Capitan
daynercaparrapoEnsayo26 de Abril de 2014
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En dos décadas se pasó de grandes carteles a 'babycarteles' liderados por narcos de bajo perfil.
La muerte de Pablo Escobar, abatido a tiros el 2 de diciembre de 1993 en el tejado de una casa del barrio Los Olivos, de la capital antioqueña, marcó el declive de las grandes organizaciones que en ese momento dominaban la producción y el tráfico de cocaína en todo el mundo y habían puesto en jaque al país. Desmantelado el cartel de Medellín y después el de Cali hacia 1995, con la captura y extradición de sus máximos jefes, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, el negocio cambió. ¿Qué rumbo tomó y qué muestra dicha transformación? (Lea también: 20 años de guerra contra el narcotráfico)
La Policía habla de una atomización y dispersión de organizaciones emergentes, que tienen características y formas de operar muy diferentes. Hoy no hay grandes carteles. Lo que sí existe, de acuerdo con las autoridades, son 126 organizaciones con menores capacidades que las que alguna vez mostraron las de Medellín y Cali, que se enfrentaron a muerte por el control de todos los eslabones del negocio y cuyos capos ejercían el poder mediante la intimidación y la ostentación.
Ahora, por el contrario, los jefes de las nuevas bandas muestran un perfil bajo, sin lujos, para evitar ser catalogados de capos y así evadir procesos judiciales. Con excepciones, llevan una vida sin excentricidades, se camuflan como comerciantes e industriales y en estratos medios. Su prioridad es configurar entramados empresariales a través de testaferros y artimañas para lavar activos.
Otro punto evidente de la transformación es que se pasó de carteles autónomos a organizaciones fragmentadas que requieren alianzas multicriminales.
Dicha dependencia se evidencia, incluso, en sus brazos armados. El cartel de Medellín contó con las autodefensas del Magdalena medio y las escuelas de sicarios bajo órdenes de Escobar. En la actualidad, las organizaciones mantienen ciertos niveles de confrontación armada, pero deben contratar sicarios.
También hay problemas que se desatan tras la captura o la muerte de un capo. A diferencia de lo que ocurría con los grandes carteles, ahora hay fracturas internas entre los mandos medios por alcanzar el nivel de cabecillas.
La desarticulación de las organizaciones y la captura de los principales capos colombianos derivaron en la pérdida del control de las rutas, que en su mayoría asumieron los mexicanos (el cartel de Sinaloa, principalmente) y otras mafias, como la libanesa o la italiana, y las redes locales de los países de tránsito y destino.
A la búsqueda de nuevos mercados
Otro cambio esencial está relacionado con la capacidad de filtración y corrupción que sembró el narcotráfico en su momento. La fuerza de la mafia llegó a tal nivel que el cartel de Cali inyectó dineros a la campaña presidencial de Ernesto Samper, lo que dio origen al sonado escándalo del proceso 8.000. Hoy, las bandas fomentan la corrupción en escenarios regionales. Casos recientes, como el del capturado gobernador de La Guajira, Francisco ‘Kiko’ Gómez, indican que la alianza de mafia y política no está descartada.
La alerta también está en el consumo. El danés Bo Mathiasen, representante en Colombia de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), dice al respecto: “La demanda por cocaína cambió. El consumo en Estados Unidos y Europa está cayendo continuamente desde hace una década. Por eso, los narcos están buscando nuevos mercados y vemos cómo Suramérica tiene un consumo creciente durante los últimos años, especialmente Brasil, Argentina y Colombia”.
Sobre la transformación del crimen, Mathiasen anota que los “esfuerzos exitosos” del Estado a través de su Fuerza Pública contribuyeron a la extinción de los carteles, que a su juicio están “pulverizados”.
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