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EL RUISEÑOR Y LA ROSA


Enviado por   •  11 de Abril de 2014  •  2.026 Palabras (9 Páginas)  •  288 Visitas

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O. Wilde

Ella dijo que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas –exclamó el joven estudiante, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.

Desde su nido de la encina lo oyó el ruiseñor miró por entre las hojas asombrado.

–¡No hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín!– gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas.

–¡Ah, de que cosa más insignificantes depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía, sin embargo, tengo que sentirme desdichado por falta de una rosa roja.

–He aquí por fin, el verdadero enamorado dijo el ruiseñor. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerlo; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la tristeza le ha marcado su frente con su sello.

–El príncipe da un baile mañana por la noche –murmuraba el joven estudiante– y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la estrecharé entre mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano descansará en la mía.

Pero como no hay rosas rojas en mi jardín, tendré que estar solo y ella no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.

–He aquí el verdadero enamorado– se dijo el ruiseñor. Sufre todo lo que canto; todo lo que es alegría para mí, para él es dolor. Realmente el amor es una cosa maravillosa. Es más precioso que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y granadas no pueden comprarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede comprarse al vendedor ni pesarlo en la balanza para el oro.

–Los músicos estarán en su estrado– decía el joven estudiante. Tocarán sus instrumentos y mi amada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que sus pies no tocarán el suelo y los cortesanos, con sus alegres atavíos, la rodearán solícitos. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja que darle.

Y dejándose caer al en el césped escondió su cara entre las manos y lloró.

–¿Por qué llora?– preguntó una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.

–Sí, ¿por qué?– dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.

–Eso es, ¿por qué?– murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.

–Llora por una rosa roja– dijo el ruiseñor.

–¿Por una rosa roja?– Exclamaron– ¡Qué ridiculez!

Y la lagartija que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina reflexionando en el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra cruzó el jardín.

En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una ramita.

–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

–mis rosas son blancas– contestó. Tan blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña.

Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol, y quizá él te dé lo que quieres.

El ruiseñor voló hacia el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.

–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.

–Mis rosas son amarillas– respondió. Tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante.

–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal sacudió la cabeza.

–Mis rosas son rojas– respondió– tan rojas como las patas de las palomas. Y más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos. Pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, la borrasca ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.

–No necesito más que una rosa roja– gritó el ruiseñor. Sólo una rosa roja. ¿¡No hay medio para poder conseguirla?

–Hay un medio– respondió el rosal, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

–Si quieres una rosa roja– dijo el rosal– tienes que hacerla con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho en una espina. Apoyado en una espina. Cantarás para mí durante toda la noche y la espina te atravesará el corazón y la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en mi propia sangre.

–La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja– exclamó el ruiseñor– y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor del espino y dulces son las campanillas que se esconden en el valle y el brezo que florece en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

El joven estudiante permanecía sentado en el césped, allí donde lo dejara, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

–¡Sé feliz– gritó el ruiseñor. ¡Sé feliz –tendrás tu rosa roja! La crearé con música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, porqué el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea, y más fuerte que el poder, aunque éste lo sea. Sus alas son llamas coloridas y su cuerpo color de fuego. Sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y escuchó, pero no pudo comprender lo que decía el ruiseñor, pues únicamente sabía de las cosas que están escritas en los libros, pero la encina lo comprendió y se puso triste, porqué amaba mucho al pequeño ruiseñor que había construido el nido en sus ramas.

–Cántame una última canción– murmuró. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas! Y el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que burbujea en una jarra de plata.

Terminada la canción, el estudiante se levantó y sacó su cuadernito de notas y su lápiz del bolsillo.

–Tiene estilo– se decía, paseándose por la alameda. Esto es innegable, pero ¿siente? Me temo que no. En realidad es como muchos artistas; todo estilo, sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y, como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno o que no persiga ningún fin práctico!

Y entrando en su habitación se acostó en su jergoncito y se puso a pensar en su amor. Al cabo de un momento se quedó dormido.

Y cuando la luna brilló en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y apoyó su pecho contra la espina. Y toda la noche cantó con el pecho apoyado contra la espina, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando. Cantó durante toda la noche. La espina penetraba cada vez más en su pecho y la sangre de su vida fluía de él.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y una muchacha. Y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo por pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora. La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía el reflejo de una rosa en un espejo de plata, el reflejo de una rosa en una laguna.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra la espina. –¡Apriétate más, pequeño ruiseñor– gritó el rosal– o llegará el día antes que la rosa esté terminada! Y el ruiseñor se apretó más contra la espina y su canto creció más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y una virgen un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, tal como enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero la espina no había llegado aún al corazón del ruiseñor, y el corazón de la rosa seguía blanco, porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra la espina.

–¡Apriétate más, pequeño ruiseñor– gritó el rosal– o llegará el día antes que la rosa esté terminada! Y el ruiseñor se apretó aún más contra la espina, y la espina tocó su corazón y sintió en él un cruel espasmo de dolor.

Cuando más acerbo era su dolor, más impetuoso era su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no muere en la tumba. Y la rosa maravillosa enrojeció como la rosa del cielo oriental. Purpúrea era la corona de pétalos, y purpúreo como un rubí el corazón. Pero la voz del ruiseñor desfalleció y sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos. Su canto se fue debilitando cada vez más y sintió que algo le cerraba la garganta. Entonces tuvo un último estallido de música. La blanca luna lo oyó, y olvidándose de la aurora, se detuvo en el cielo. La rosa roja lo oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana.

–¡Mira, mira– gritó el rosal. Ya esta terminada la rosa! Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado por la espina.

Al mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia fuera.

–! ¡Qué maravillosa obra de la suerte!– exclamó– ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro que debe tener un largo nombre en latín. E inclinándose la arrancó. Se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta; devaneaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.

–Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja– dijo el estudiante. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón y cuando bailemos juntos ella te dirá cuanto te amo.

Pero la joven frunció las cejas.

–Temo que esta rosa no vaya bien con mi vestido– respondió. Y, además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y todos saben que las joyas cuestan más que las flores.

–¡Bien!; ¡A fe mía que eres una ingrata!– dijo el estudiante con aspereza. Y tiró la rosa al arroyo donde un pesado carro la aplastó.

–¡Ingrato!– Dijo la joven. Te diré que eres muy grosero, y después de todo, ¿quien eres? Solamente un estudiante. No creo que tengas hebillas de plata en los zapatos, como los sobrinos del chambelán.

Y levantándose de la silla se metió en la casa.

–Que tontería es el amor– se decía el estudiante a su regreso. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada, habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico. Voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.

Y ya de vuelta a su habitación, sacó un gran libro polvoriento y se puso a leer.

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