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Biografia Del Profeta Jeremias


Enviado por   •  4 de Marzo de 2013  •  2.235 Palabras (9 Páginas)  •  3.142 Visitas

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J E R E M Í A S

(Del libro: Quién es Quién en la Biblia, págs. 191-195)

Jeremías, que apenas tenía 12 o 13 años de edad cuando fue llamado a profetizar, en 627 a.C. presenció el resurgimiento final del reino de Judá y su destrucción definitiva. Pocos años después de su llamada, en el Templo de Jerusalén fue hallada una copia del libro de la Ley (quizá el Deuteronomio), lo que llevó al rey Josías a emprender una reforma religiosa. Coincidentemente, la disolución del Imperio Asirio permitió a Josías reafirmar la independencia de Judá tras casi un siglo de vasallaje. Por desgracia, la reforma y la emancipación fueron efímeras, lo que explica el intenso drama personal que Jeremías vivió en sus 40 años como profeta. El libro bíblico que lleva su nombre es en esencia una compilación de los oráculos que contra Judá y sus enemigos dictó a su secretario, el escriba Baruc.

Jeremías nació hacia 640 a.C. en el seno de una familia de sacerdotes de Anatot, aldea situada casi 5 km al norte de Jerusalén. Su padre, Helcías, era terrateniente y al parecer descendía de Abiatar, un sacerdote que el rey Salomón desterró a Anatot por no haberlo apoyado en su lucha por el trono contra su hermano mayor, Adonías.

PROFETA RENUENTE

Según el relato bíblico, Yavé conoció a Jeremías antes de ser concebido y lo consagró para que fuera ”profeta de las naciones” (Jer 1:5) antes de nacer. Pero en el momento de su llamada, Jeremías no se creyó listo para cumplir esa misión y dijo a Yavé: “Yo no sé hablar, que soy un niño” (Jer 1:6). Este pasaje recuerda el caso de Samuel, que desde muy temprana edad fue puesto “al servicio de Yavé” (1 Sam 2:11), y el de Moisés, que también mostró reticencia alegando ser “tardo en el hablar y torpe de lengua” (Ex 4:10). Yavé respondió a las objeciones de Jeremías alentándolo a no temer y a conservar la fe; luego le tocó los labios para indicarle que Él le pondría las palabras en la boca. El mensaje sería comunicar la intención divina de “destruir y derribar” (Jer 1:10) el reino de Judá por su infidelidad.

Jeremías tuvo dos visiones reveladoras. En la primera, Yavé le pidió que describiera lo que veía , y Jeremías dijo que “una rama de almendro”; entonces Yavé declaró: “Bien visto, pues yo velo por mi palabra para cumplirla” (Jer 1:11-12), haciendo un juego de palabras con los vocablos hebreos shaqed, “almendro”, y shoqed, “el que vela”. Como un centinela solitario apostado en su atalaya, Jeremías debía velar por la palabra de Dios cuando pronunciara sus oráculos ante los hombres. En la segunda visión Jeremías veía surgir, procedente del norte, una olla hirviendo a punto de derramarse, y Yavé la interpretó anunciando el triunfo de un enemigo que provendría del norte, Babilonia; pero el mensaje divino también contenía un atisbo de esperanza: la restauración del reino de Judá tras su destrucción, en 586 a.C.

Los primeros 18 años del ministerio de Jeremías quizá fueron dichosos para él, pues el rey Josías “comenzó a buscar al Dios de su padre David” (11 Cron 34:3). Pero más tarde, cuando el faraón Necao marchó con su ejército a través de Israel para apoyar a Asiria contra la poderosa Babilonia, Josías trató de detener al rey egipcio y fue herido de muerte en Meguiddó, en 609 a.C.; Necao derrocó a un hijo menor de Josías, Joacaz, que había sido proclamado rey por el pueblo, y puso en su lugar a Joaquim, primogénito del monarca muerto. Como señal de desaprobación de la apostasía del nuevo rey, Yavé ordenó a Jeremías decir estas palabras en el Templo: “Si no me obedecéis siguiendo la Ley que yo os he puesto delante y escuchando las palabras de mis siervos los profetas... haré de esta ciudad una maldición para todas las naciones de la tierra” (Jer 26:4-6). Títere de Egipto, Joaquim más tarde se vio obligado a rendir tributo a Babilonia y mantuvo una endeble autonomía durante el resto de su reinado (609-598 a.C.). Cuando Jeremías y otros profetas anunciaron que Babilonia era en realidad instrumento de Dios y que invadiría con éxito Judá, Joaquim mandó asesinar al profeta Urías y perseguir con el mismo fin a Jeremías, pero no se atrevió a ejecutar a quienes defendieron a éste apelando a su inspiración divina.

Sin poder predicar en el Templo, Jeremías dictó sus oráculos a Baruc y lo envió a leerlos al pueblo en los recintos sagrados. Algunos de los ministros del rey escucharon al secretario y le aconsejaron ocultarse con Jeremías, pero le decomisaron el libro para llevárselo a Joaquim. A medida que le iban leyendo los oráculos, el rey cortaba el rollo, con un cortaplumas y arrojaba los trozos al fuego de un brasero hasta quemar todo el volumen. Por mandato de Yavé, el profeta dictó un segundo libro que no sólo contenía el mensaje original sino un sombrío augurio acerca del rey: “Su cadáver será tirado fuera al calor del día y al frío de la noche. Lo castigaré a él, a su estirpe y a sus servidores por su maldad” (Jer36:30-31).

Joaquim murió en 598 a.C. y fue sucedido por su hijo Joaquín, de 18 años de edad, pero tres meses después, el rey Nabucodonosor de Babilonia conquistó Jerusalén, saqueó el Templo y el tesoro real, y desterró a la mayoría de los nobles y miembros de la realeza; ciertas inscripciones mencionan a Joaquín entre los exiliados. En 597 a.C., Nabucodonosor puso en el trono de Judá a un tercer hijo de Josías, Sedecías, que sería el último monarca del reino del sur. En ese tiempo Jeremías tuvo una visión de dos cestos llenos de higos, unos buenos y otros malos: los buenos simbolizaban al pueblo de Judá, que sería desterrado pero más tarde retornaría a su patria, y los malos representaban a Sedecías y sus ministros, que permanecerían en el reino. El profeta vaticinó entonces que algunos de los exiliados seguirían observando la Ley de Dios y que sus descendientes repoblarían Judá y restaurarían la nación.

Jeremías ratificó la promesa divina de la restauración con un acto simbólico. Mientras Nabucodonosor sitiaba Jerusalén, Yavé ordenó al profeta comprar un campo de Anatot que era propiedad de su primo. No parecía sensato adquirir una tierra que pronto pertenecería a los babi-lonios, pues ya Jeremías había anunciado la caída de Judá; sin embargo, el profeta acató la orden. mandó hacer dos copias del contrato de compraventa y guardó los documentos en una vasija de barro para que en el futuro nadie reclamara la propiedad. Ante las dudas de Jeremías, Yavé respondió que con ese acto el profeta dejaba constancia de que algún día la finca estaría nuevamente en

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