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Evangelio


Enviado por   •  25 de Marzo de 2013  •  393 Palabras (2 Páginas)  •  306 Visitas

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El camino de ascenso hacia el calvario, Jesús lo inicia entrando a la ciudad santa de Jerusalén. El texto que narra esta entrada (Lc. 19, 28-40) da cuenta de la manera tan peculiar en que Jesús entra en esta ocasión a la ciudad santa. Es una entrada triunfal pero realizada en la más evidente sencillez. Jesús es el mesías, manso y humilde de corazón, que no viene montado en un imponente caballo, sino en una cría de asno, no lo acompañan numerosos ejércitos, sino solo un puñado de hombres de pueblo, y a pesar de eso, es reconocido por los habitantes de la ciudad, quienes con gritos de júbilo y agitando ramas de palma lo aclamaban como el enviado de Dios.

El evangelio nos deja ver que fue tanto el alboroto que el pueblo hizo aclamándolo como Rey y Señor, que los mismos fariseos le pedían a Jesús que los callara. La respuesta de Jesús a estas peticiones fue contundente: “Les aseguro que si estos se callan, gritarán las piedras”.

La fe de los primeros discípulos es una fe sencilla, sin complicaciones, es sin lugar a dudas una fe popular. Gracias a esta sencillez, el pueblo al ver a Jesús dirigiéndose a la ciudad montado en un burrito, lo aclama como Mesías y Señor. No es la primera vez que Jesús entraba a Jerusalén, muchas otras ocasiones se había adentrado en ella para predicar en el templo. Sin embargo es la primera vez en la que el pueblo reconociéndolo por sus palabras, obras y signos milagrosos lo recibía con alegres aclamaciones. Hoy en día la fe de la Iglesia no es una fe diferente a la de es os primeros discípulos. Hoy creemos lo que el testimonio de los apóstoles nos ha heredado en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura; nuestra fe tiene su raíz en el acontecimiento popular hecho vida, meditado y por decirlo así, grabado con letras de oro en el corazón del pueblo.

Es propio de la humildad y la sencillez, aclamar con amor aquello que es grande, y es así que vemos como los corazones sencillos de la gente teniendo en ellos sembrada ya la semilla del evangelio, aclaman el inmenso amor que el corazón de Jesús tiene por todos. Ciertamente aquellas voces si fueran calladas, cederían su aclamación a la creación que igualmente es testigo de la llegada del Salvador.

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