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Al Predicar


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2014  •  837 Palabras (4 Páginas)  •  325 Visitas

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AL PREDICAR SOLOS

1. ¿Que impedirá que perdamos el gozo cuando predicamos solos?

Para perseverar en el ministerio, los predicadores del Reino deben esforzarse por pensar igual que los profetas de la antigüedad. Tomemos, por ejemplo, a Jeremías. Cuando Jehová lo nombró profeta, su primera reacción fue atemorizarse. Sin embargo, gracias a que confió por completo en Jehová, pudo cumplir con aguante su difícil comisión durante más de cuarenta años. El ejemplo de este profeta también ha inspirado a Rafał, quien comenta: “En vez de concentrarse en sus propios sentimientos, Jeremías confió en Jehová y siguió adelante sin dejarse intimidar por el odio de la gente. Siempre trato de tener eso presente”.

Isaías es otro profeta cuyo ejemplo ha ayudado a muchos cristianos a perseverar en el ministerio. Jehová le advirtió a Isaías que los israelitas no lo escucharían: “Haz el corazón de este pueblo indispuesto a recibir, y haz sus mismísimos oídos indispuestos a responder”. ¿Estaba condenada al fracaso la labor del profeta? Dios no lo consideró así. Y tampoco lo vio de esa manera Isaías, pues cuando recibió su asignación, exclamó: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí” (Isa. 6:8-10). Y cumplió con su comisión hasta el final. ¿Tiene usted esa misma determinación? ¿Lucha por cumplir el mandato de predicar el Reino?

Si queremos perseverar en nuestro ministerio, tal como lo hizo Isaías, no podemos concentrarnos en la indiferencia ni en la reacción negativa de la gente. Rafał explica lo que le ayuda a vencer el desánimo: “Cuando alguien me hace un comentario desagradable en la predicación, no me quedo pensando en ello. Después de todo, las personas tienen derecho a responder como a ellas les parezca”. Anna añade: “No me permito pensar en nada que me pueda desalentar. Antes de salir al ministerio hago una oración y leo el texto del día; de esa manera, los pensamientos negativos se van enseguida”.

Pensemos, además, en el caso de Ezequiel, quien profetizó entre los tercos judíos desterrados en Babilonia. Si él no hubiera dado a conocer las advertencias divinas y algún impío hubiera perecido sin haber sido advertido, Ezequiel habría tenido que rendir cuentas a Dios por esa muerte. Jehová le dijo al profeta: “Su sangre la reclamaré de tu propia mano” (Eze. 3:17, 18).

Henryk se esfuerza por tener la misma actitud de Ezequiel, y por eso señala: “Quiero estar libre de la sangre de todo hombre. Hay muchas vidas en juego”

A pesar de nuestros esfuerzos sinceros, es relativamente poca la gente que llega a valorar las buenas nuevas. Pero es animador saber que Jehová nunca olvidará nuestra labor (Heb. 6:10). Aunque muchos no quieran hablar con nosotros, quizás hablen de nuestra visita una vez que nos marchemos. El efecto podría ser similar al que tuvo lugar en

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