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Ensayo Marilyn Monroe

carolyn045 de Abril de 2014

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Es nuestra intención desarrollar de una manera más rigurosa estas determinaciones someras. Para ello vamos a analizar un poema de Neruda -"No hay olvido"- y otro de Ernesto Cardenal -"Oración por Marilyn Monroe"- en el entendido que no hay nada mejor para fundar el análisis literario que las obras mismas.

A través de estos dos análisis pretendemos destacar fundamentalmente la distinta fisonomía del yo poético en Neruda, Parra y Cardenal.

Pablo Neruda

NO HAY OLVIDO

(sonata)

Si me preguntáis, en dónde he estado

debo decir "Sucede".

Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,

del río que durando se destruye:

no sé sino las cosas que los pájaros pierden,

el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.

Por qué tantas regiones, por qué un día

se junta con un día? Por qué una negra noche

se acumula en la boca? Por qué muertos?

Si me preguntáis de dónde vengo, tengo que conversar

con cosas rotas,

con utensilios demasiado amargos,

con grandes bestias a menudo podridas

y con mi acongojado corazón.

No son recuerdos los que se han cruzado

ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,

sino caras con lágrimasdedos en la garganta,

y lo que se desploma de las hojas:

la oscuridad de un día transcurrido,

de un día alimentado con nuestra triste sangre.

He aquí violetas, golondrinas,

todo cuanto nos gusta y parece

las dulces tarjetas de larga cola

por donde se pasean el tiempo y la dulzura.

Pero no penetremos más allá de esos dientes,

no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,

porque no sé qué contestar:

hay tantos muertos,

y tantos malecones que el sol rojo partía

y tantas cabezas que golpean los buques,

y tantas cosas que quiero olvidar.

(De Segunda Residencia en la Tierra)

El poema "No hay olvido" pertenece a la Segunda Residencia en la tierra y constituye al decir de Amado Alonso el arte poético de este libro. Hay en él, en verdad, una visión del mundo y una concepción de la existencia que sostiene toda la poesía nerudiana. Desde esta perspectiva, el análisis del poema que hacemos a continuación, se debe transformar en un despliegue de la fisonomía del yo poético de la Segunda Residencia.

La estructura del poema corresponde a la propia de la Enunciación. Nos encontramos frente a un yo que capta un sentido del mundo y lo expresa: Si me preguntáis, en dónde he estado/debo decir "Sucede". Para enseguida establecer un modo de situarse en este mundo, una manera de comportarse en él: Pero no penetremos más allá de esos dientes... Preside este proceso y anima toda esta estructura una concepción particularmente dramática de la existencia: la idea que vivir es un diario morir.

Esta intuición, profundamente arraigada en el hablante lírico de este poema, sitúa a Residencia en la tierra dentro de aquel sector de la lírica superrealista, que partiendo de logros de la llamada filosofía de la existencia, indagó del modo altamente singular y privado que define al decir poético, sobre la real condición de lo humano.

El primer verso:

Si me preguntáis en dónde he estado

debo decir "Sucede".

nos coloca frente a una gran primera determinación sobre la existencia. Contestando a una hipotética pregunta sobre su "estar en el mundo" el hablante lírico responde de un modo al parecer impropio o sibilino: "Sucede". Sin embargo, en esencia, esta respuesta despliega la idea que la existencia sólo puede entenderse dentro del horizonte de la temporalidad. Se nos abre así en el pórtico del poema uno de los estratos fundamentales del ser que evidencia la poesía residenciaria. A partir de él podemos sorprender las notas de angustia y desolación que animan una buena medida del yo residenciario y al mismo tiempo el impulso contrario de acceder a LO INMOVIL, a LO PERMANENTE: La noche, el silencio, lo profundo, el origen, etc., que singularizan la actitud del hablante lírico.

Procuraremos, ahora, pormenorizar lo antes dicho.

La respuesta "Sucede" puede entenderse en un primer sentido, aparente, inesencial. Este sentido tiende a presentar el tiempo como un continuo que se mueve en una sola dimensión; dicho de otro modo: todo pasa, todo se mueve, vivir es actuar en el gran y único plano del presente. Desde esta perspectiva, sólo interesa el momento, ya que el pasado ha dejado de ser y el futuro todavía no es.

Pero esta perspectiva es falsa. El análisis del momento vivido nos presenta, en forma inmediata, el hecho que está condicionado por lo que el hombre ha sido, por lo que recuerda, por lo que dejó atrás, por lo que le tocó de tal modo que conmovió el fondo mismo de su existencia. Es decir, por el pasado. Pero también nos muestra que otro de los sentidos reales de este momento vivido proviene de que el hombre no se limita a recordar, sino, al mismo tiempo, proyecta, aguarda esperanzado, tiene conciencia de que el ser que ha sido y con el cual debe arreglárselas en el momento presente, puede ser puesto en tensión para alcanzar otro modo de existencia distinto al llevado hasta ahora. En este "poner en tensión" que abre un proyecto de ser que puede ser distinto, al hasta entonces elegido, pero que, naturalmente, puede también consistir en la resolución de permanecer en el mismo tipo de existencia, se muestra la forma en que el presente está condicionado por el futuro.

Así este "sucede" nerudiano nos pone enfrente la compleja estructura temporal del momento. En él está incluido, un pasado:

No sé sino las cosas que los pájaros pierden,

el mar dejado atrás, o mi hermana llorando

definido con notas de tristeza, pérdida y desamparo y, esencialmente, un futuro que coloca a la existencia en una de sus más radicales posturas: la idea que la temporalidad no es otra cosa que expresión de la finitud existencial:

del río que durando se destruye

Es decir, durar, mejor "vivir", es caer bajo la tiranía del tiempo que se encarga de mostrar, sin vacilación ninguna, la finitud, la segura extinción de la vida (o el ser).

Es claro que, el "sucede" está presionado por el pasado y su modo de ser estrechado en su libertad por lo sido, es decir, el hombre no está naciendo cada día, libre de la culpa y el peso del día anterior, en una suerte de proceso adánico, sino que el instante presente contiene, de una vez y para siempre, el pasado.

Del mismo modo, el futuro se inserta de este presente colocando a la vista de la existencia su ineludible fin:

del río que durando se destruye

lo que obliga al hombre a organizar su ser, a proyectarlo; dicho de otro modo, a mirarse a sí mismo y a elegir entre un modo propio de existencia que conlleva entre otras notas la básica de aceptar que el tiempo nos pone en vista de la muerte y otro impropio o inauténtico, en que falta, precisamente, tal radical aceptación.

Ya en este punto percibimos con claridad los rasgos caracterizadores del yo poético de Residencia, que hemos enunciado anteriormente: angustioso dramatismo, videncia, cuestionamiento existencial, conciencia de haber sido arrojado en el mundo, de haber Caído en él, en síntesis, el yo poético se ve en sí mismo como el "arrojado del Paraíso".

Ahora bien, si el tiempo adquiere su real dimensión puesto en vista de la muerte, y si la existencia debe entenderse en el horizonte de la temporalidad y en tal entenderse, el tiempo revela la finitud humana, es inferible que la muerte "vive en la vida", es su hermana inseparable. Tal como el río en que el anhelo de persistencia condiciona dialécticamente su destrucción, del mismo modo la vida de todo lo vivo es un estarse muriendo -como establece Alonso- la existencia de lo consistente es un estarse deshaciendo. Es decir, la muerte vive en la vida.

Esta idea puede entenderse en varios sentidos. Uno, en que vivir es un cotidiano morir, comprendiendo este proceso como una constante degradación de la existencia: algo de nosotros deja de ser cada día.

Otro, en que la muerte es un fruto que llevamos dentro, que madura cotidianamente y que una vez alcanzada su plenitud se deja de existir, pues, mientras "crece" la muerte "empequeñece" la vida.

Este sentido y el precedente se hermanan. Si algo de nosotros deja de ser cada día, allí no va quedando un vacío, sino que se va instalando la muerte.

Por fin, podemos entender el fenómeno dialécticamente. La materia vital en su anhelo de persistencia, termina por aniquilarse lo que, dicho de otro modo, significa que, la vida se consume en su propio esfuerzo por ser vida.

Como el río que durando se destruye.

Desde esta perspectiva, muerte y movimiento aparecen como sinónimos y, por ello, podemos entender el impulso del hablante lírico de "Residencia" de acceder a un fundamento cuya primera nota será lo inmóvil o lo que moviéndose conserva su permanencia básica como el Mar, la Tierra, etc.

Este fundamento asume para el yo poético el carácter de espacio sagrado.

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