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Epicrisis

yiyi9322 de Septiembre de 2013

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A mi juicio, el cuadro de la vida sexual infantil que nos ofrece la observación del caso

de Juanito, coincide con la descripción que de ella hicimos en nuestra teoría sexual,

basándonos en la investigación psicoanalítica de sujetos adultos. Pero antes de entrar en

los detalles de tal coincidencia habré de rebatir dos objeciones que se elevarán, quizá,

contra la utilidad de este análisis. La primera de tales objeciones sería la de que Juanito

no es un niño normal, sino una criatura predispuesta a la neurosis; un pequeño

«hereditario», como lo demuestra su enfermedad, no siendo correcto, en consecuencia,

aplicar a otros niños normales conclusiones válidas quizá en su caso particular, pero sólo en él. De esta primera objeción me ocuparé más adelante, puesto que sólo restringe el

valor de la observación, sin anularlo totalmente. La segunda objeción, mucho más

rigurosa, afirmaría que el análisis de un niño por su propio padre, que lo lleva, además, a

cabo plenamente convencido de la verdad de mis teorías y compartiendo todo mis

prejuicios, carece de todo valor objetivo. Un niño se deja siempre sugestionar

fácilmente, y más por su propio padre que por ninguna otra persona; por cariño a él, y en

agradecimiento a lo mucho que de su infantil persona se ocupa, se dejará sugerir toda

clase de cosas, y siendo así, sus manifestaciones carecerán de fuerza probatoria y sus

ocurrencias, fantasías y sueños, seguirán, naturalmente, la dirección en la cual son

orientados. Concretando: todo ello sería, de nuevo, pura «sugestión» y mucho más fácil

de desenmascarar en el niño que en los adultos.

Es harto singular lo que en esta cuestión sucede. Recuerdo muy bien con cuánta burla

acogieron los neurólogos y los psiquíatras de la vieja generación la teoría de la sugestión

y de sus efectos, hace veintidós años, cuando yo empezaba a intervenir en las

controversias científicas. Pero de entonces acá han cambiado mucho las cosas. La

oposición se ha trocado en favor y ello no sólo a consecuencia de los trabajos publicados

en el curso de estos dos decenios por Liébault, Bernheim y sus discípulos, sino también

por haberse descubierto cuánto esfuerzo mental puede ahorrar el concepto de

«sugestión», generosamente aplicado a diestro y siniestro. Nadie sabe, ni se preocupa

tampoco en averiguarlo, qué cosa es la sugestión, de dónde procede y cuándo tiene

efecto. Basta con poder atribuirle todos aquellos fenómenos anímicos para los cuales no

se encuentra una explicación cómoda e inmediata.

No comparto la opinión, muy extendida hoy, de que las manifestaciones de los niños son

totalmente arbitrarias y nada fidedignas. En lo psíquico no existe la arbitrariedad y la

falta de autenticidad de las manifestaciones infantiles proviene de la preponderancia de

su fantasía, como en los adultos de la preponderancia de sus prejuicios. Fuera de esto, el

niño no miente jamás sin causa, y en general muestra mayor amor a la verdad que los

adultos. Rechazar sin formación de causa todas las manifestaciones de Juanito sería

cometer con él una enorme injusticia. Es perfectamente posible distinguir cuándo falsea

o retiene la verdad bajo la coerción de una resistencia, cuándo acepta, indeciso aún en su

fuero interno, las opiniones de su padre, y cuándo comunica sinceramente, libre de toda

presión, su íntima verdad, hasta entonces sólo de él conocida. No ofrecen ciertamente

mayores garantías las manifestaciones de los adultos. Sigue siendo muy de lamentar que

ninguna exposición de una psicoanálisis

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