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DECLARACIÓN SOBRE EL ABORTO, CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

fajim13 de Mayo de 2013

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I INTRODUCCIÓN

1. El problema del aborto provocado y de su eventual liberalización legal ha llegado a ser en

casi todas partes tema de discusiones apasionadas. Estos debates serían menos graves si no se

tratase de la vida humana, valor primordial que es necesario proteger y promover. Todo el

mundo lo comprende, por más que algunos buscan razones para servir a este objetivo, aun

contra toda evidencia, incluso por medio del mismo aborto. En efecto, no puede menos de

causar extrañeza el ver cómo crecen a la vez la protesta indiscriminada contra la pena de

muerte, contra toda forma de guerra, y la reivindicación de liberalizar el aborto, bien sea

enteramente, bien por "indicaciones" cada vez más numerosas. La Iglesia tiene demasiada

conciencia de que es propio de su vocación defender al hombre contra todo aquello que podría

deshacerlo o rebajarlo, como para callarse en este tema: dado que el Hijo de Dios se ha hecho

hombre, no hay hombre que no sea su hermano en cuanto a la humanidad y que no esté llamado

a ser cristiano, a recibir de él la salvación.

2. En muchos países los poderes públicos que se resisten a una liberalización de las leyes sobre

el aborto son objeto de fuertes presiones para inducirlos a ello. Esto, se dice, no violaría la

conciencia de nadie, mientras impediría a todos imponer la propia a los demás. El pluralismo

ético es reivindicado como la consecuencia normal del pluralismo ideológico. Pero es muy

diverso el uno del otro, ya que la acción toca los intereses ajenos más rápidamente que la simple

opinión; aparte de que no se puede invocar jamás la libertad de opinión para atentar contra los

derechos de los demás, muy especialmente contra el derecho a la vida.

3. Numerosos seglares cristianos, especialmente médicos, pero también asociaciones de padres

y madres de familia, hombres políticos o personalidades que ocupan puestos de responsabilidad,

han reaccionado vigorosamente contra esta campaña de opinión. Pero, sobre todo, muchas

conferencias episcopales y obispos por cuenta propia han creído oportuno recordar, sin

ambigüedades, la doctrina tradicional de la Iglesia (1) . Estos documentos cuya convergencia es

impresionante ponen admirablemente de relieve la actitud a la vez humana y cristiana del

respeto a la vida. Ha ocurrido, sin embargo, que varios de entre ellos han encontrado aquí o allá

reserva o incluso contestación.

4. Encargada de promover y defender la fe y la moral en la Iglesia universal (2) , la Sagrada

Congregación para la Doctrina de la Fe se propone recordar estas enseñanzas, en sus líneas

esenciales, a todos los fieles. De este modo, al poner de manifiesto la unidad de la Iglesia,

confirmará con la autoridad propia de la Santa Sede lo que los obispos han emprendido

felizmente. Ella cuenta con que todos los fieles, incluso los que hayan quedado desconcertados

con las controversias y opiniones nuevas, comprenderán que no se trata de oponer una opinión a

otra, sino de trasmitir una enseñanza constante del Magisterio supremo, que expone la norma de

la moralidad a la luz de la fe (3) . Es, pues, claro que esta declaración no puede por menos de

obligar gravemente a las conciencias cristianas (4) . Dios quiera iluminar también a todos los

hombres que con corazón sincero tratan de "realizar la verdad" (Jn. 3, 21).

II A LA LUZ DE LA FE

5. "Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivientes" (Sab 1, 13). Ciertamente,

Dios ha creado a seres que sólo viven temporalmente y la muerte física no puede estar ausente

del mundo de los seres corporales. Pero lo que se ha querido sobre todo es la vida y, en el

universo visible, todo ha sido hecho con miras al hombre, imagen de Dios y corona del mundo

(Gn 1, 26-28). En el plano humano, "por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sab

2, 24); introducida por el pecado, la muerte queda vinculada a él, siendo a la vez signo y fruto

del mismo. Pero ella no podrá triunfar. Confirmando la fe en la resurrección, el Señor

proclamará en el evangelio que "Dios no es el Dios de los muertos, sino de los vivos" (Mt 22,

32), y que la muerte, lo mismo que el pecado, será definitivamente vencida por la resurrección

en Cristo (1 Cor 15, 20-27). Se comprende así que la vida humana, incluso sobre esta tierra, es

preciosa. Infundida por el Creador (5) , es él mismo quien la volverá a tomar (Gn 2, 7; Sab 15,

11). Ella permanece bajo su protección: la sangre del hombre grita hacia él (Gn 4, 10) y él

pedirá cuentas de ella, "pues el hombre ha sido hecho a imagen de Dios" (Gn 9, 5-6). El

mandamiento de Dios es formal: "No matarás" (Éx 20, 13). La vida al mismo tiempo que un don

es una responsabilidad: recibida como un "talento" (Mt 25, 14-30), hay que hacerla fructificar.

Para ello se ofrecen al hombre en este mundo muchas opciones a las que no se debe sustraer;

pero más profundamente el cristiano sabe que la vida eterna para él depende de lo que habrá

hecho de su vida en la tierra con la gracia de Dios.

6. La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y

favorecida desde su comienzo como en las diversas etapas de su desarrollo. Oponiéndose a las

costumbres del mundo grecorromano, la Iglesia de los primeros siglos ha insistido sobre la

distancia que separa en este punto tales costumbres de las costumbres cristianas. En la Didaché

se dice claramente: "No matarás con el aborto al fruto del seno y no harás perecer al niño ya

nacido"(6) . Atenágoras hace notar que los cristianos consideran homicidas a las mujeres que

toman medicinas para abortar; condena a quienes matan a los hijos, incluidos los que viven

todavía en el seno de su madre, "donde son ya objeto de solicitud por parte de la Providencia

divina" (7) . Tertuliano quizá no ha mantenido siempre el mismo lenguaje; pero no deja de

afirmar con la misma claridad el principio esencial: "es un homicidio anticipado el impedir el

nacimiento; poco importa que se suprima la vida ya nacida o que se la haga desaparecer al

nacer. Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo" (8) .

7. A lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han

enseñado la misma doctrina, sin que las diversas opiniones acerca del momento de la infusión

del alma espiritual hayan suscitado duda sobre la ilegitimidad del aborto. Es verdad que, cuando

en la Edad Media era general la opinión de que el alma espiritual no estaba presente sino

después de las primeras semanas, se hizo distinción en cuanto a la especie del pecado y a la

gravedad de las sanciones penales; autores dignos de consideración admitieron, para este primer

período, soluciones casuísticas más amplias, que rechazaban para los períodos siguientes. Pero

nunca se negó entonces que el aborto provocado, incluso en los primeros días, fuera

objetivamente una falta grave. Esta condena fue de hecho unánime. Entre muchos documentos

baste recordar algunos.

El primer Concilio de Maguncia (Alemania), en el año 847, reafirma las penas decretadas por

concilios anteriores contra el aborto y determina que sea impuesta la penitencia más rigurosa "a

las mujeres que provoquen la eliminación del fruto concebido en su seno"(9) . El Decreto de

Graciano refiere estas palabras del papa Esteban V: "Es homicida quien hace perecer, por medio

del aborto, lo que había sido concebido"(10) . Santo Tomás, Doctor común de la Iglesia, enseña

que el aborto es un pecado grave, contrario a la ley natural(11) . En la época del Renacimiento,

el papa Sixto V condena al aborto con la mayor severidad(12) . Un siglo más tarde, Inocencio

XI reprueba las proposiciones de ciertos canonistas laxistas que pretendían disculpar el aborto

provocado antes del momento en que algunos colocaban la animación espiritual del nuevo

ser(13) . En nuestros días, los últimos pontífices romanos han proclamado con la máxima

claridad la misma doctrina: Pío XII ha dado una respuesta explícita a las objeciones más

graves(14) ; Pío XI ha excluido claramente todo aborto directo, es decir, aquel que se realiza

como fin o como medio(15) ; Juan XXIII ha recordado la doctrina de los Padres acerca del

carácter sagrado de la vida, "la cual desde su comienzo exige la acción creadora de Dios"(16) .

Más recientemente, el Concilio Vaticano II, presidido por Pablo VI, ha condenado muy

severamente el aborto: "La vida desde su concepción debe ser salvaguardada con el máximo

cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables"(17) . El mismo Pablo VI,

hablando de este tema en diversas ocasiones, no ha vacilado en repetir que esta enseñanza de la

Iglesia "no ha cambiado ya que es inmutable"(18) .

III TAMBIÉN A LA LUZ DE LA RAZÓN

8. El respeto a la vida humana no es algo que se impone a los cristianos solamente; basta la

razón para exigirlo, basándose en el análisis de lo que es y debe ser una persona. Constituido

por una naturaleza racional, el hombre es un sujeto personal, capaz de reflexionar

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