Concilium
Buzzcow25 de Enero de 2013
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Constitución “Sacrosanctum Concilium”
Aprobada en la III Sesión pública del Concilio Vaticano 11; el 4 de diciembre de 1963, fue promulgada por S. S. el Papa Pablo VI. Fue el primer
fruto del Concilio.
INTRODUCCIÓN (núms. 1-4)
1. Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida
cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están
sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos
creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la
Iglesia. Por eso, cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al
fomento de la liturgia.
2. En efecto, la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra Redención”1, sobre
todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles
expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza
auténtica de la verdadera Iglesia. Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y
divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte
que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible,
la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos2. Por eso, al
edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de
Dios en el Espíritu3, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo4, la
liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta
así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones5 para
que debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos6, hasta
que haya un solo rebaño y un solo pastor7.
3. Por lo cual, el sacrosanto Concilio estima que han de tenerse en cuenta los principios
siguientes, y que se deben establecer algunas normas prácticas en orden al fomento y
reforma de la liturgia.
Entre estos principios y normas hay algunos que pueden y deben aplicarse lo mismo al
rito romano que a los demás ritos. Sin embargo, se ha de entender que las normas
prácticas que siguen se refieren sólo al rito romano, cuando no se trata de cosas que, por
su misma naturaleza, afectan también a los demás ritos.
4. Por último, el sacrosanto Concilio, ateniéndose fielmente a la Tradición, declara que la
1 Missale Romanum, Oración sobre las ofrendas del domingo IX después de Pentecostés (en el actual Misal, oración sobre las ofrendas
del Jueves Santo, Misa vespertina de la Cena del Señor, y del domingo II del tiempo ordinario).
2 Cf. Hb 13, 14.
3 Cf. Ef 2, 21-22.
4 Cf. Ef 4, 13.
5 Cf. Is 11, 12.
6 Cf. Jn 11, 52.
7 Cf. Jn 10, 16.
2 Constiución Dogmática sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Consilium
santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente
reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios.
Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados con prudencia, de
acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las
circunstancias y necesidades de hoy
Capítulo I (núms. 5-46)
PRINCIPIOS GENERALES PARA LA REFORMA Y FOMENTO DE LA SAGRADA LITURGIA
I. Naturaleza de la Sagrada Liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia
5. Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad”8 “habiendo hablado antiguamente en distintas ocasiones y de muchas maneras
a nuestros padres por los profetas”9, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su
Hijo, el Verbo hecho carne ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y
curar a los contritos de corazón10, como “médico corporal y espiritual”11, Mediador entre
Dios y los hombres12. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue
instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo “se realizó plenamente nuestra
reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino”13.
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por
las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó
principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de
entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, “muriendo destruyó nuestra
muerte. y resucitando restauró la vida”14. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz
nació “el sacramento admirable de la Iglesia entera”15.
6. Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda
criatura16 y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del
8 1 Tm 2, 4.
9 Hb 1, 1.
10 Cf. Is 61, 1; Lc 4, 48.
11 S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephesios, 7,2: edic. F. X. Funk, Patres Apostolici, I, Tubinga 1901, p. 218.
12 Cf. 1 Tm 2, 5.
13 Sacramentarium Veronense (Leonianum): edic. C. Mohlberg, Roma 1956, núm. 1265, p. 162
14 Missale Romunum, Prefacio pascual (en el actual Misal, prefacio pascual, I).
15 Cf. S. AGUSTÍN, Enarrationes in psalmos 138, 2: Corpus Christianorum 40, Turnhout 1956, p. 1991; y Missale Romanum, Oración
después de la segunda lectura del Sábado Santo, antes de la reforma de la Semana Santa (en el actual Misal, oración después de la
séptima lectura de la Vigilia pascual).
16 Cf. Mt 16, 15.
Constiución Dogmática sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Consilium 3
poder de Satanás17 y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a
realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos,
en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Y así, por el bautismo los hombres son
injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y
resucitan con él18; reciben el espíritu de adopción de hijos que nos hace gritar “¡Abba!”
(Padre)”19, y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre20.
Asimismo, cuantas veces comen la Cena del Señor, proclaman su muerte hasta que
vuelva21. Por eso, el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo,
“los que aceptaron las palabras”, de Pedro “se bautizaron”. Y “eran constantes en
escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones..., alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el
pueblo”22. Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el
misterio pascual: leyendo “lo que se refiere a él en toda la Escritura”23, celebrando la
Eucaristía, en la cual “se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte”24,
y dando gracias al mismo tiempo “a Dios por el don inexpresable”25, en Cristo Jesús,
“para alabar su gloria”26, por la fuerza del Espíritu Santo.
7. Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo
en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del
ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se
ofreció en la cruz”27, sea, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su
fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien
bautiza28. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta
salmos, el mismo que prometió: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos”29.
Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia,
que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno.
17 Cf. Hch 26, 18.
18 Cf. Rm 6, 4; Ef 2, 6; Col 3, 1; 2 Tm 2, 11.
19 Rm 8, 15.
20 Cf. Jn 4, 23.
21 Cf. 1 Co 11, 26.
22 Hch 2, 41-42. 47.
23 Lc 24, 27.
24 Concilio Tridentino, Sesión XIII, de 11 de octubre de 1551, Decretum de SS. Eucharistia, cap. 5: Concilium Tridentinum, Diariorum,
Actorum, Epistolarum, Tractaruum nova collectio, edic. Soc. Goerresianae, t. VII. Acturum pars IV, Friburgo de Brisgovia 1916, p. 202.
25 2 Co 9, 15.
26 Ef 1, 12.
27 Concilio Tridentino, Sesión XXII, de 17 de septiembre de 1562, Doctrina de SS. Missae sacrificio, cap. 2: Concilium Tridentinum, edic.
cit., t. VIII Actorum pars V, Friburgo de Brisgovia 1919, p. 960.
28 Cf. S. AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium, trat. VI, cap. 1, núm. 7: PL 35, 1428.
29 Mt 18, 20.
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