Reactivación de América del Norte
martinvazquezEnsayo30 de Mayo de 2012
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que es parte del anterior, sobre si el fin de la historia ha llegado o no. Por el fin de la historia se entiende la idea de Hegel, explicitada en la primera mitad de este siglo por Alexandre Kojeve y revivida hoy en Norteamérica por Fukuyama y otros, de que el Espíritu humano ha terminado de evolucionar desde los estadios ínfimos, en los cuales vivía inmerso en lo mítico y esclavizado a la naturaleza, hasta los estadios altos en que su inteligencia se enseñorea de todo y sólo le queda como tarea para el futuro ordenar mejor las estructuras económicas, políticas y sociales, y continuar avanzando, ahora sin lazos atávicos, en las ciencias y demás dominios del espíritu. Seguirá habiendo descubrimientos, acontecimientos y formas de vida muy atractivas y variadas, pero no descensos a períodos arcaicos de barbarie dominados por el miedo y el terror. Naturalmente este porvenir no ha llegado aún a todos los pueblos, sino a aquellos mismos señalados por Hegel —Europa y Norteamérica—; pero estando ellos asentados ya en tierra firme, no será difícil conducir a los otros hacia esa altura.
Lógicamente, esta discusión acerca de si nos encontramos o no ante el fin de la historia y si terminaron o no terminaron ya los saltos desde estadios inferiores de barbarie a los superiores de civilización, forma parte de la disputa sobre modernidad y posmodernidad. Para asomarnos a tal debate, deberemos recordar lo creído por el hombre en los siglos inmediatamente anteriores, en cuya atmósfera aún nos movemos. Nos contentaremos al respecto con enunciar escuetamente algunos elementos característicos.
Como se sabe, lo propio del hombre a partir del siglo diecisiete y más aún del dieciocho, es la posesión de una serie de convicciones que constituyen lo llamado moderno —palabra popularizada por Juan Jacobo Rousseau—, convicciones centradas, en cierto modo, en torno a lo siguiente:
a) La creencia absoluta en la exclusividad de la razón para conocer la verdad, debiéndose sospechar de todo conocimiento venido de la fe, de la tradición, de la mera intuición no comprobada.
b) La aspiración a que tales conocimientos se traduzcan en fórmulas de tipo físico-matemático, que cualquiera pueda comprender fácilmente y que por eso mismo marquen el máximo de objetividad, pues todo lo meramente subjetivo es desechable por ajeno a lo real que a su vez es lo común a todos los hombres.
c) El concepto de que lo real no sólo es lo susceptible de matematizarse, sino también de ser comprobable experimentalmente según métodos rigurosos; de hecho, real es, para los modernos, lo accesible a las matemáticas y a las ciencias experimentales. Real es también la poesía y el arte en cuanto producto de lo imaginario puesto a la vista de todo el mundo.
d) El postular la libertad incondicionada del hombre para regir su destino. De ahí la obligación de combatir toda forma de sujeción a la monarquía absoluta, al poder económico de grupos o clases, al poder omnímodo del Estado. El concepto de autonomía, o sea, de darse cada hombre sus propias normas éticas, será fundamental.
e) El creer que la infelicidad humana deriva hasta ahora del empañamiento de la razón por las supersticiones —entre ellas las creencias religiosas—, lo que ha hecho imposible el gozo de la libertad, la configuración autónoma del propio destino.
f) La creencia en la superioridad absoluta del hombre por sobre todos los otros seres de la creación.
g) El pensar que la democracia es la forma mejor de construir una sociedad para seres de esta clase.
Antes de seguir enumerando otros rasgos recordaremos ahora algunos hitos del origen de la modernidad.
Descartes dirá, en el siglo XVII, que nada puede agregarse a la luz pura de la razón que de algún modo no la obscurezca; será el principio que endiosará el siglo XVIII, llamado por eso
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