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Arturo Uslar Pietri - Oficio De Difuntos

omarmontilla9 de Diciembre de 2013

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Arturo Uslar Pietri - “Oficio de difuntos”.

Publicada en 1976, por la editorial Seix-Barral, de Barcelona (España), es, aunque Alexis Márquez la califique de “novela menor”, la mejor ratificación de que Uslar Pietri fue un gran novelista, un novelista que había encontrado un camino: el de pintar la historia de su país a través de la ficción apoyada en la realidad. Podría inscribirse dentro de la serie de novelas hispanoamericanas que tratan acerca de dictadores, como “El Señor Presidente” (1946), de Miguel Ángel Asturias, “Conversación en La Catedral” (1969), de Mario Vargas Llosa, “Maten al león” (1969), de Jorge Ibargüengoitia, “El recurso del Método” (1974), de Alejo Carpentier, “Yo el Supremo” (1974), de Augusto Roa Bastos, “El otoño del patriarca” (1975), de Gabriel García Márquez, “La tempestad y la sombra” (2000), de Néstor Taboada Guzmán, “La fiesta del Chivo” (2000), de Mario Vargas Llosa y “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” (2007), de Junot Díaz, además de las excelentes novelas precursoras de todas ellas: “Facundo” (1845) de Domingo Faustino Sarmiento y “Tirano Banderas” (1926, de Ramón del Valle-Inclán.

La novela empieza así: “La voz debió resonar huecamente en todas las cavidades de piedra de la iglesia. Una voz pastosa, alta pegadiza, como una emulsión espesa, llena de modulaciones y altibajos, con ecos, resonancias y cortes. Desde lo alto del púlpito cada palabra debía volar como una paloma negra por entre las enormes colgaduras de luto que pendían de las columnas, por entre las nubes de incienso, por sobre el mar de lirios encendidos, por encima del enorme arrecife del catafalco piramidal que se alzaba en mitad de la nave y el mar de cabezas absortas, sudorosas, empelucadas que, en ruedos concéntricos, lo rodeaban hasta llegar a los alejados extremos de las capillas laterales, donde el gris de las sombras y de los rostros se fundía en una pasta inerte y casi sin presencia”.

Es una prosa utilitaria, eficaz, perfectamente adaptada a la situación que describe (o que debería describir), que es la misa de difuntos en cuyo centro estaría el dictador que acaba de fallecer tras una larga agonía, durante la cual el país estuvo en vilo, pendiente de la salud menguante y del fallecimiento del hombre que durante veintisiete años gobernó con mano dura el país como si fuera su hacienda. El modelo del protagonista, el padre Solana, un personaje muy bien delineado, muy bien logrado, es el presbítero Carlos Borges, una de las figuras más interesantes y hasta apasionantes del final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX venezolano.

Nació en Caracas a fines de 1867, descendiente de Andrés Bello y Mariano y Tomás Montilla. Fue discípulo de Agustín Aveledo y conoció a José Martí, en el colegio “Santa María”. Muy joven publicó sus primeros versos en “La Opinión Nacional.” Estudió jurisprudencia en la Universidad Central de Venezuela, y fue colaborador de periódicos contrarios a Guzmán Blanco, en los que manifestó tendencias librepensadoras.

Con Manuel Díaz Rodríguez y otros jóvenes de su época, de tendencias libertarias, formó parte de la “Sociedad Científico-Literaria”, pero a los veintitrés años dio un giro inesperado, y a pesar de la oposición de sus parientes y sus amigos más cercanos entró al Seminario para hacerse sacerdote. Allí se orientará hacia la oratoria sagrada y la literatura. Un año antes de ordenarse, en 1893, dio a conocer su “Pensamiento ante la tumba de María Esperanza,” que ya contenía muchos elementos que usará en su obra. En agosto de 1894 recibió el título de Doctor en Ciencias Eclesiásticas, otorgado por la Universidad Central de Venezuela, y poco después entró a trabajar en el diario “La Religión.” Ese mismo año publica su “Nocturno,” obra romántica inspirada en Chopin, y se dedica a una bohemia que es considerada, no sin razón, indecente, además de un cierto donjuanismo que escandaliza a la sociedad de su tiempo.

Arrepentido, decide llevar una vida monástica, lo que lo lleva a Nueva York en 1899. No cumple su propósito, y por tres años viaja, especialmente por México y Cuba hasta 1902, cuando reemprende su carrera literaria en Caracas.

Publica su “Canto Lírico,” obra original que lo distingue de los poetas de su momento. Luego, a fines de 1903, vendrá su “Canto Patriótico,” que ratifica su posición de defensa del país amenazado por potencias extranjeras durante el bloqueo causado por los exabruptos del gobierno de Cipriano Castro y los abusos de las potencias acreedoras de Venezuela.

En 1904 dio otro giro y se dedicó a la poesía profana, publica sus “Rimas Galantes” que le dan cierta fama de poeta erótico. Ese mismo año acompañó a Cipriano Castro a una gira por varias partes del país, y en 1905 es objeto de una suspensión eclesiástica y se convierte en seglar. En 1907 se enamora de una joven a quien llama “Lola Consuelo” y le dedica numerosos poemas. No logra casarse con ella y la convierte en una figura literaria de tardío romanticismo. Es nombrado Secretario Privado del presidente Castro después de publicar una serie de artículos exaltando la personalidad del dictador y su obra de gobierno, lo que le da una merecida fama de adulante.

En diciembre de 1908, a la caída de Castro, es hecho preso. En abril de 1910 es encerrado en La Rotunda, donde permanece hasta principios de 1912. En abril de ese año murió “Lola Consuelo”, y Borges se entregó a la bebida y dedicó su poesía a lo elegíaco. Luego de un año de bohemia y una operación de cataratas, a los cuarenta y siete años, regresa al sacerdocio y publica un escrito en el que manifiesta su arrepentimiento de la vida disipada que ha llevado.

Se establece en Barquisimeto, en donde se le confía el cargo de Cura Párroco de la iglesia Concepción, además del de Secretario Episcopal de la diócesis. Sus discursos religiosos son ampliamente comentados, pero pronto vuelve a las andadas y se enamora de nuevo. Viaja a los Estados Unidos con varios amigos, y a los cincuenta y un años regresa y vuelve a la vida retirada. En 1920 se convierte en Capellán del Asilo de Enajenados, y poco después es Capellán del Cementerio General del Sur.

En 1921 pronuncia un importante discurso en la inauguración de la Casa Natal del Libertador, discurso que aumenta su fama de excelente orador. Esa fama lo llevaría a ser Capellán del general Juan Vicente Gómez, en Maracay, en donde compuso numerosos elogios del dictador, contenidos en cantos, discursos y artículos de prensa que lo convirtieron en una figura importante del gomismo.

Murió en octubre de 1932, tres años y dos meses antes que el dictador, lo que hace imposible que haya pronunciado la oración fúnebre de Gómez, lo que sólo ocurre en la fantasía uslariana en “Oficio de difuntos.” A partir de la página 23 de la novela, el protagonismo es de la figura central de la obra, a quien Uslar presenta inicialmente en el comienzo del viaje de su predecesor, el general Carmelo Prato (Cipriano Castro), del que no regresaría sino muerto muchos años después. “Solana lo recordaba bien. Había estado allí, lleno de curiosidad. Era por el tiempo en que andaba mal con la iglesia y vestía d laico. De pronto oyó una seca voz de mando. Se pusieron firmes los soldados y presentaron armas. Una hilera de coches de lujo, con tropel de caballos, pasó por delante de las filas y se detuvo en la entrada. De la primera carroza, rodeados de ayudantes y hombres de ceremonia, bajaron dos personajes, uno delgado, tenue, encorvado, perdido en una levita gris que le sobraba y con el rostro borrado por una corta barba negra, era el presidente, el general Carmelo Prato. A su lado, ancho fuerte, sólido, estrechado en una levita negra y con un bastón en la mano, el general Aparicio Peláez, el vicepresidente encargado esa misma mañana de la presidencia.”

El lenguaje narrativo directo, y, sobre todo, pertenece claramente al “arte literario”, muy apropiado para contar la historia que se narra, que es la del general Juan Vicente Gómez, y que en la vida real fue más o menos la siguiente:

Juan Vicente Gómez Chacón nació en un medio absolutamente campesino, entre San Cristóbal, capital del estado Táchira, y la frontera de Venezuela con Colombia, en la hacienda La Mulera, de su padre, que era hijo natural de José Rosario García Bustamante, sobrino de un prócer menor colombiano y de una campesina de la región. Aparentemente habría nacido el 24 de julio de 1857, día del septuagésimo cuarto aniversario del nacimiento de Simón Bolívar, lo cual es discutido por mucha gente, y es objeto de análisis por parte de Manuel Caballero, el mejor biógrafo del personaje.

Nada distinguió su infancia ni su juventud de la infancia y juventud de cualquier campesino tachirense. Muy joven, Juan Vicente heredó las responsabilidades de jefe de su familia inmediata: su madre y ocho hermanos (Indalecia, Juancho, Elvira, Regina, Ana, Pedro, Emilia y Aníbal). Cuando tenía cerca de treinta años conoció a Castro, personaje local y localista, y tardó algunos años en entrar en la política (que era sinónimo de guerra) como fiel segundo del Cabito. Su “bautizo de fuego”, que fue en Colón, al Norte de San Cristóbal, a sus treinta y cinco años, y su camino hacia el poder cuando ya pasaba los cuarenta. Varias aventuras corrieron juntos los compadres, hasta que fueron aventados al exilio en el que Gómez mantuvo a Castro, que se dedicaba a conspirar y a planificar la invasión que se hizo realidad en el 99.

Aquello fue un disparate, todo conspiró para que Castro llegara a Caracas y se convirtiera en presidente de la República. Fue entonces cuando

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