Las Bacas Locas
ardcosas29 de Octubre de 2013
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En los últimos años hemos visto crecer el número de empresas que emprenden políticas de responsabilidad social corporativa (RSC), elaboran programas de voluntariado, destinan alguna partida de su cuenta de resultados a apoyar dichas iniciativas, crean departamentos o funciones al efecto e incluso destinan una parte de su memoria anual a describir su aportación a la sociedad vinculada a ese tipo de acciones, más allá de la relativa a la mera faceta empresarial.
Verdaderamente, dichas iniciativas están bien o, como dice el refranero, menos da una piedra. Pero, ¿qué se esconde tras las políticas de RSC? ¿Cuál es el verdadero motivo por el que ciertas empresas recorren ese camino?
Debo reconocer que en bastantes casos existe un deseo legítimo de devolver a la sociedad parte de lo que nos ha dado, incluso por encima de aquello a lo que el sistema fiscal nos obliga a contribuir. Pero en otros muchos casos, las políticas de RSC van estrechamente vinculadas a las estrategias de marketing corporativo y pretenden, de manera más o menos abierta, mejorar la percepción de la marca, suavizar la imagen negativa que la compañía pueda acumular derivada de su actividad habitual (marketing con causa o greenwashing), fidelizar clientes de forma indirecta o abrir nuevos mercados mediante determinadas actividades de RSC que gocen de prestigio entre los segmentos objetivo. ¿Cuántos responsables de RSC se ven obligados a informar del eventual retorno de sus inversiones en ese campo?
Si bien ese enfoque un tanto mercantilista de la RSC es legítimo y, en efecto, menos da una piedra, supone que el hecho de impulsar políticas de RSC no necesariamente tiene que ver con los valores que se encuentran detrás de una compañía, con los principios éticos comúnmente aceptados en nuestra sociedad y con la penetración de los mismos en los modelos de gobernanza, así como en el sistema de toma de decisiones de esa compañía.
Por eso asistimos a veces perplejos al espectáculo de empresas que tienen amplios e incluso costosos programas de RSC pero que, en paralelo, nos generan serias dudas acerca de su honestidad y buen hacer. Empresas que, a título de ejemplo, pueden estar financiando un programa de becas para personas con escasos recursos pero que, en sus líneas de negocio habituales, se sabe que están pactando precios con su competencia para dominar el mercado, o están practicando dumping, o están vendiendo productos fabricados en países emergentes con una mano de obra en condiciones infrahumanas, o no utilizan criterios objetivos de mérito y de no discriminación cuando abordan promociones internas, o están diseñando y vendiendo productos que no son objetivamente los más adecuados para su público objetivo.
En ese tipo de compañías, los efectos positivos para la sociedad que pueden generar las políticas de RSC son absolutamente contrarrestados y superados por los efectos contrarios, que producen algunas realidades de su día a día entre los diferentes stakeholders. El problema es que casi nadie los percibe porque a las acciones de RSC les damos toda la visibilidad posible, mientras que nos afanamos en esconder nuestras decisiones empresariales de carácter no sostenible o de ética dudosa, enmascaradas tras el eufemismo de que son cosas del negocio, business as usual.
Es por ello que las empresas deben ir más allá de la RSC, permitiendo que los valores genuinos que impulsan aquellas políticas acaben capilarizando toda la compañía, sus órganos de gobierno, sus decisiones empresariales y su comportamiento en general. No vale decir aquello de que el negocio es el negocio para diferenciarlo así de las acciones de RSC. Si financio un programa de becas para gente sin recursos, se supone que detrás de ese hecho hay una visión de respeto hacia la igualdad de oportunidades y un concepto de generosidad. Si quiero mantener
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