Apología de la inmoralidad
jjdsEnsayo26 de Agosto de 2013
3.594 Palabras (15 Páginas)754 Visitas
Apología de la inmoralidad
Paulina Rivero Weber
Para Roberto Kretschmer, cuya doxa es siempre una episteme.
El presente trabajo pretende mostrar la distinción entre ética y moral para argumentar en pro de la primera. La diferencia entre un concepto y otro implica mucho más que un mero prurito académico por el uso específico del lenguaje. En la diferencia entre la moral y la ética se juega una concepción del bien y del mal y una forma de habitar en el mundo y de valorar las capacidades más propiamente humanas, tales como el pensamiento crítico y la libertad.
Partamos de algo que compartimos todos: el lenguaje cotidiano. Así, solemos decir, de manera incorrecta, que cierta persona “no tiene ética”, queriendo decir que es inmoral. Nos referimos igualmente a ciertos actos como “actos éticos” queriendo decir que son “moralmente buenos”. Calificamos, en resumen, un acto o una persona indistintamente como “ético” o como “moral”, o bien como “no ético” o “inmoral”. Lo anterior es válido para el lenguaje cotidiano, porque de acuerdo a cada contexto nos entendemos unos a otros. El problema comienza cuando transportamos esa misma laxitud al lenguaje específicamente académico, ya sea éste científico o filosófico. Surgen entonces concepciones y hasta libros sobre moral, que ostentan abiertamente el título de “Ética”.
Los filósofos que han dedicado sus vidas a pensar y escribir sobre estas cuestiones han llevado a cabo una diferenciación radical entre ética y moral. Para ayudarnos en nuestra búsqueda, lo mejor será acudir a la etimología de las palabras. Pero no para guiamos por medio de una lengua “muerta”, sino precisamente para buscar lo “vivo” de nuestras palabras en sus orígenes; lo que aún perdura de ellas en nuestro lenguaje y, por lo mismo, en nosotros. Las palabras clave son “ética” y “moral”, procedentes del griego la primera, y del latín la segunda.
Comencemos por esta última, que ofrece menos complicaciones: moral significa costumbre; su uso en latín siempre indica las costumbres de una sociedad. La moral, pues, consiste en un conjunto de costumbres que han sido elevadas a nivel de normas, y que se proponen como el marco regulativo para una sociedad. En ese sentido una moral pide “seguidores”, requiere individuos que la sigan sin cuestionarla, y tiene un cierto carácter gregario. De hecho no existe una cosa así como la moral; existen diferentes morales, pues ésta varía a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo: en la Grecia clásica, un hombre maduro que sólo tuviera esposa, levantaba sospechas: “Algo tendrá, ya que no tiene también un hombre amante... Qué cosa más rara!”, dirían los griegos de entonces. Hoy en día no pensamos así. De hecho, en el tema de la homosexualidad nos ubicamos en el extremo más opuesto a Grecia, nuestra sociedad padece una homofobia radical, y lo que hace 2500 años era “bueno”, ahora es “malo”.
Tenemos pues que las morales son las costumbres, y como tales, cambian. A lo largo de la historia existen tanto teorías morales como prácticas morales, de manera que la diferencia entre ética y moral no es la misma que existe entre teoría y práctica. La teoría moral se caracteriza por la pretensión de justificar una serie de dogmas que, como tales, son considerados incuestionables. De ahí que la moral parta de ciertos presupuestos que no está dispuesta a cuestionar, y en ese sentido toda teoría moral posee respuestas antes de formular sus preguntas. Por su parte, en la práctica moral puede verse la relación del individuo con una moral y juzgarla como moralmente buena o moralmente mala. Esto es: “moral” no es sinónimo de “bueno”, sino que denota que una acción puede ser juzgada como moralmente buena o moralmente mala, de acuerdo con la moral vigente.
¿Por qué surge la moral? Nietzsche ha insistido en que la moral surge como una imposición de un cierto grupo social frente a otro. Un grupo, al tener una posición de mayor fuerza, impone sus valores y su forma de concebir la vida a los demás. Así, el que nace no decide qué valores va a tener: los encuentra en su sociedad, y si quiere integrarse a ella, debe seguirlos.
Por lo anterior, el individuo moral pierde de vista que la capacidad de crear valores es una prerrogativa humana, y con ello reduce y deprime su propia capacidad para autorregularse. Se entrega sin cuestionamiento a normas impuestas como absolutas por una sociedad, una religión o una institución, y es calificado como un individuo “moralmente bueno” por su sociedad. Así, el “buen hombre” que sigue las normas establecidas sin cuestionarlas, o la beata que no olvida uno solo de los mandamientos impuestos por la religión, son personas que tienen y siguen una moral: una serie de códigos impuestos desde el exterior, no desde su interior.
Lo que le faltaría a este tipo de personas “moralmente buenas”, es algo que sólo puede provenir del interior del individuo: la convicción que brota del auto- cuestionamiento, la deliberación libre y auténtica, y por supuesto, la libre elección. Esto sólo puede existir cuando se ejerce la capacidad humana de pensar, de detenerse antes de actuar, antes de seguir una norma y preguntarse ¿por qué hago esto?, ¿por qué “debo” hacerlo? ¿Estoy actuando por convicción, por conveniencia, o por inercia? Es en esos momentos en los que se interpone una mediación reflexiva entre el individuo y la norma. La relación con la norma ya no es inmediata: se encuentra mediada por la reflexión, por las capacidades críticas del individuo. Aquí es cuando surge la ética: cuando se deja de seguir sin ningún cuestionamiento las normas que imponen la sociedad, el partido, el Estado, la iglesia, o en general el mundo exterior.
Por eso decimos que la ética es el pensamiento filosófico sobre lo moral. La acción ética -a diferencia de la acción moral- implica una reflexión, una interiorización, pero implica por lo mismo la valentía necesaria para la autenticidad. La moral no exige tanto; sólo exige cumplimiento. La ética demanda el valor necesario para enfrentar la moral, requiere individuos capaces de romper con ella y crear algo nuevo, esto es: requiere valentía para ser libres, libres no solo de, sino ante todo, libres para: para comprometerse con la creación propia, con los valores propios. En la práctica médica no es lo mismo ser ético que ser moral. Un médico moralmente “bueno” será el que se apegue a las normas aceptadas e impuestas por su sociedad, mientras que un médico ético, tendrá que ir más allá de esas normas para actuar de acuerdo con su propia conciencia ética.
Para el médico que actúa moralmente, entre él y sus actos hay un paso inmediato; más que pensar, obedece un cierto código. En cambio entre el médico ético y sus actos existe el cuestionamiento, la deliberación y la elección responsable y libre. En palabras de Kant, la moral es heterónoma; en ella el individuo sigue múltiples normas exteriores sin cuestionarlas, mientras que la ética es autónoma; el individuo éticamente bueno es el que ha llegado por sus propias capacidades a crear sus propios valores, y se impone a sí mismo una ley autónoma tomando en cuenta las limitantes de toda acción.
Mucha tinta ha corrido desde hace 2 400 años, sobre la manera de plantear y tratar los problemas éticos. Pero ya Platón dejaba en claro tres cuestiones fundamentales que requiere la ética para ser tal: 1) deliberar la cuestión por medio de la razón, y no de sentimientos; 2) pensar por cuenta propia sin hacer caso de lo que diga la mayoría, y 3) no ser nunca injustos. Parece, pues, que la esencia de la ética estriba en el ejercicio de la capacidad de pensar: sapere aude, diría Kant: atrévete a saber, atrévete a pensar por ti mismo.
Ahora bien: ¿para qué ser éticos si podemos ser morales? Y ¿cómo lograr ser individuos éticos?
Según Aristóteles, que el carácter moral tiene de hecho algo que ver con el hábito o costumbre: que el carácter se adquiere o se conquista por medio del hábito o, para decirlo con palabras de hoy, por medio de la disciplina. De hecho, podemos decir que el carácter moral se adquiere, sin darse cuenta a veces, por medio de las costumbres, y el carácter ético se conquista, con muchos esfuerzos, por medio de las costumbres.
¿Qué nos dice esta familia de significados? ¿En qué sentido la ética puede ser para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, una guarida, una costumbre o un carácter ético o moral?
El significado de eethos-guarida resuena en la ética de hoy; la ética puede ser en efecto nuestra guarida, nuestra salvación. ¿De quién o de qué nos salvamos en la ética? La ética nos salva de la corrupción del alma. Sócrates, el padre de la ética, enseñó con su muerte que es peor cometer el mal que recibirlo: el verdadero mal es aquel que nosotros hacemos, no el que se hace en contra nuestra. Porque el mal que nosotros hacemos daña nuestra psique, que para Sócrates es la verdadera identidad del ser humano, es lo que somos. Por eso es peor dañar que ser dañado, y la ética nos salva de dañar, de cometer el mal; la ética nos salva de nosotros mismos, de nuestra propia ambición o mezquindad, de nuestras propias debilidades humanas: nos salva de caer, porque es menos malo -dirá Sócrates en su Apología- ser alcanzados por la muerte que ser alcanzados por el mal. Hay algo más valioso que la vida: la vida digna, la vida buena.
Pero también la ética es guarida por salvarnos de las inclemencias de la moral. Nacemos en una sociedad con una
...