Cuarto Error: El Sociologismo
laph8923 de Febrero de 2014
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CUARTO ERROR: el sociologismo
Se presenta aquí un cuarto error: es el que pide que el condicionamiento social sea la regla suprema y el único marco de referencia de la educación. La esencia de la educación no consiste, en efecto, en adaptar al futuro ciudadano a las condiciones e interacciones de la vida social, sino, ante todo, en “hacer un hombre” y, consecuentemente, en preparar un ciudadano. Oponer la educación de la persona y la educación de la comunidad no es sólo vano y superficial; a decir verdad, la educación de la comunidad implica y requiere, ante todo, la educación de la persona y, a su vez, ésta es prácticamente imposible sin aquélla, pues no se forma a un hombre sino en el seno de una vida de comunidad, en la que comienzan a despertar la inteligencia cívica y las virtudes sociales.
Hay que reprochar a los antiguos métodos pedagógicos su individualismo abstracto, libresco.
Sin embargo, a fin de realizar plenamente su objetivo, esta necesaria reforma debe comprender también que, para formar un buen ciudadano y un hombre civilizado, lo que importa ante todo es el centro interior, la fuente viva de la conciencia personal, de donde nacen, a la vez, el idealismo y la generosidad, el sentido de la ley y el sentido de la amistad, el respeto a los demás y una independencia firmemente arraigada frente a la opinión común.
Es igualmente necesario comprender que sin la visión que nos dan las ideas, sin el poder de abstracción y la luz de la inteligencia, las experiencias más llamativas no son de utilidad alguna para el hombre, como no lo son los bellos colores en la oscuridad.
Para discutir de manera más precisa la cuestión, quisiera hacer las siguientes observaciones.
La concepción pragmática de la educación tiene sus méritos en lo que respecta a la necesidad de adaptar los métodos pedagógicos a los intereses del niño. Según esta concepción, la educación es una experiencia que se ha de renovar constantemente a partir de las dificultades que el alumno encuentre y se proponga resolver. Es una experiencia que ha de desarrollarse en cualquier sentido según como el alumno alcance sus objetivos al abordar y resolver los problemas, de los cuales, por su experiencia ampliada en direcciones imprevistas, surgieron nuevos objetivos.
Pero, ¿dónde están los criterios para juzgar los objetivos y valores que sucesivamente nacen en el espíritu del niño? Si el mismo educador no se propone un fin general ni valores finales, a los cuales todo el proceso esté referido; si la educación misma ha de crecer en cualquier dirección en que surja una nueva línea – cualquiera que sea –, es decir, “avanza y crece sin una meta, sólo porque se le presenta la posibilidad de avanzar”.
En otros términos, si la teoría pragmática exige del educador (y no sólo de la experiencia del alumno) una perpetua reconstrucción experimental de los fines, entonces la educación enseña sólo recetas pedagógicas, haciendo que se desvanezca todo el verdadero arte educativo, pues no tiene objetivos. No tiende sino a crecer “sin otro fin que un nuevo crecimiento”.
En la misma naturaleza, el crecimiento biológico no es sino un proceso morfológico, es decir, la adquisición progresiva de una forma determinada. En fin, la teoría pragmática no puede sino subordinar y esclavizar la educación a las tendencias que tienen la posibilidad de desarrollar en el seno de la vida colectiva de la sociedad.
De la concepción que acabo de analizar, hay que retener un elemento de verdad y éste es el hecho de que el objetivo final de la educación – la plenitud del hombre en tanto persona humana – es infinitamente más alto y más amplio que el objetivo de las artes arquitectónicas o médicas, pues se relaciona con la libertad misma del espíritu, cuyas posibilidades ilimitadas no pueden ser llevadas a una estatura plenamente
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