Parábola: El águila De Corral.
CIRE249510 de Octubre de 2011
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EL ÁGUILA DE CORRAL
Cierta vez un campesino que andaba buscando una cabra que había perdido, se encontró en un risco un nido de águilas con dos huevos y se le ocurrió tomar uno de ellos, llevarlo a su gallinero y ponérselo a una gallina que estaba empollando.
Pronto nació el aguilucho y fue creciendo entre pollos y gallinas y, como ellas, se alimentaba de granos y gusanos.
Pasó el tiempo y el aguilucho se convirtió en una enorme águila real de cabeza blanca y brillantes y doradas plumas, sus ojos vivos y avizores y garras de hierro, imponían respeto hasta a los más gallos del gallinero.
El campesino al verla decidió que el gallinero no era el lugar apropiado para aquel joven aguilucho y decidió que era ya tiempo de darle libertad, la sacó del gallinero, la llevó hasta la montaña donde la había encontrado y ahí la soltó.
El águila real voló dando giros cada vez más altos y se fue alejando hasta que se perdió en el azul del cielo.
Grande fue la sorpresa del campesino cuando, al regresar por la tarde a su casa arreando sus cabras al corral, se encontró de nuevo el águila en el gallinero.
Efectivamente, el águila había volado, pero no estando acostumbrada a ello, le había costado mucho esfuerzo, luego descendió al valle y empezó a recordar su vida fácil y cómoda en el gallinero y cómo no tenía que preocuparse de buscar alimento.
Así que se quedó a vivir ahí y a recibir como las demás gallinas, su ración de maíz y a comer gusanos como cualquier otra ave de corral.
Pero pasó el tiempo y sus plumas perdieron su anterior brillo y se quebraron, sus ojos se tornaron grises y opacos y las fuertes garras se volvieron tan flácidas y débiles que a duras penas le sostenían en la percha.
Entonces las gallinas la picoteaban y le perdieron el respeto y a veces ni un grano le dejaban. El águila lloraba por su suerte.
Un día el coyote logró horadar el gallinero y se armó el alboroto de gallinas; el águila entonces, trató de volar alto, pero sus flácidas alas no la sostuvieron y cayó presa en las fauces del hambriento ladrón.
Esta parábola nos enseña que Dios a todos nos ha dado alas de águila real, pero si buscamos siempre la comodidad y nos sometemos a la ley del mínimo esfuerzo, pasando largas horas como gallinas en la percha frente al televisor o cacareando sin poner ningún huevo, el día que queramos superarnos y volar a las alturas, no vamos a poder lograrlo.
También se puede aplicar esta parábola a aquellos padres de familia que, en lugar de enseñar a sus hijos a volar, los tienen encerrados en casa como gallinas y después se asustan cuando son presa del primer coyote que pasa. Enseñar a volar a los hijos es enseñarles a actuar por principios interiores y no por reglas externas.
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