (mejor de atún, sardinas o queso), en vez de dulces industriales.

Se debe limitar el consumo de refrescos azucarados, sobre todo durante las comidas, porque además de engordar, sacian al niño temporalmente y este deja de comer alimentos sanos.

Hay que procurar comer en familia siempre que sea posible para supervisar lo que come el niño (tanto qué como cuánto).

No utilizar nunca los alimentos como recompensa o castigo.

Los cambios en el estilo de vida deben ser paulatinos y a largo plazo, sin pretender que se produzcan pérdidas de peso significativas en poco tiempo.

Al comer fuera de casa, hay que elegir restaurantes donde se sirvan ensaladas, guisos y comida de tipo mediterráneo, en vez de comida rápida.

Es conveniente hacer ejercicio a diario, aunque solo sea dar un largo paseo. Si los padres tienen un estilo de vida saludable, el niño también.

Desde pequeño, acostúmbrale a jugar al aire libre y a permanecer activo, y reduce las horas de televisión, videojuegos, y otras actividades sedentarias.

Anímale para que se interese por la práctica de algún deporte, en grupo o individual. Seguro que hay alguno que le gusta y lo puede realizar como una actividad extraescolar, o los fines de semana.

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