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AHORA LES LLAMARE HERMANOS

estherperezcastr5 de Mayo de 2013

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Ahora los llamaré hermanos…

Como muchos saben, en agosto del año pasado inició una de las experiencias más significativas que he tenido hasta ahora y que ha marcado positivamente mi vida y mi vocación: la oportunidad de ser profesor de Educación en la Fe en la Preparatoria Yucatán “Mons. Luis Miguel Cantón Marín”. Ciertamente pudiera hablar de tantas y tantas anécdotas, personas, situaciones… pero he querido retomar una de las decisiones que tomé trabajando ahí y que creo que hizo mucho bien.

Recuerdo aún esa mañana del lunes 22 de agosto en que llegué al salón 13… era mi primera vez frente a un grupo, de preparatorianos, adolescentes aún saliendo de la cáscara de la secundaria… y para variar, la primera hora del san Lunes sería la (¿aburridísima?) clase de EduFe, para muchos una novedad. Pasar lista, cómo les gusta que les digan, en fin, todas esas formalidades para tratar de quedar como “el maestro buena onda”. En fin que todo transcurrió con tranquilidad en ese día y en esa semana. Pero conforme se adentraban los días, iba saliendo a la luz una de mis debilidades: mi poca capacidad para recordar los nombres de las personas. ¡Y es que aquí eran unas 400 nuevas caras, historias, personas!

Vino entonces el dilema de cómo dirigirme hacia ellos. Pocos nombres se me habían quedado, y me daba mucha pena preguntarles a cada rato (además, no me convenía exponer mi poca retención memorística por que igual y en otra ocasión me llevaban al baile). Recuerdo que en algunas ocasiones me dirigía como “hijito” pero ni a mí me convencía ese apelativo. ¿Cómo llamarlos? ¿Muchachos? Muy general y poco cercano; ¿jóvenes? Muy trillado y hasta aburrido; ¿chicos? Ya había alguien que los llame así…

Fue entonces cuando llegó el insight… apenas el año pasado había tenido también la experiencia de hacer apostolado con un santo sacerdote, una dulzura de persona. No por nada le dicen de cariño el padre “Almita”. Sí, me refiero al padre Sebastián Castro, quien en ocasiones solía dirigirse tiernamente a los demás como “hermanitos”.

¡Ahí está! ¡Ésa era la manera indicada! No sólo resolvía mi problema de memoria, sino que era una manera cercana, cariñosa y gentil de dirigirme hacia mis alumnos. Más aún, el hecho de dirigirme a los demás como “hermanos” encierra una verdad fundamental y un aprendizaje significativo que ni veinte cuestionarios hubieran podido lograr, y esa verdad es que somos hijos de un mismo Padre.

¡Cómo sería el mundo si de verdad todos nos tratáramos como hermanos, como familia! No digo que sería totalmente perfecto, porque es sabido por todos que entre los hermanos también hay sus agarrones y sus pleitos. Pero al final del día, o después de la pelea, nos reconforta y nos vuelve a unir el hecho de que pertenecemos a la misma familia, vivimos en la misma casa bajo un mismo techo. Es mucho más lo que nos une que aquello que nos separa.

Yo no dejo de dar gracias a Dios por la increíble experiencia de haber sido hermano, más aún, de haber sido hermano mayor. Los días en que nacieron Mariana y Sofía mi vida tomó otro rumbo: dejé de ser hijo único para ser ahora hermano de dos preciosas princesas que iluminan mi vida. Aunque en ocasiones me den más de un dolor de cabeza, las amo con todo lo que soy, porque no entiendo mi vida sin ellas. Dado que compartí con mis papás su cuidado y atención cuando fueron bebés, durante mucho tiempo pensé que fue un entrenamiento para ser papá… pero una mañana en mi reflexión caí en la cuenta que no había sido un entrenamiento para ser papá, sino un entrenamiento para ser hermano. Y ahora así muevo mi vida, siendo hermano, hermano para todos.

Cabe aquí el ejemplo de san Francisco de Asís, otro de los santos del “Dream-Team Celestial”, quien

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