REVOLUCIONARIOS INDUSTRIALES

En su obra Los revolucionarios industriales, la creación del mundo moderno 1776-1914 , Gavin Weightman detalla el proceso de transformación de la sociedad generado desde la industrialización, que tuvo sus inicios en Gran Bretaña en el siglo XVIII y que para mediados del siglo XIX ya se había promulgado por Francia, Alemania y Estados Unidos, incluso Japón quien, para el momento histórico, representaba una cultura, aparentemente, hermética y aislada del contexto económico mundial, se vio inmersa en dicho proceso innovador y atraída por los beneficios que ello generaba.

Uno de los elementos más importantes que manifiesta el autor es que la expansión de la industrialización en el mundo se dio, prácticamente, por un proceso natural; en ningún momento se vio favorecido por movimientos políticos o intereses oficiales, sino más bien influenciado por importantes voluntades particulares de hombres, que no solo generaron circunstancias para canalizar su ingenio, a través de la creación de nuevas y atractivas herramientas, sino que tuvieron la capacidad de influir en otros contextos socioculturales, incluso por encima de diferencias políticas o religiosas. Esta revolución no podía tener origen en una circunstancia diferente a una decidida apertura, de ahí que el éxito de Gran Bretaña en liderar la transformación industrial y anunciar una nueva era en la historia mundial, no era el resultado de una mera invención mecánica. El ingrediente esencial fue una cultura política receptiva al cambio , que ya hacía parte de la cultura británica y que años después encontró eco en otras países.

Claramente los avances británicos en la fabricación de hierro y la relevancia que para la mitad del siglo XIX generó la Gran Exposición y su Palacio de Cristal, representaba la más firme oportunidad de mostrar ante sus rivales más fuertes, el poderío de la nación y sus avances hacia la creación de una cultura transformadora. Esta oportunidad de mostrar su fuerza ante el mundo, facilitó, paralelamente la migración de muchos ingeniosos británicos a otros países, llevando consigo su cultura de cambio y apertura mental hacia procesos transformadores, especialmente hacia Estados Unidos, donde la migración con no-retorno, generó que la nación americana, para la segunda mitad del siglo XIX, se pusiera al día en el proceso de industrialización e identificara a la nación nipona como una atractiva oportunidad para el establecimiento de relaciones comerciales sólidas, no solo por su evidente riqueza sino por su atractiva, misteriosa y, aparentemente, hermética cultura.

Lo realmente asombroso de Japón en todo este proceso de industrialización radica en la voluntad de su cultura para generar transformación y de la facilidad para pasar de una circunstancia de simple receptor de avances tecnológicos a determinante creador de progreso. Aunque, aparentemente, un acontecimiento tan simple como la solicitud emitida

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