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Constitucion Teologica

georgimarostica4 de Abril de 2015

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PROEMIO

1. El Santo Concilio, escuchando re

ligiosamente la palabra de Dios y

proclamándola con confianza, hace suya

la frase de S. Juan, que dice:

«Os

anunciamos la vida eterna, que estaba en

el Padre y se nos manifestó: lo que

hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en

comunión con nosotros, y es

ta comunión nuestra sea co

n el Padre y con su Hijo

Jesucristo»

(1 Jn., 1, 2-3). Por tanto, si

guiendo las huellas

de los Concilios

Tridentino y Vaticano I, se propone expo

ner la doctrina genuina sobre la divina

revelación y sobre su transmisión, para

que todo el mundo,

oyendo, crea el

anuncio de salvación; creyendo

, espere; y esperando, ame. Profetas para que lo reconocieran Dios ún

ico, vivo y verdadero,

Padre providente y

justo juez, y para que esperaran al Salvador

prometido, y de esta forma, a través

de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

Cristo, culmen de la revelación

4. Después que Dios habló muchas veces

y de muchas maneras por los Profetas,

«últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo» (Hb., 1, 1-2), pues envió a su

Hijo, es decir, al Verbo et

erno, que ilumina a

todos los hombres,

para que viviera

entre ellos y les manifestara los secretos

de Dios (cf. Jn., 1, 1-18); Jesucristo,

pues, el Verbo hecho

carne, «hombre envi

ado a los hombres»

3

, «habla palabras

de Dios» (Jn., 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió

(cf. Jn., 5, 36; 17, 4). Por ta

nto, Jesucristo -ver al cual

es ver al Padre (cf. Jn., 14,

9),- con toda su presencia

y manifestación de

sí mismo, con sus palabras y obras,

señales y milagros, y, sobre todo, con su

muerte y resurrección gloriosa de entre

los muertos, con el envío, finalmente,

del Espíritu de verdad, completa la

revelación y confirma con testimonio di

vino que Dios está

con nosotros para

librarnos de las tinieblas del

pecado y de la muerte y resu

citarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como

alianza nueva y definitiva nunca pasará, y

no hay que esperar ya ninguna revela

ción pública antes de la gloriosa

manifestación de nuestro Señor Jesucris

to (cf. 1 Tm., 6, 14; Tt., 2, 13).

La revelación hay que recibirla con fe

5. Cuando Dios revela hay que prestarle «l

a obediencia de la fe» (Rm., 16, 26; cf.

Rm., 1, 5; 2 Cor., 10, 5-6), por la que el

hombre se entrega libre y totalmente a

Dios, prestando «a Dios revelador el

homenaje del entendimiento y de la

voluntad»

4

y asintiendo voluntariamente a la

revelación hecha por El. Para

profesar esta fe necesitamos

la gracia de Dios que previe

ne y ayuda, y los auxilios

internos del Espíritu Santo,

el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los

ojos de la mente y da «a todos la suav

idad en el aceptar y creer la verdad»

5

. Y

para que la inteligencia de la revelación

sea más profunda, el mismo Espíritu Santo

perfecciona constantemente la

fe por medio de sus dones.

Las verdades reveladas

6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a sí mismo y manifestar

los eternos decretos de su voluntad acerca

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