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El día de Reposo

Roger Ivan Gurdian CastilloApuntes29 de Julio de 2015

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EL DIA DE REPOSO

Dios ha ordenado y apartado el día de la semana como el día de descanso. Es un día de descanso de toda jornada laboral y de todo tipo de negocios. Este día especial debe ser guardado santo al Señor (Génesis 2:3; Éxodo 20:8; Mateo 12:8). La Biblia nos enseña que ese día deberá ser guardado y santificado por el Hijo de Dios. Esto significa que ese día se debe guardar libre de toda tontería o entretenimientos mundanos. Es decir, libre de toda forma de profanación del día de reposo para el pueblo de Dios. El testimonio de la iglesia primitiva nos enseña que ese era un día especial en que la hermandad de creyentes se reunía para alimentarse de la Palabra de Dios y llevar a cabo otras actividades propias de la fe (Hechos 20:7;  1 Corintios 6:2). Para el cristiano este día debe ser uno de los más ocupados en las cosas del Señor.

El día de reposo se debe dedicar enteramente para la gloria del Señor del día de reposo. Los negocios deben cerrarse el día sábado para volverse a abrir el día lunes. En cuanto al cual día debemos guardar, tenemos evidencias que el domingo fue el día de reposo para la iglesia neo-testamentaria de los gentiles en aquella época cristiana. Además, Cristo asentó el ejemplo al resucitar el primer día de la semana (Mateo 28:1-7). Desde entonces los discípulos guardaron ese día como un día santo. Cristo lo santificó con su presencia (Juan 20:19-29; Hechos 20:7). La historia secular nos da pruebas también que el domingo ha sido guardado desde aquel entonces como el día de reposo del cristiano que ha sido salvado por la gracia y no por la ley.

EL AMOR

“Pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13). “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14). Dios es el ejemplo mayor del amor (1 Juan 4:8). Él nos dio un ejemplo de la verdadera manifestación del amor al darnos a su Hijo, Jesucristo (Juan 3:16). El amor que Él pone en los corazones de su pueblo va más allá que el del mundo, porque incluye el amor hacia los enemigos también (Mateo 5:43-48). La Biblia nos enseña que debemos amar a Dios (Mateo 22:37). De igual manera se nos pide que debemos amar a Cristo (1 Juan 5:1). Tenemos el mandamiento bíblico de amar a los hermanos (1 Juan 3:1-14). Los esposos y las esposas deben amarse como Cristo amó a la iglesia (Efesios 5:21-33). Debemos amar también a nuestros padres (Efesios 6:1-3). Es necesario amar a los hijos (Efesios 6:4). Se nos amonesta que debemos amar al prójimo, los enemigos y a nuestros amos (Lucas 10:25-37; Mateo 5:43, 44; Efesios 6:5-9). Sin embargo, tenemos el mandamiento de no amar al mundo (1 Juan 2:15-17). El amor de Dios derramado en el corazón del creyente es el más sublime de los atributos cristianos. Trae luz celestial al hogar, une a los hijos de Dios en un cuerpo perfecto en Cristo, así como también imprime en el alma de la persona la imagen de nuestro Creador. Este amor es lo que liga a su poseedor en una obediencia tierna al dador de todo bien, echa fuera al odio y al temor, cultiva un espíritu de sacrificio, y hace que la vida espiritual del cristiano se eleve y madure cada día mas. El amor propio e impuro envilece a su poseedor tanto como el amor verdadero y puro le enaltece. “El amor nunca deja de ser” (Corintios 13:1-8).

EL GOZO

Mientras que el mundo se deleita en las tonterías que ofrece la mundanería, el placer del pueblo de Dios es deleitarse en algo que trae mucho más deleite al alma (Salmo 1:1-6; Eclesiastés 11:9). Sin duda alguna, Dios desea la felicidad de su pueblo. Todo lo puro, lo santo y lo bueno en la tierra, más todo lo que nos espera en la gloria, fue creado para nuestra felicidad y nuestro bienestar. La copa de gozo del cristiano se llena y rebosa a medida que el permite que Dios llene su vida. Esa copa es llenada por medio de nuestro amor por el Salvador, el servicio cristiano, el compañerismo cristiano, la victoria sobre la tentación, la posesión de una conciencia limpia, las esperanzas en la gloria inmortal en espera de nuestro Salvador, y por medio de muchas otras cosas. “En quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8). Los que se regocijan en la iniquidad poco a poco se hallan encadenados con la maldad, mientras los que tienen placer en la justicia continuamente crecen en la nobleza del alma. Estos últimos son los que esperan en aquel tiempo bendito cuando junto a todos los redimidos moraran en la plenitud de gloria en un mundo de gozo sin fin.

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