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La Estetica

malane14 de Mayo de 2013

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1- La estética. Evolución del Concepto

• Significación Etimológica del término Estética

La estética es la rama de la filosofía que tiene por objeto el estudio de la esencia y la percepción de la belleza. La palabra deriva de las voces griegas aisthetikê «sensación, percepción», de aisthesis «sensación, sensibilidad», e ica «relativo a».

• Alcances del mismo

La única definición que parece gozar de algún consenso entre los filósofos, es que la estética es el estudio de la belleza. Sin embargo, algunos autores también generalizan esta definición y afirman que la estética es el estudio de las experiencias estéticas y de los juicios estéticos. Cuando juzgamos que algo es bello, feo, sublime o elegante (por dar algunos ejemplos), estamos haciendo juicios estéticos, que a su vez expresan experiencias estéticas. La estética es el estudio de estas experiencias y de estos juicios, de su naturaleza y de los principios que tienen en común.

La estética es una disciplina más amplia que la filosofía del arte, en tanto que los juicios y las experiencias estéticas pueden encontrarse fácilmente por fuera del arte. Por ejemplo, cuando vemos pasar a un perro, podríamos juzgar que el perro es lindo, y realizar así un juicio estético sobre algo que nada tiene que ver con el arte.

• Breve historia de la evolución del concepto de la Estética, destacando posturas no coincidentes en la comprensión de el, y posibles puntos de conciliación entre las posturas.

En la tradición filosófica occidental se repite continuamente –a partir de los grandes pensadores griegos- que la belleza es el esplendor de la verdad. La frase es atribuida a Platón.

La verdad consiste en poner al desnudo (es decir, en exponer, sin apariencias ni engaños) el ser de las cosas. Y así finalmente la belleza –en la tan mentada frase- es el esplendor del ser.

El ser se descubre en la ordenada totalidad de los entes. En griego esa totalidad se llama “cosmos”. Por lo tanto, la belleza –para estos primeros filósofos griegos, atentos a las especulaciones que hoy llamaríamos “cosmológicas”- es una propiedad eminente del cosmos.

Más tarde los filósofos han de penetrar, con otros procedimientos, en ese orden de la totalidad de las cosas: donde precisamente resplandece el fulgor de la belleza. Y así, según esas distintas interpretaciones, se dirá que ella es el esplendor de la idea (Plotino) del orden (San Agustín) o de la forma (Santo Tomas).

Podemos resumir ahora las corrientes estéticas de la antigüedad clásica y sus influencias en el pensamiento medieval, renacentista y moderno.

Hemos visto surgir la reflexión estética, entre los griegos, alrededor de dos focos de ideas diferentes y hasta parcialmente divergentes: el arte y la belleza.

El primero se refiere a un quehacer humano, a la capacidad y la habilidad para hacer algo, que a su vez sirve para otra cosa. El producto logrado es un “artefacto”, en el sentido antiguo y medieval del término, pero nunca es una “obra de arte”, en el sentido puramente de una “obra bella”.

En cambio el tema de la belleza surge en la contemplación del cosmos y la vida humana. Unas veces se refiere a la participación espiritual del hombre en las más altas esferas de la realidad. La belleza se trueca en la meta de un conocimiento amoroso que, envolviendo al hombre, le revela su más preclaro destino. Otras, en cambio, se refiere al orden, la medida y la armonía de la totalidad cósmica o de algunos de sus aspectos más privilegiados.

En la época moderna la estética procura centrarse, cada vez más, en la obra de arte. Es, en consecuencia, una secuencia estética operocéntrica, en tanto atiende a las configuraciones que se exhiben por sí mismas, en la producción artística. Mejor dicho: en tanto atiende al proceso productivo del hombre, o sea a la puesta en obra de valores rigurosamente artísticos.

Hemos buscado un camino intermedio entre la teoría (platónico-plotiniana) de la belleza como amor, es decir como un conocimiento amoroso, una elevación ética y una participación metafísica, y la teoría (mas estrictamente aristotélica) del arte. Hemos jalonado el camino de una teoría (pitagórico-platónica) de la belleza y el arte, que nos permita establecer contactos ente ambos dominios, o sea que nos permita interpretar el arte en función de belleza y viceversa.

Sabemos que este sendero se insinúa en los pitagóricos, cuando pretenden traer los ritmos musicales de las esferas celestes a las obras producidas por el hombre. Se afirma en el último Platón, cuando salva a un arte imitativo de la naturaleza, siempre que no se pierda en vacías novedades y se limite a exponer los ritmos eternos del cosmos. Porque solamente de esa manera volverá el hombre a formar parte del coro de los dioses.

También de soslayo sigue este camino Aristóteles. Así en la Metafísica sostiene que los tres caracteres fundamentales de la belleza son el orden, la simetría y la limitación. En la Poética parece surgir una cuarta nota: la magnitud. Todas ellas apuntan al cosmos, pero pueden convenir también a la obra de arte.

Después de Aristóteles, la meditación sobre la belleza cae en un profundo olvido que dura siglos. Quinientos años transcurren entre Platón y Plotino.

Pero todavía, antes de abandonar la clásica antigüedad, el camino de conciliación entre la belleza y el arte aparece por última vez en Vitruvio, el genial arquitecto romano.

Finalmente tenemos a San Agustín, que ocupa un lugar privilegiado entre la antigüedad y la edad media, pero que al mismo tiempo trata de alcanzar una síntesis entre Pitágoras y Plotino.

En San Agustín la belleza se aleja, cada vez mas de las cosas particulares, para concentrarse en su fuente divina. Pero, por otra parte, la idea de simetría –o medida inherente a las cosas mismas- que Plotino insistentemente había combatido, resurge como la noción de ritmo (“numerus”): “En el cielo y la tierra contemplamos la belleza, las formas, la medida y el orden; en el orden, los números”. Así la metafísica neoplatónica-cristiana de la belleza desciende, mas generosamente que otra veces hasta los humildes ritmos de las apariencias sensibles.

Santo Tomas también nos ofrece –entre amplias exposiciones de la metafísica neoplatónico-cristiana- ciertas notas de relieve para una concepción moderna de la belleza artística.

Esto ocurre, por ejemplo, cuando en sus primeras obras define lo bello como “lo que place a la vista”. Establece así una referencia de la belleza con la facultad de visión, o, en términos más amplios, con la sensibilidad humana en general.

La importancia de esta orientación psicológica de Santo Tomas es muy grande. Abre una brecha en la teoría metafísica de la belleza, excesivamente espiritualista del neoplatonismo.

Santo Tomas amplía esta concepción puramente metafísica con una interpretación psicológica de la relación interna entre nuestra sensibilidad y los objetos bellos. La establece, como acabamos de ver, sobre la base de una proporción y una relación de armonía entre ambos dominios. De esta manera hace posible una estética como disciplina filosófica relativamente independiente.

Pero, por último, en la Summa Theologica, no se inclina hacia ninguna dirección unilateral, sino que tarta de alcanzar una síntesis entre los elementos tradicionales a su disposición, a saber: el aristotelismo, el neoplatonismo y la mística dionisiana. Llega a si a formular los tres requisitos esenciales de la belleza: integridad, proporción y esplendor.

La nota más importante es la tercera, o se la de esplendor. Ella resuma toda la tradición neoplatónica. Sabemos que Plotino define la belleza como el resplandor de la idea y San Agustín como el resplandor del orden. Ahora Santo Tomas le define como el resplandor de la forma. En la Summa Theologica agrega que es el resplandor de la forma sobre las partes proporcionales de la materia.

La belleza es, por consiguiente, un esplendor de lo inteligible por medio de lo sensible. O más sencillamente: de la forma sobre la materia.

Por eso es reconocida por la inteligencia humana a través de la sensibilidad. O sea, precisamente, en tanto intuye esplendor de una configuración en la materia sensible. De esta intuición o visión nace la alegría espiritual a que se refería Santo Tomas en la otra definición ya comentada: bello es lo que agrada a la vista.

A partir del renacimiento se afianza ese poderoso movimiento que termino por arrancar al arte de su servidumbre tradicional, para darle una dignidad propia y un valor ultimo.

Anotemos también que los frutos maduros de esta honda transformación solo empezaron a advertirse en los siglos XVII, XVIII y XIX, con la conversión del artefacto tradicional en la obra de arte, en su sentido moderno.

Pero además de los motivos filosóficos ya señalados, esta conversión fue posible por un poderoso movimiento social, correlacionado con el anterior: poco a poco el artesano antiguo y medieval fue escalando posiciones, liberándose de las formulas tradicionales y de aquel estigma de servidumbre que, en términos sociales, se traducía en las atadura corporativa de la edad media, para alcanzar un pleno desarrollo individual y convertirse así en el artista moderno, dotado de un poder de iniciativa personal y de una capacidad reflexiva cada vez mas lúcida.

Así la teoría moderna del arte, a partir del renacimiento, atiende por igual esta doble vertiente –filosófica y social- de autonomía del arte y dignificación del artista.

¿Qué ocurre, mientras tanto, con la teoría

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