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CARTA PARA MÍ.


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2016  •  Apuntes  •  561 Palabras (3 Páginas)  •  81 Visitas

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Desde el día que naciste parecías destinado a la lucha, a tener que sobrevivir, a lidiar en una íntima soledad con dolores tan profundos como incomprendidos. Quizás por ello tuviste que vencer primero a la muerte, cuando todo indicaba que no ibas a vivir, lograste salir adelante, tal vez por gracia divina o por el inconmensurable amor de tu madre, quien entre lágrimas rogaba al buen Dios que pudieras crecer.

Fue un 14 de febrero, fecha en que se declaró el día del amor, hecho no menos curioso si fue precisamente éste el que te mantuvo vivo.

Llegaste a una familia cuya única riqueza eran la nobleza y la humildad, a ocupar el sitio que desde aquel día te correspondería para siempre. Allí encontraste refugio y el corazón abierto de quienes te recibían, eras el nuevo príncipe, el legítimo varón, el heredero de un reino tan cálido como sencillo.

Así creciste rodeado de infinitos cuidados, como temiendo que contigo se repitiera una historia de la cual no vale la pena hacer memoria, y aprendiste bien, al extremo de angustiarte a tal punto la injusticia que no cabía en ti dicha palabra.

Mas a tientas siempre con tu destino, tuviste que padecer a pronta edad una nueva herida, que aún sin tener conciencia todavía, entendiste que te acompañaría como sombra en cada lugar que habitaras o cada tarea que emprendieras, la ausencia de tu otra mitad, a quien debes también el milagro de estar vivo y de quien, quizás nuevamente por un arte mágico, tuviste que ser el fiel retrato: tu padre.

¿Qué era el amor para ti entonces? ¿Era acaso el tener que llorar en silencio por algo que aún no comprendías? es posible que acostumbrándote a combatir, prefirieras continuar con tu vida sin prestarle mayor atención. Eras inexperto ¿Qué podías saber del dolor? Después de todo siempre estuvo tu familia, tu madre, para en un afán infructuoso apartarte de todo lo que en ti pudiera sembrar tristeza.

Nunca oíste rencor, nunca una palabra que tratara de enemistarte a muerte con tu reflejo fidedigno, y aun cuando la batalla estuviera perdida, porque tarde o temprano tendrías que contemplar el mundo con tus propios ojos, nunca hubo en ti desprecio, ni decepción que pudiera hacerte renegar de la sangre que en tus venas corría.

Y mantuviste un encuentro tan romántico como inexplicable, por medio de cartas que te hacían recordar que parte de tu corazón estaba al cruzar el océano.

Pero la vida continuó y poco a poco te fuiste haciendo de aliados, de amigos, que por no hallar todavía un lugar estable tuviste que abandonar sin mediar explicación por esa lealtad infinita que te ata a tu madre.

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