Dialogo De Ingles
Enviado por • 30 de Noviembre de 2014 • 3.410 Palabras (14 Páginas) • 206 Visitas
Para comprender debidamente los escritos de Lassalle acerca del
problema constitucional conviene echar una rápida ojeada retrospectiva
a la historia constitucional de Prusia.
El 2 de mayo de 1815. el rey Friedrich Wilhelm III prometió dar al
país una Constitución y una representación popular, pero cuando el país
hubo expulsado definitivamente. de su territorio a Napoleón faltó
vilmente a su solemne promesa. No consiguió, sin embargo, borrar del
mundo todas las huellas de la palabra dada; los acreedores del Estado,
agobiados de deudas, no se dejaban engañar tan fácilmente como los
leales súbditos de su majestad, y el 17 de enero de 1820, el rey hubo de
obligarse a no contraer nuevos empréstitos -sin oír y dar intervención a
las futuras Cortes del reino-. Esta vez, intentó cohonestar la violación
de su palabra de rey, instituyendo una Dieta provincial en cada una de
las ocho provincias prusianas. Pero estas corporaciones, que no
tardaron en caer en la impotencia más absoluta y en el más general de
los desprecios, no brindaban a los acreedores del Estado la menor
garantía, y no hubo más remedio que acudir a diversos expedientes
financieros para rehuir la necesidad de nuevos empréstitos. Aunque a
duras penas, fue consiguiéndose salir adelante, hasta que, en la década
del 30, al fundarse la Liga aduanera y abrirse las líneas ferroviarias, el
Estado prusiano se vio arrastrado a la corriente del comercio mundial-.
en las clases burguesas del país se despertaron entonces nuevas
esperanzas, que, alentadas por la muerte del viejo rey en el año 1840,
fueron a refugiarse en su sucesor, Friedrich Wilhelm IV pidiéndole que
diese, por fin, cumplimiento a la promesa de 1815 y dotase al país de
una Constitución.
Pero al nuevo rey no le corría prisa tampoco saldar la deuda de su
padre. y aun consiguió ahogar. por espacio de algunos años, los
primeros rumores de descontento de la burguesía. Lo que ya no estaba
al alcance de sus fuerzas era remediar la penuria financiera, que ibawww.elaleph.com
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agudizándose y haciéndose cada vez más insostenible, conforme
aumentaban las necesidades del comercio moderno; el Estado militar
prusiano no era el que menos sufría de esta crisis, pues la construcción
de la red ferroviaria, inspirada en razones de táctica militar, apremiaba y
no era posible acometerla sin acudir a nuevos empréstitos. Esto hizo
que el rey, después de muchas vacilaciones, en el año 1847 se decidiese
a congregar en Berlín, formando una Dieta unificado. las ocho Dietas
provinciales con el único y exclusivo objeto de que le sacasen de sus
apuros financieros. autorizándole en primer término un empréstito de
hasta veinte millones para la construcción de la línea de la Prusia
oriental que, por razones militares, no podía seguir demorándose, y a la
que el capital privado no acudía. El rey se previno expresamente contra
el peligró de que esta Dieta unificada pudiese llegar a considerarse
como una representación del pueblo, en el sentido moderno de la
palabra, advirtiendo que entre -el Dios del cielo, de quien el tenía el
cetro, y su país, no podía interponerse una hoja de papel. Tan pronto
como hubiera fortificado el crédito del Gobierno, la Dieta unificada se
iría cantando bajito a su casa, como el jornalero después de acabada la
tarea que se le asignó, con la esperanza, si acaso, de volver a reunirse,
cuando su majestad volviese a encontrarse sin salida para sus apuros
financieros.
Pero la Dieta no se prestó a este bonito juego. Antes: de ayudar al
rey a salir del atolladero, exigió que se le garantizasen en forma. sus
derechos corporativos; exigió, sobre todo, que se le diesen. garantías
precisas documentadas de que había de ser convocada periódicamente.
sin lo cual no se prestaba a autorizar el empréstito. Y como el rey no
quiso avenirse, la Dieta, por dos terceras partes de mayoría, denegó los
créditos solicitados; de los ochenta y tres diputados de las provincias
del Este y Oeste de Prusia, sólo votaron por el empréstito dieciocho, a
pesar de que la construcción del ferrocarril era una cuestión vital para
aquellas regiones.. La Dieta no tuvo inconveniente en conjurar sobre sí
el enojo del rey, pues, como dijo con amable franqueza uno de los
miembros de la Comisión a quien recibió, el renano Hansemann, enwww.elaleph.com
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cuestiones de dinero no había cordialidad que valiera, y la Dieta sabia
que era el rey quien tenía que congraciarse con ella y no ella con el rey.
Hizo, pues, frente al enojo de su majestad. y sus cálculos no resultaron
fallidos. pues pocos meses después, el 6 de marzo de 1848, el rey se
mostró dispuesto a acceder a la convocación periódica de la Dieta.
Pero ya era tarde. El 18 de marzo -se levantó el pueblo de Berlín,
arrojó de la ciudad a los regimientos de la Guardia, después de una
gloriosa lucha, e impuso el rey el reparto de armas entre el pueblo.
Desgraciadamente, el proletariado triunfante no poseía la claridad ni la
madurez de juicio suficientes para tomar las riendas del Poder. Éstas
cayeron en manos de la burguesía. principalmente la de las provincias
del Rin, que era la más fuerte y progresiva. Y se formó un nuevo Ministerio,
integrado por burgueses renanos, por Camphausen, aquel
Hansemann a quien hace poco nos referíamos, y unos cuantos
aristócratas aburguesados.
El triunfo de la burguesía había sido grande, y sin embargo no las
tenía todas consigo, ni mucho menos. Había querido chamuscar a la
monarquía al fuego lento de los apuros financieros, para obligarla a
concesiones y conseguir intervención en el Gobierno; pero esto era una
cosa, y otra tenerse que tragar las castañas sacadas del fuego de una
revolución hecha por puños proletarios. El Ministerio Camphausen
-Hansemann procuró desde el primer momento excluir del reparto de
armas entre el pueblo a la clase obrera y destruir el único título jurídico
en que radicaba su poder: la revolución. Bajo la hermosa fraseología de
que había que garantizar a todo trance –la continuidad del orden
jurídico-, el Gobierno de la burguesía volvió a convocar la Dieta
unificada, para encomendarle un proyecto de bases de institución y ley
electoral, que habrían de someterse en su día a los representantes del
pueblo. Así surgió la ley de 6 de abril, en la que, además de sancionarse
otras conquistas, como la libertad de prensa y de asociación, se
proclamaba que la función legislativa, la aprobación de los presupuestos
públicos y la creación de impuestos, habrían de someterse a loswww.elaleph.com
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representantes del pueblo, y la ley de 8 de abril, por la que se
convocaba a elecciones, mediante sufragio universal, igual y secreto,
aunque indirecto, a una asamblea, que pactaría con la Corona la futura
Constitución del Estado.
Este “pacto” daba al traste, ya por el mero hecho de decretarse,
con todos los triunfos de la revolución y con ésta misma. Si la Corona y
el Parlamento se enfrentaban de igual a igual, equipados con derechos
iguales, era evidente que, en caso de discrepancia, el conflicto se
decidiría en favor de la parte más fuerte, y el hecho era que aquellos
bravos ministros burgueses se esforzaban celosamente por rodear de la
mayor fuerza posible a la Corona. En vez de apoyarse sobre las masas
populares para tener a raya a la Corona y la nobleza, preferían traicionar
los intereses del pueblo para ganarse las simpatías de la nobleza y la
Corona, alentado por la engañosa esperanza de que, de este modo,
tendrían acceso al concierto de las clases gobernantes, como tercer
eslabón de la cadena. Fue en vano que Carlos Marx, que conocía a los
dos ministros renanos por haber colaborado con ellos en la Rheinische
Zeitung, le previniese contra el peligro: “La alta burguesía,
antirrevolucionaria por naturaleza, llevada de su miedo al pueblo, o sea
a los obreros, y la burguesía democrática sellaron una alianza ofensiva y
defensiva con la reacción”.
Así, se explica que el Gobierno pusiera cuanto estaba de su parte
por hacerle la vida imposible a la nueva Asamblea nacional. reunida el
22 de mayo. No le fue difícil, pues tampoco la Asamblea estaba, ni
mucho menos, a la altura de su misión. Sus miembros más destacados
sabían de sobra, indudablemente, lo que tenían que hacer, lo que
imponía el deber de la hora: "No tenemos más remedio, decía Waldeck,
que destruir las tristes supervivencias del Estado feudal, si no queremos
edificar sobre arena y sembrar en el aire". Y Bucher precavía,
abundando en la misma idea: "No debiéramos dejar pasar un solo día sin
reducir a cenizas un fragmento de ese pasado que acabamos de
arrinconar”. Pero pasaron, no ya los días y las semanas, sino los meses
sin que la Asamblea se preocupase de desmontar las instituciones delwww.elaleph.com
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Estado absolutista y feudal. Elaboró, sí, un proyecto de Constitución,
que era muy hermoso visto sobre el papel, pero no se cuidó de tocar al
viejo militarismo prusiano ni de emancipar a los campesinos, que era la
misión histórica que se le imponía y con la que podía haberse hecho
fuerte frente a la Corona y la aristocracia.
Entretanto, la aristocracia y la Corona, la burocracia y la
oficialidad del Ejército, en una palabra, todas las potencias reaccionarias
del país, derrotadas el 18 de marzo por la clase obrera, iban haciendo
nuevo acopio de fuerzas y preparaban sistemáticamente la contrarrevolución,
La Asamblea nacional, alarmada ante aquellos preparativos,
acabó por abrir los ojos. y como el comandante de la fortaleza silesiana
de Schweidnitz, por las razones más fútiles del mundo, bañase en
sangre, con una bárbara represión, a la milicia nacional de aquella plaza,
la Asamblea aventuró un tímido ataque contra el militarismo, obligando
al ministro de guerra a dar un decreto que tendía a prevenir al Ejército
contra los manejos reaccionarios. sugiriendo a cuantos oficiales
abrigasen ideas políticas incompatibles con el régimen constitucional, la
separación del Ejército, como un deber de caballeros.
Camphausen, remordido, a pesar de todo, por su conciencia y su
ideología burguesa, había dimitido la cartera, pero Hansemann supo
llenar el vacío redoblando la frivolidad de la política cobarde y traidora
de la burguesía; se las arregló para ir soslayando aquel decreto durante
unas cuantas semanas, y cuando. por fin. la Asamblea, alarmada por los
síntomas cada vez más patentes de contrarrevolución, le conminó a
firmarlo, amenazó con la guerra civil y el derramamiento de sangre. De
nada le sirvió la amenaza, y no tuvo más remedio que dejar la cartera: el
zorro había caído en su propia trampa. La Asamblea nacional no podía
retroceder ante las amenazas del ministro, por poco respeto que se
tuviese a sí misma: por su parte, la Corona no iba a tolerar que un
ministro burgués diese un decreto previniendo al Ejército contra los
manejos reaccionarios. El primer gobierno liberal de Prusia tuvo un fin
tan desastroso como merecido.www.elaleph.com
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Sin embargo, la contrarrevolución seguía maniobrando en la
sombra, sin atreverse a aventurar el golpe decisivo: el rey no había
echado todavía del cuerpo el susto del 18 de marzo. Reunió en torno de
él a un gabinete burocrático- militar, uno de cuyos primeros decretos
fue realmente para precaver al Ejército contra toda tendencia
reaccionaria. Para que se vea la poca eficacia de esta prevención, baste
decir que algunos de los generales con mando a quienes la advertencia
se hizo, y principalmente el general von Wrangel. destacado en la
provincia de Brandenburgo, y el general von Brandenburg, que
mandaba la provincia de Silesia, extralimitándose formalmente de su
jurisdicción, dieron órdenes de tropa llenas de amenazas en las que
precavían a sus subordinados contra todo género de “manejos agitadores"
y hablaban de restablecer “el orden y la paz, sin miramientos de
ninguna clase y, en caso extremo, bajo su responsabilidad personal y
exclusiva”. Pero la Asamblea seguía terne e imperturbable, sin perder la
confianza aunque tenía bien poco en qué basarla. en vez de aprovechar
los últimos momentos que le quedaban para hacer algo útil, se dejó
intimidar por el griterío que alzaban todos los elementos reaccionarios
del país, conscientes de lo que hacían, para que se restaurase a toda
prisa la Constitución. y no se le ocurría más que seguir puliendo la
Carta Constitucional en el papel, cuando, con la rápida emancipación de
los campesinos, principalmente, le hubiera sido tan fácil rodearse de
fuerzas efectivas.
Y así, sucedió lo que tenía que suceder. Sofocado el alzamiento de
Viena por el príncipe de Windischgrätz, el 31 de octubre de 1848, la
contrarrevolución berlinesa perdió el miedo y se quitó la máscara, pasó
al frente del Gobierno a Brandenburg y ordenó que la Asamblea
Nacional se trasladase de Berlín a la tranquila ciudad de Brandenburgo.
El pretexto con que quería justificarse esta medida, mintiendo
descaradamente, era que la Asamblea se veía coaccionada en Berlín por
el terrorismo de la calle; la verdad era que se trataba de cohonestar un
poco la disolución violenta del Parlamento. que el Gobierno preparaba y
que no se atrevía a llevar a cabo con todo descaro: se daba porwww.elaleph.com
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supuesto que la Asamblea no se avendría a verse arrinconada contra
todo derecho en una ciudad provinciana alejada, de la capital, con lo
cual., al rebelarle contra las “generosas" intenciones de la Corona,
perdería las simpatías de todos los buenos burgueses.
Este plan, muy limpio, como se ve, prosperó, gracias a la cobardía
de la Asamblea. Cierto es que la mayoría se negó a cambiar de
residencia, pero se negó también a parar aquel violento golpe de Estado
con la resistencia violenta que los obreros organizados de Berlín le
proponían, al ofrecer a la Asamblea su brazo y su sangre contra la alta
traición de la Corona. El señor von Unruh, presidente de. la Asamblea
Nacional, proclamó la célebre "resistencia pasiva”, que ya Lassalle, en
su discurso de defensa ante el Jurado, en 1849, fresco todavía el
recuerdo de los hechos, estigmatizara como “aquella oscura resistencia,
que no era tal resistencia, que no era más que una mala intención impotente,
sin realidad externa, producto a la par de la conciencia claramente
sentida del deber de resistir y de la cobardía personal, que no se atrevía
a cumplir ese deber por no exponer en él la persona o la vida”.
La “resistencia pasiva” no sirvió más que para allanar el camino a
la contrarrevolución, que pronto no tuvo ya más que un cuidado:
encontrar pretextos, por fútiles que ellos fuesen. para dar el asalto. El 9
de noviembre fueron suspendidas las tareas de la Asamblea Nacional,
convocándosela para el 27 del mismo mes en Brandenburgo; y como se
obstinase en seguir deliberando, el 10 de noviembre, el general Wrangel
entró en Berlín, a la cabeza de veinte mil hombres y la disolvió a mano
armada. La milicia nacional, que se negó a realizar este servicio de
corchete. al que la ley no le obligaba y que le fue conminado por el
director de Policía, a pesar de no tener jurisdicción alguna sobre este
Cuerpo, fue también disuelta violentamente contra toda ley y todo
derecho. Mas también ella se contentó con la “resistencia pasiva", y el
golpe de Estado prosperó, sin que se disparase un solo tiro ni se
derramase una sola gota de sangre. El sable triunfador decretó
inmediatamente el estado de guerra, sin derecho alguno que lo
autorizase ni razón de ningún género que lo exigiese, estranguló lawww.elaleph.com
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libertad de Prensa y de reunión, instituyó Tribunales de Justicia militar,
fulminó un sinnúmero de deportaciones, registros domiciliarios y
detenciones de ciudadanos al margen de la ley; en una palabra, se
impuso por el terror, como si estuviese en territorio conquistado.
La Asamblea Nacional hizo todavía unas cuantas tentativas para
seguir reunida en Berlín, formuló protestas impotentes contra el golpe
de Estado, acusó a los nuevos ministros como reos de alta traición ante
el país, pero guardándose siempre muy mucho de dar a sus grandes
frases el menor cuerpo de realidad. La deserción iba ganando sus filas
en progresión creciente; ya apenas contaba en su seno con el número
estricto de diputados pata tomar acuerdos, cuando, en un momento de
ira mal contenida, con las tropas a la puerta, entre la espada y la pared
ya, por decirlo así, votó la denegación de impuestos, decretando que el
Gobierno carecía de derecho para disponer de los fondos públicos y
cobrar las contribuciones mientras la Asamblea Nacional no se
reintegrase en su libertad de movimientos y deliberaciones. Pero,
tomado este acuerdo, no se cuidó, la lógica más elemental lo exigía, de
organizar su ejecución, que habría equivalido a organizar el alzamiento
nacional del país; muy lejos de esto, el presidente de la Cámara
congregó a sus funcionarios para hacerles saber que, por razones
reglamentarias. aquel acuerdo no tenía valor jurídico. Por lo demás, los
partidos de izquierda, que hasta entonces habían formado el tronco del
Parlamento. resolvieron -salvo una pequeña minoría- irse con los
bártulos a Brandenburgo, para continuar allí sus deliberaciones.
Ante tanta cobardía, la contrarrevolución fue creciendo hasta que,
por fin, el 5 de diciembre, la Corona disolvió la Asamblea. Pero
temerosa de la efervescencia que reinaba en ciertas regiones del país,
principalmente en el Rin y en Silesia, no se atrevió a poner las cartas
boca arriba, sino que dio una Carta otorgada, calcada en sus rasgos
generales sobre el proyecto de Constitución elaborado por la disuelta
Asamblea, prometiendo a la par que sometería este proyecto a la
revisión de las Cámaras previstas en él, una Cámara alta, formada con
arreglo al censo de riqueza, y una Cámara baja, elegida por sufragiowww.elaleph.com
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universal. Cierto es que la universalidad del sufragio se menoscababa un
tanto al no concederse ya a todo súbdito de Prusia, sino solamente a los
“cabeza de familia"; además, la eficacia del voto resultaba
indirectamente paralizada por la institución de la Cámara alta, y no eran
éstas las únicas normas, aunque aisladas, ya de suyo bastante
importantes, con que la Carta otorgada mutilaba la proyectada
Constitución. Sin embargo, como los “retóricos" de la Asamblea
Nacional habían producido una amarga decepción a las masas del
pueblo. los “servidores prácticos” de la monarquía encontraron el
camino allanado, a lo cual contribuyó también la Corona. convocando a
las nuevas Cámaras a reunirse en Berlín el 26 de febrero de 1849 y
prometiendo, entre otras cosas bellas, tomar juramento al Ejército por
la Constitución, una vez que ésta estuviese revisada.
Pero esta revisión se quedó sin hacer. La Cámara alta no defraudó,
como era natural, las esperanzas que los autores del golpe de Estado
habían puesto en ella: pero con la Cámara popular no les salió la jugada
tan derecha; aquí pudo más que ellos el sufragio universal. Y aunque
con mucho trabajo. se consiguió reunir una mayoría de unos cuantos
votos, que en el debate sobre el mensaje inaugural reconoció la Carta
otorgada el 5 de diciembre de 1848 como derecho vigente, no pudo
conseguirse, en cambio, que la Cámara refrendase el despojo cometido
por el Gobierno prusiano sobre el cadáver de la Asamblea Nacional de
Francfort; y como, además, tuviese la osadía de declarar ilegal el estado
de guerra proclamado en Berlín, invitando al Gobierno a levantarlo, fue
disuelta por decreto regio el 27 de abril de 1849.
Ocurría esto por aquellos días en que los últimos rescoldos de la
revolución alemana se avivaron por unos instantes, antes de su
definitiva extinción. Ahora, la contrarrevolución ya no tenía nada que
temer, y el 30 de mayo canceló, con un nuevo golpe de Estado. el
sufragio universal e impuso el sistema electoral de las tres clases. Con
este sistema, no necesitaba esforzarse mucho para reunir una Cámara
propicia a sus deseos, sobre todo contando con que los elementos más
resueltos de la oposición habían acordado, en una reunión celebrada elwww.elaleph.com
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día 11 de Junio, abstenerse de aquellas elecciones ilegales. Las nuevas
Cámaras, reunidas el día 7 de agosto de 1849, se encargaron de -revisar
la carta otorgada, y lo hicieron en el más reaccionario de los sentidos.
Subvirtieron descaradamente las promesas hechas por la Corona. las
volvieron del revés, sin el menor escrúpulo- sustituyendo, por ejemplo,
el juramento de fidelidad del Ejército a la Constitución por un articulo
en que se le eximía de jurar- y mutilaron lastimosamente las conquistas
de marzo, entre las que se contaba el derecho del Parlamento a
autorizar los presupuestos públicos, limitando la intervención de las
Cortes a los impuestos de nueva creación. A la par, dejaban indecisa,
intencionada y artificiosamente, la solución que habría de adoptarse en
los casos en que el Gobierno y el Parlamento discrepasen acerca de los
presupuestos, a pesar de que la ley de 6 de abril de 1848 decía bien
claramente que la Corona no podría hacer ningún gasto que no
estuviera autorizado por la representación popular. Como se ve, la
actividad legislativa de estas Cámaras -que consistía, según el chiste de
la época, no tanto en “dar” leyes como en “tomarlas”, en decir que sí a
cuanto se les ordenaba- no podía ser más innocua, y, sin embargo,
todavía exigió del rey que en la Constitución se introdujesen. antes de
jurarla, unas cuantas mutilaciones reaccionarias. Se accedió.
naturalmente. a sus deseos. Y, por fin. el 6 de febrero de 1850. su
majestad prestó el juramento constitucional, pero con una reserva
todavía: que con la nueva Constitución se le permitiera gobernar.
Ya se comprende que de este laborioso parto, ayudado con el
fórceps, no podía salir más que una criatura constitucional enteca y
enfermiza. Y comenzó el calvario del recién nacido. No pasaba día sin
que llevase algún pescozón o algún puntapié. Dando de lado a la
Cámara alta, se instituyó un Senado sin base legal alguna, en el que se
asignó a los junkers, o sea a la nobleza de la tierra, una representación
propia. El Gobierno. presidido por Manteuffel, procuraba siempre que
podía, hollar los claros preceptos de la Constitución, bien fuese
haciéndoles decir lo contrario de lo que decían, ayudado benévolamente
por la interpretación de los Tribunales, bien quitándolos sencillamente
...