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Comportamiento Intimo

sortiz00312 de Septiembre de 2014

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Intimidad significa unión, y quiero dejar bien claro, desde el principio, que empleo esta palabra en su sentido literal. Por consiguiente, de acuerdo con este sentido, la intimidad se produce cuando dos individuos establecen contacto corporal. La naturaleza de este contacto, ya sea un apretón de manos o un coito, una palmada en la espalda o un cachete, una manicura o una operación quirúr¬gica, constituye el objeto de este libro. Cuando dos per¬sonas se tocan físicamente, algo especial se produce, y es este algo lo que he querido estudiar.

Para ello, he seguido el método del zoólogo experto en etologia, es decir, en la observación y el análisis del com¬portamiento animal. En este caso, me he limitado al es¬tudio del animal humano, imponiéndome la tarea de ob¬servar lo que hace la gente: no lo que dice o lo que dice que hace, sino lo que hace en realidad.

El método es bastante sencillo –simplemente, mirar–, pero la tarea no es tan fácil como parece. Esto se debe a que a pesar de la autodisciplina, hay palabras que se em¬peñan en entremeterse e ideas preconcebidas que se cru¬zan reiteradamente en el camino. Es difícil, para el hom¬bre adulto, observar un fragmento de comportamiento hu¬mano como si lo viese por primera vez; pero esto es lo que debe intentar el etólogo, si quiere arrojar una nueva luz sobre el tema. Desde luego, cuanto más conocido y vulgar es el comportamiento, más se agrava el problema; además, cuanto más íntimo es el comportamiento, tanto más se llena de carga emocional, no sólo para sus actores, sino también para el observador.

Tal vez es esta la razón de que a pesar de su impor¬tancia e interés, se hayan efectuado tan pocos estudios sobre las intimidades humanas corrientes. Es mucho más cómodo estudiar algo tan ajeno a la intervención huma¬na como, por ejemplo, la costumbre del panda gigante de marcar el territorio por el olor, o la del acuchi verde de enterrar la comida, que examinar científica y objetivamente algo tan «conocido» como el abrazo humano, el beso de una madre o la caricia del amante. Pero, en un medio social cada día más apretado e impersonal, impor¬ta muchísimo reconsiderar el valor de las relaciones per¬sonales intimas, antes de vernos impulsados a formular la olvidada pregunta: « ¿Qué le ha pasado al amor?» Con frecuencia, los biólogos se muestran reacios a emplear la palabra «amor», como si ésta no reflejase más que una especie de romanticismo culturalmente inspirado. Pero el amor es un hecho biológico. Los goces emocionales, sub¬jetivos y la angustia que le son inherentes, pueden ser profundos y misteriosos y difíciles de explicar científica¬mente; pero los signos extremos del amor –los actos del amor– son perfectamente observables, y no hay ninguna razón para no estudiarlos como otro tipo cualquiera de comportamiento.

A veces se ha dicho que explicar el amor es destruirlo, pero esto es totalmente incierto. Según como se mira, es incluso un insulto al amor, al presumir que, como una cara vieja y maquillada, no puede resistir el escrutinio bajo una luz brillante. Y es que en el vigoroso proceso de formación de fuertes lazos afectivos entre los individuos no hay nada ilusorio. Es algo que compartimos con mi¬llares de otras especies animales: en nuestras relaciones paterno-filiales, en nuestras relaciones sexuales y en nues¬tras amistades más íntimas.

Nuestros encuentros íntimos incluyen elementos verba¬les, visuales e incluso olfatorios, pero, por encima de todo, el amor significa tacto y contacto corporal. Con frecuen¬cia hablamos de cómo hablamos, y a menudo tratamos de ver cómo vemos; pero, por alguna razón, raras veces tocamos el tema de cómo tocamos. Quizás el acto es tan fundamental –alguien lo llamó madre de los sentidos– que tendemos a darlo por cosa sabida. Por desgracia, y casi sin advertirlo, nos hemos vuelto progresivamente me¬nos táctiles, más y más

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