Ciudadania

La ciudadanía, entendida como la condición de una persona de ser miembro de una comunidad política, a lo largo de los siglos, ha dado cuenta de la exclusión social. El recorrido de esta condición, fundamentalmente, ha estado saturado de un ejercicio de violencia estructural. Ha hecho falta y hace falta una crítica profunda y sistemática a lo que se ha dicho y hecho sobre el Estado y la Nación. En estos tiempos de celebraciones bicentenarias, debemos ser críticos respecto a lo que celebramos. Siempre hay los riesgos de celebraciones del espectáculo; de partes, de espacios, de sectores que invocan el universal para validar los juegos de la dominación. Las celebraciones pueden ser vividas como actores o como espectadores. Siempre hay ese riesgo de construir y difundir tradiciones inventadas -a decir de Hobsbawn-; quizás una garantía es ponerle un alto a las mitificaciones y esa búsqueda de alzar héroes a cada paso.

La tradición inventada puede recrear, peligrosamente, fábulas sobre la Patria. Ese volver a tener Patria que Benjamín Carrión clamó dolorosamente. Pero ese dolor todavía está por verse de dónde provenía. Cabe el sorprendernos de esa lucha entre tener una Nación diversa de Pueblos y Nacionalidades, y el tener Patria (como que no podemos todavía digerir). Por eso, la ciudadanía, ese ejercicio político nos ha sido ajeno, distante. Los grupos étnicos dominantes recrearon formas lúdicas de mestizar una sociedad; así las mayorías, étnicamente hablando, quedaron por fuera o mejor dicho quedaron como un espectáculo negativo, como el lastre que no permitía la modernidad/modernización de la Nación.

Esa ciudadanía fundamentada, centralmente, en la exclusión, en el reconocimiento jurídico, viabilizó las formas de existencia dentro del canon del Estado ecuatoriano. Dicho proyecto del Estado/Patria reconoce la diferencia y la diversidad desde el enunciado jurídico. Ahora es necesario profundizar una ciudadanía compleja sustentada en una propuesta ético-política. Un dar la vuelta a los ejes de la dominación: Estado/nación a Naciones/Estado. Este es un proceso de alta complejidad, donde la lucha en todo sentido es simbólica: poner fin al sistema político sustentado en el universo simbólico de la tradición hacendataria.

Los diálogos interculturales, no pueden quedar en enunciados de ese “encuentro de culturas”; sino, por el contrario, el diálogo intercultural es un conflicto por la emergencia política de las diferencias y los diversos. La ciudadanía compleja viabiliza proyectos políticos para la emancipación social. No basta ponerse “en el lugar del otro”; cuando ese otro nos oprime violentamente. Por tanto, el Estado debe dejar de ser la expresión jurídica de una identidad nacional. La lucha contra el propio Estado, parte de la lucha por una ciudadanía diferenciada. Los principios intrínsecos de la interculturalidad rompen las formas estables

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