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Simon Bolivar

ruth71621 de Enero de 2014

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Introducción

Entre mucho de los políticos contemporáneos, Bolívar no pregonaba virtud alguna en vivir del erario público. Jamás, en toda su existencia, aspiró al pasar parasitario de modernos “dirigentes”, quienes, en medio de alardes de servicio público, se consideran acreedores a que el Estado cargue con sus gastos y los de sus familias. Todo lo contrario, le repugnaba esa posibilidad, que trataba de evitar a todo trance, manteniéndose patrimonialmente independiente por sus medios propios.

Bolívar nunca consideró a la pobreza como un ideal. Sufrió privaciones, aun extremas, episódicamente entre 1814 y 1821, cuando el Gobierno español le confiscó sus propiedades.

Esas experiencias le resultaron humillantes en extremo. Después de 1827 pasó por dificultades económicas muy serias, también por causas políticas.

El extenso acervo documental sobre la vida de Bolívar aporta frases suyas para casi todos los gustos y ocasiones. Sin embargo, el interés que desplegó en sus asuntos patrimoniales va mucho más allá de un comentario o exclamación aislada: es una constante que se mantiene en su correspondencia familiar a través del tiempo.

Desarrollo

Bolívar inició su vida en la opulencia. De esto no hay discusión, y de las dimensiones de su fortuna original se verá apenas un atisbo en el presente trabajo. Hasta el momento de la Independencia se dedicó en sus tiempos adultos a gerenciar sus propiedades rurales. Aun con las hordas de Boves surgiendo desde los llanos con destino a Caracas, Bolívar continuaba activo en negocios agrícolas. En enero de 1814 compró un trapiche sobre el río Guaire, en una adquisición que dejó inconclusa al emigrar el 7 de julio de 1814, como consta de la liquidación de la operación que llevó a cabo el 14 de mayo de 1827. Bolívar, una vez recuperadas las propiedades temporalmente expropiadas por el Gobierno español, continuaba siendo un hombre inmensamente rico. Las propiedades rurales de Bolívar fueron duramente afectadas por las guerras, y sus balances se vieron fuertemente afectados por la liberación de los esclavos. Pero los bienes muebles e inmuebles permanecían en su haber, y le brindaban rentas considerables. Ya antes de mayo de 1821 consta que tenía arrendada la hacienda de San Mateo a don Tomás Durán.

Desde el final de las hostilidades, demostró con frecuencia una verdadera angustia por las pérdidas materiales que habían sufrido sus allegados durante la Independencia, e hizo lo posible por rectificarlas, frecuentemente tomando de su propio patrimonio para ello.

No tuvo este gran hombre el menor complejo o hipocresía en atender sus negocios privados, aun desde la cúspide del poder, firmando documentos y transacciones comerciales como Su Excelencia, el Libertador Presidente, Simón Bolívar. Y lo hacía con absoluta apertura y transparencia, sin recurrir a testaferros y prestanombres, porque se sentía seguro de la justeza de sus acciones y de su filosofía económica. Ya quisieran algunos “santones” modernos, adalides de la Ley de Salvaguarda tener ápice de la escrupulosa ética con que el Libertador sabía deslindar sus asuntos públicos y privados.

Las minas de cobre de Aroa fueron mercedadas por Real Cédula del 21 de agosto de 1663 al Capitán Francisco Marín de Narváez, y esos derechos habían pasado de él a sus descendientes en la familia Bolívar.

En ese siglo de olvido surgieron algunos cultivos de cacao en el hermoso pero insalubre valle de Aroa pero su desarrollo siempre se vio coartado por la dominación ausentista de los Bolívar de Caracas. El 18 de agosto de 1824 el Juez de Primera Instancia de Caracas le otorgó posesión al Libertador de su parte en Aroa, haciéndosele entrega formal el 17 de septiembre siguiente, y confirmada

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