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El Ruiseñor Y La Rosa

AbdielRosher26 de Noviembre de 2014

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EL RUISEÑOR Y LA ROSA

–Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas –exclamo el estudiante– pero en todo mi jardín no hay una rosa roja. ¡Ah, de qué pequeñas cosas depende la felicidad! He leído cuanto los sabios han escrito, y míos son todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por falta de una rosa roja me siento desgraciado.

Desde su nido en la encina, lo oyó un ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado. –¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! –gritaba el estudiante. Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

–He aquí, al fin, un verdadero amante –dijo el ruiseñor.

–El príncipe da un baile mañana por la noche –murmuraba el estudiante– y mi amor asistirá. Si le llevo una rosa roja la estrecharé entre mis brazos y ella reclinará su cabeza en mi hombro y su mano se apoyará en la mía. Pero como no hay una rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella pasará ante mí y no me hará caso, y mi corazón se romperá. Mi amor bailará al son del arpa y del violín tan levemente que sus pies no tocarán el suelo, pero conmigo no bailará porque no tengo una rosa roja que darle.

–He aquí el verdadero enamorado –dijo el ruiseñor– Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso; es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

El estudiante se arrojó sobre la hierba y escondiendo su rostro entre las manos, lloró.

En el centro del prado se erguía un hermoso rosal. Al verlo, el ruiseñor desplegó sus alas pardas y voló sobre él, posándose en una rama.

–Dame una rosa roja –gritó– y te cantaré mi canción más dulce.

–Mis rosas son blancas –contestó– pero mi hermano que crece en torno al viejo reloj quizá te pueda dar lo que necesitas.

–Dame una rosa roja –gritó al otro rosal– y te cantaré mi canción más dulce.

–No puedo, el invierno heló mis venas, la escarcha ha marchitado mis capullos y la tormenta roto mis ramas, todo este año no tendré rosas.

–Una rosa roja es todo lo que necesito –gritó el ruiseñor– ¡Sólo una rosa roja!, ¿no hay medio alguno de conseguirla?

–Uno hay, pero tan terrible que no me atrevo a decirlo.

–Dímelo, yo no me asusto.

–Sí quieres una rosa tienes que fabricarla con música a la luz de la luna y teñirla con la sangre de tu corazón. Tienes que cantar con tu pecho apoyado sobre una de mis espinas. Toda la noche cantarás y la espina atravesará tu corazón, la sangre de tu vida fluirá en mis venas haciéndose mía.

–La muerte es un precio excesivo por una rosa toja; sin embargo, el amor es mejor que la vida y, ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre? –Y desplegando sus alas voló hacia el jardín.

–Sé feliz –gritó el ruiseñor– sólo te pido que seas un verdadero amante, porque el amor es más sabio que la filosofía y más poderoso que la fuerza.

El estudiante levantó la vista de la hierba y escuchó, pero no entendió lo que le decía el ruiseñor, porque él sólo sabía lo que está escrito en los libros.

–Tiene estilo –murmuró el estudiante– pero no creo que sienta lo que canta, es como tantos artistas: todo estilo y nada de sinceridad. No se sacrificaría por los demás.

Entró en su cuarto, se recostó en la cama pensando en su amada y, al poco tiempo, se quedó dormido.

Cuando la luna lució en los cielos, el ruiseñor voló hacia el rosal y colocó el pecho sobre una espina. Toda la noche estuvo cantando y la espina se clavaba en su pecho, la sangre de su vida corría afuera.

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